martes, 26 de mayo de 2020

ERÓTICA TOXICIDAD (+18)

—«No llores frente a mí, porque harás que me excite. 
Y sé bien que cuando se siente la necesidad, el alma debe desahogarse en llanto.
Pero si soy yo quien te ve,
no voy a consolarte como si fuese una amiga,
porque lo único que provocarías en mí es que te folle sin piedad» —fue lo que le dije un día—.
Y creí haberlo dejado claro,
o eso pensé,
pero al parecer no lo comprendió del todo,
y entonces ese miércoles sucedió.

Era su cumpleaños y todo iba bien;
de pronto 
por azares del destino o de la vida que desea joder el idilio,
asuntos de otras épocas salieron a relucir en aquella fecha,
y sin que me enterara del caso en primera instancia,
todo fue reclamos,
llanto y malos tratos.
Lloraba desconsolada,
me miraba con odio y rencor,
pero quién era yo, si no un maldito ser que harto cansado de estupideces andaba.
—¡¿Por qué no te largas a joder a otro lado hijo de puta? —me gritó—.
Yo la miraba sereno, y en mi mente un efluvio de emociones y perversiones asomaron de golpe.
Una sonrisa se me formó sin que me diese cuenta, y por tanto su reacción fue peor.
—¡MALDITO HIJO DE TU REPUTÍSIMA MADRE!, ¡¿cómo te atreves a burlarte de mí?! —me gritó, mientras se dirigía con golpes a mi rostro—.
Los detuve sin mayor problema, y podía haber esclarecido la situación y demostrar mi inocencia,
pero ella no estaba para dialogar,
para entrar en razón;
en esos momentos de euforia, solo una cosa podía calmar a semejante fiera.

Abracé su cuerpo,
le di media vuelta y la arrimé mi pecho.
Me acerqué a su cuello,
sujeté sus manos con mi mano izquierda y con la derecha agarré su cabello y lo eché hacia atrás;
su pálido cuello era un torbellino de emociones;
lo besé intensamente buscando impregnarme con su aroma de mujer.
Ella estaba irritada,
enfurecida,
pero no oponía resistencia,
y resistencia es justo lo que iba yo a necesitar y toda la que existiera cuando despertara al diablo que ella llevaba dentro.

En todo caso no fue fácil dominarla, pese a la primera impresión que me había dado.
Llevándola a rastras de su larga cabellera, 
un paseo por el suelo alfombrado dimos.
En el camino, su negro vestido fue perdiendo su forma,
y la tanga había resbalado a las pantorrillas cuando me detuve.
Entre gritos, insultos y majaderías,
anduve llevándola cual esclava rebelde por toda la habitación hasta que suplicara compasión, 
mas no lo hizo, y eso acaparó mi atención;
sus ojos irradiaban odio, 
pero un destello en ellos pedía más dolor.

Entre rápidos movimientos,
amarré sus manos hacia atrás,
y una correa usada como látigo, fue la herramienta de que me permitiera abusar de quien fuera mi dulce novia.
Uno, dos, tres azotes a su redondo trasero fueron suficientes para enrojecer semejante voluptuosidad,
se quiso incorporar, pero no había manera.
Le azoté un par de veces más para que educar a la perra;
gritos, gemidos y llanto cruzado eran sus respuestas,
pero de mí, la razón ya había escapado,
y ahora solo quería sentir el placer que su dolor me causaba.

A su espalda un par de azotes más fueron a parar,
una obra de arte se dibujó en su cuerpo,
un rojo pasión marcaba el lienzo de su blanquecino cuerpo,
y encendieron en mí el encanto de saberme su dueño.
Mi cuerpo ardía al igual que el suyo, sin necesidad ser golpeado,
y mi entrepierna pedía a gritos entrar en acción.
¡Oh, mierda!, ya no podía parar,
no pude continuar con mi propósito, necesitaba desfogar.
Me desnudé en el acto,
levanté su adorable boca,
y la enganché a mi verga,
la mamaba con dulzura, cerré los ojos y me dejé llevar.

De repente un grito eché al cielo,
la desgraciada la había mordido,
y eso significaba un exceso de mala educación que necesitaba ser corregido;
abofetee su linda carita hasta enrojecer sus mejillas,
y le introduje mi polla hasta que sintiera el ahogamiento,
y de esta forma a succionar un falo, fue aprendiendo.

Me levanté y me dirigí a donde se erguían sus nalgas,
y ¡oh sorpresa!, la mía, 
la humedad había empapado la alfombra,
se había corrido un par de veces y no me había percatado de ello;
qué poco detallista me sentí.

Amasé su blanco trasero y como buen sirviente, 
agradecí a los dioses por ponerme tanta lubricidad en mi camino;
me dispuse a saborear ese coño que se hallaba hinchado,
y pedía a gritos ser complacido;
y no habían pasado más que un par de luces por la ventana,
cuando sentí en mi boca la saladez de su alma;
se desbordaron en mi boca sus jugos benditos,
y mi erección se reafirmó con tal dureza 
que entre una barra acero y mi verga no había diferencia.

Proseguí a resbalar en su entrada mi polla,
y notaba como la quería toda adentro y sin demora,
pero yo no estaba para complacer,
sino para ponerla a ansiosa hasta que exigiera con el alma.
No transcurrió más de un minuto antes de que me pidiera a gritos que se la hundiera,
y para ser sincero, yo tampoco aguantaba más.

Arremetí contra aquellos labios lubricados con el mayor deleite,
sin perder el ritmo,
sin cesar un instante.
La noche avanzaba lenta y yo me perdía en los encantos de mi amada.
Al ver ese ojete dando brincos a mis muslos,
no pude contener las ganas y suavemente fui metiendo un dedo en aquel hoyo deleitoso.
Pude notar como trató de impedirlo,
era virgen y al parecer aún no le apetecía ser enculada.
Pero yo no estaba para conceder piedad,
así que a fuerza y halando su espesa cabellera con una mano,
y con la verga dentro de sí,
mis dedos ansiosos hurgaron en su cavidad anal con el mayor cuidado, pero sin misericordia.
Sus gritos, lisuras e improperios fueron la música de la habitación.

Aunque lubricado su ano, mi verga hacia un esfuerzo enorme por entrar,
pero al final ella debió entender que no había escapatoria,
así que, siguiendo mis instrucciones,
pujó a la vez que yo penetraba, facilitando así la tarea.
Una vez sucedido lo peor,
lo mejor se dejó sentir;
tras largos gemidos, eyaculé ríos de esperma en su adorable agujero,
y ella se desvanecía en el suelo,
yo quedé rendido a su espalda,
adormilado de placer.
Luego de notar como se retorcía y gemía tras su noveno orgasmo, perdí la cuenta de los subsiguientes.
Se habría corrido una diez veces por cada una de las mías,
y yo esa noche, no llegué a más de tres.

Me levanté, bebí la cerveza que había dejado en la mesita de noche, y la observé.
Un cuadro perfecto en el suelo se dibujaba,
mi adorada novia fenecía entre el dolor y el deleite.
Le solté las manos, 
le besé la nuca y me quedé dormido profundamente a su lado,
mientras escuchaba como los latidos de mi corazón y el suyo entonaban una misma melodía.

Al despertar al otro día,
vi mi reflejo en el techo,
a mi lado,
y en el fondo,
había espejos en toda la habitación.
Quise sobarme la cara,
pero no pude,
mis manos estaban atadas,
mis pies de igual manera,
y Bibiana apareció en la puerta;
vestía de cuero,
con un antifaz de zorra,
y una sonrisa...
esa sonrisa que hasta el sol de hoy me causa escalofrío,
era el día de su venganza,
desquitarse conmigo y de todas las formas, era su plan,
podía notarlo en sus ojos;
y amigo lector,
no tiene idea de lo que me hizo la condenada,
sin embargo, ya lo habré de hacer partícipe en el siguiente relato, para que sea testigo de tanta guarrada.


Malayerba & Bibi

https://youtu.be/FJT81L2Ol5A

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