miércoles, 20 de septiembre de 2023

Sentires

El antidepresivo supremo se llama campo, acá te puedes sentir cansado, agobiado, con sueño, con ganas de solo dormir por el trabajo extenuante de conseguir la comida con el sudor de la frente; pero nunca triste, nunca melancólico, nunca sintiéndote mal como los estúpidos de las malparideces mentales que chillan por todo y por nada, bola de maricas. Y si un homosexual se ofende, que me chupe la vagina, porque si le digo que me chupe el pene se emociona... Malparidos.

No sé si la gente me mira raro por mi seriedad, por mis harapos o por mi forma de caminar. Pero porqué habría de andar sonriendo y saludando a cuanto estúpido se me atraviese, ni siquiera los conozco aunque los haya visto por ahí. Y qué tiene de importante la apariencia, manga de acomplejados, si lo importante va por dentro, por más que quieran disfrazarlo con ataviados vestidos y polvos en la cara. Y qué hay contra mi forma de caminar, manga de envidiosos, mi biología me impide andar erguido y con la mirada hacia el frente. No me queda de otra que echar el cuerpo atrás, los pies adelante y mis ojos al cielo para ver las estrellas y no el suelo, manga de cobardes que temen apuntar a lo alto...

Yerba


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jueves, 14 de septiembre de 2023

Sin chispa

He contraído la enfermedad de la desidia; la vagancia me secuestra ahora; y desde el futuro, la pereza me llama.

Es que nadie le ha agradecido a los lectores como se debe.
Los escritores de mierda se creen que los lectores no tienen mayor importancia, siendo que por ellos lo hacemos; esto de escribir, por ellos es que se dá. No obstante, decirles gracias, no basta, así sean mil. Así esté acompañado de un: qué Dios se lo pague, porque yo tengo cómo, no es suficiente. El lector debe ser amado por sobre todo. Que alguien se digne a leer nuestras letras, es la mayor muestra de afecto para con los que desempeñamos esta noble labor. Pero como no hay palabras suficientes, sepan que desde lo más hondo de mi ser les digo gracias por leerme, y que Dios se los pague, aunque no sea suficiente.

Sin los lectores no somos nada, aunque el lector en ocasiones, solo seamos nosotros mismos frente a un espejo.

¿Tú hace cuánto no hablas con el espejo? Yo, siendo honestos, nunca lo he hecho. Me da vergüenza encontrar unos ojos marchitos mirándome de frente. Me da miedo encontrarme conmigo mismo y ver en lo que me he convertido... Vaya cosa más triste, joder: no encontrar una pizca del amor que un día tuve entre mis manos, pese a haber prometido no olvidarlo.

No recuerdo ya qué se siente el roce de sus manos.
A qué saben sus besos, de los que, lo único que sé, es que eran dulces.
A qué olía el aroma de su piel, no he vuelto a oler algo mejor o que al menos se le parezca: olía rico. Entended que esto lo dice un niño de cinco años, «ella olía rico», y sonreía al mirarme, agarrado de mi mano me miraba hacia arriba, y luego la miraba nuevamente a ella, diciéndome a través de su rostro alegre, «quiero pasar más tiempo con ella, traela pa acá, porfis». Y yo, tonto como era, sabiendo que no había lugar en este mundo pa mí, puesto que nadie por mí daba un peso. «¿Quieres conocer mi mundo?» Le pregunté sin mayor esperanza a una respuesta afirmativa. Sí, me dijo; y entonces ya no supe qué decir, la había visto a los ojos y ahí solo había sinceridad. Pues va, lo primero que se me ocurra entonces, total, hasta puede ser una falsa alarma, y se lo dije, y entonces se rió. Joder, se rió, y su risa cumplía firmemente el propósito de su sonrisa incrustada en esa boca: alegrar la vida de quién pudiese ser testigo, y a veces eclipsarla. Yo era uno de esos eclipsados.

Pero no recuerdo sino imágenes que poco a poco se van desvaneciendo irremediablemente.
Ahora no sé con qué cara voy a llegar al otro lado, encontrarla, y tener que decirle: lo siento, mi amor, te olvidé.

Preguntaron por ahí que es el amor y a qué se le parece, y yo solo atiné a decir, es algo precioso, tanto, que cuando te llegue, lo sabrás de golpe...decía aquello, mientras de mí se borraba todo su recuerdo.


Malayerba

lunes, 4 de septiembre de 2023

El Musguito


Él también ayuda a espantar las malas energías. La primera vez que se dejó ver, anduvo con su garrote de chocolate moviéndolo ora un lado, ora el otro. Tenía como dos metros y era tan gordo como Fêtard Loulou, el toro francés ganador en la competencia mundial del más pesado. Ostentaba una cabellera larga desde la
 mitad de la calva hasta poco más abajo de la espalda  y una barba espesa que le llegaba a la barriga. Todo él cubierto de musgo y una que otra flor. Era un gigante enternecedor cuando lo conocí por vez primera, y todavía lo sigue siendo muchos años después, aunque para él no hayan sido más que un par de días. Me pregunto desde hace cuánto está aquí, pero nunca me ha dado respuesta, aunque bien cierto es que, tampoco le he inquirido lo suficiente, porque ya la sé y solo quiero corroborarla.

Entonces en la meditación sale corriendo de entre los árboles como lo hacen los enanos, con el garrote en alto y gruñendo fuerte. Lo hace una sola vez por sesión y a veces dos, cuando alguna cargada presencia asoma para contagiarme con su gozo, tan delicioso que es, pero bien peligroso también. Pero cuando ya va a llegar a la entidad, esta huye rápidamente antes de dejarse dar alcance... Entonces él se detiene, se pone las manos en la cintura y espera un momento antes de regresar con paso tranquilo. Señal de que ya todo acabó y ha cumplido con su deber, mientras su voluntad de poder se mantiene intacta.

El guardián del caminante natural, me dijo que era, o eso me llegó por un susurro en el viento, luego de tanto insistirle. De ahí nunca más volvió a hablar, pero de vez en cuando lo veo cuando la meditación es muy fecunda y el viaje no debe ser alterado, como ahora.

Entonces primero son mis perras, que bajo el cielo nocturno, un par de veces durante el trance se levantan y arrancan a ladrar con ferocidad contra la presencia no bienvenida, hasta conseguir que prosiga su camino. Son el primer y único anillo de seguridad en el que confío siempre. Son la guardia real. La protección privada del señor imperial. Son guardianes natos.

Y luego está él, que ahora mismo acaba de irse hacia el bosque con paso tántrico de su segunda venida. Me vuelvo a preguntar desde hace cuántos milenios anda acá. Los grillos me contaron que hubo un tiempo donde le apodaban, el Musguito, porque 
cuando lo depositaron en el jardín del juego, era pura inocencia y solo espantaba las más simples energías, no las más pesadas. De ahí hasta esta noche han debido de nacer algunos planetas en la siguiente calle de la vía láctea. Mucho tiempo seguramente. 

Así que eso. Tengo buena protección cuando la necesidad lo amerita. Acabo de recordar que fue hace un par de años ya cuando lo vi por vez última, y ahora donde estaba la flor morada en su hombro que tanto me había encantado cuando se agitaba por el movimiento y dejaba un rastro hecho de un polvillo brillante, hay un pequeño arbusto donde unos traviesos pajarillos han cimentado su nido de finas telarañas.


Yerbita