sábado, 5 de marzo de 2022

LLANTA

Veo una manada de infantes y recuerdo mi lejano pasado como si fuese ayer.

Seis mocosos mi juegan con mi perra.
A una de ellas le falta una pierna, tendrá unos cinco años.
Otro camina extraño, tendrá seis. El mayor tendrá unos nueve; otra, siete, y un bebé, un bebé de unos tres meses que lo tienen gateando por la plaza,
Un grupo singular.
Percibo a la niña sin pata fungiendo de madura, parece un alma vieja.

Un grupo de seis jóvenes desfilan por el fondo y se plantan a unos treinta metros de mí.
Contrasto lo que veo y noto como la vida transcurre rápida y a la vez lenta. ¡Oh, joder!, ¿qué pasa? ¿Cómo así? Y ahora un grupo de seis, ¿pero de viejos? No mamen, el número de la bestia esta noche me enseña que la vida es corta.
Tres edades en menos de diez minutos dan testimonio de que valemos mucha verga si no le sacamos provecho a nuestros días.

Llega el blanquecino pitbull y los niños se quedan sin juguete viviente. Entre perros saben que jugar a lo bruto es lo suyo pues los humanos son frágiles seres.

¡Ooooh! ja, ja, ese hpta mocoso subido en la barra de la cicla,  de pie cerca a la dirección me refiero y las manos en el manubrio, capaz que se cae; y casi, pero no.
La diversión finaliza cuando llegan en manada a mostrarme con la cara triste y ganas de llorar de la rabia de que al dueño de la cicla que es uno de seis, el mayor, derrapando le ha pinchado la llanta trasera. Hay un hueco donde alcanzan dos dedos, ja, ja, ja, qué cabrón.

Le digo que solo hay que cambiar la llanta y el tubo, no es más. Se tranquiliza, pero se va y los demás lo siguen, yo hago lo propio y me retiro con la tranquilidad que ofrece la noche. 

Nada de especial hay aquí, salvo entender que el tiempo transcurre a toda prisa, pero nada que un porrito de marihuana no ralentice. 

Malaya