miércoles, 13 de mayo de 2020

ENTRE EL SEXO Y EL AMOR (+18)

Le pedí a los cielos una mujer que me quisiera, 
y me mandaron todo un infierno de sensualidad a mis brazos.

A penas cruzó la puerta, mi corazón entró en paro,
mi cerebro explotó,
y un fervor de ardiente lujuria estalló dentro de mí.

Contenerme a esas alturas era ya imposible.
No hicieron falta palabras.
Las presentaciones quedaron relegadas,
pues de su pecho brotaba el amor a borbollones,
de su vientre salía un torrente de pasión,
y de sus caderas, ríos lascivos se desparramaban por doquier, inundando la habitación.

Ella y yo sintonizados en la misma frecuencia,
y no se trataba de perdernos en el sexo sin control.
Esa noche, el universo había otorgado su bendición,
para que Bibi y yo nos extraviásemos haciendo el amor.

Era nuestra primera vez,
y los nervios planeaban dominar la velada, pero se quedaron tirados en la puerta, 
cuando de sus labios bebí el más dulce néctar jamás creado.
La gente hace hace siglos buscó el agua de la vida,
sin imaginar siquiera, que solo había que beberla de la boca de un ángel reencarnado en mujer,
y esta vez, estaba toda para mí.

En el lecho de los enamorados, dimos rienda suelta al placer de quererse,
de amarse, 
de adorarse.
En el suelo entonamos la melodía del amor,
porque la cama se quedó corta para que dos almas que se habían buscado durante centenios se encontraran.

Mis manos se quedaron pequeñas ante tal monumento de mujer,
pero no dejaron un segundo en acariciar y sujetar cada centímetro de su piel,
y en mi cuerpo se sentía como se rasgaba la carne a placer de unas ardorosas uñas.
Mi pecho recibía con goce las mordeduras y los besos que aquellos labios me ofrecían.

Recorrer y no dejar de besar nuestros cuerpos por el simple deleite de sentir,
hacía parte de una danza que se ha transmitido desde hace cuatro milenios.
Ella sentada con sus blanquecinas nalgas sobre mis morenos muslos, 
diciéndome que me llevaría al siguiente nivel de la pasión,
ahogándome en su pecho,
y yo muriendo irremediablemente feliz.

Habrían de celar los dioses mi gozo,
habrían de revolcarse de la envidia, pese a que eran poderosos, 
no podían sentir la gracia de morir y renacer en cada beso,
en cada caricia,
y en cada gemido exhalado, como lo estaba haciendo yo.
Terminar rendidos, 
extasiados,
fundidos, 
abrazados y amándonos, solo era cosa de dejar que la noche avanzara,
para que antes del amanecer cayéramos víctimas de un placer en extremo, manifiesto.

Y por qué hablar de lo que sentía yo y no de lo que sentía ella, se preguntará el lector.
Cómo le explico, amigo mío, que estar con ella es convertirse en amo y señor del universo,
y al mismo tiempo ser un simple esclavo a disposición de la mejor de las mujeres.
Hablar de ella es hablar de la perfección,
y para describirla... aún no se han inventado las palabras.


Malayerba & Bibi

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