Si era la que ahí estaba, la mujer que vale lo que mi sangre.
Si era el sonido estrambótico de la música.
Si era el gentío inverosímil de la multitud lo que me aturdía, o simplemente fue esa voz, la voz de un ángel que se transmitía a través de sus labios: El canal por donde me habló Dios aquella noche.
Esa, su boca, tan dulce y sensual,
tan majestuosamente vulgar y que horas más tarde me negaba a parar de besar.
No me habría separado de ella ni aunque las piedras hubiesen hablado y me hubiesen dicho, ven por el tesoro al final del arcoíris, justo por el lado opuesto de donde estaba con mi princesa. Pensando me habría quedado... Porque...
¿Qué más tesoro que ella?, habría respondido sin dudar.
Tenerla a ella, poseerla por completo, abusar de las maneras más absurdas al amor y extraer su esencia para complacerla siempre y demostrarle que vale tanto o más que mis propios ojos, es algo que haría sin pensarlo dos veces.
Si tú no eres mi tesoro, no habrá cosa igual en el universo que lo sea, le dijera.
Sí, si la tuviese de frente una vez más, la miraría a la cara justo en sus ojos y de ahí a sus labios, y luego de vuelta a sus ojos y viceversa, le sonreiría, le sacaría una sonrisa y entonces le diría con voz sensual: me gustas, nena y esta noche vas a tocar el cielo con las manos cuando nos pongamos a follar.
O tal vez, me encantas, princesa, déjame quererte, adorarte y, si no es mucho pedir y también alcanza, amarte; porque sino para qué vivir ya sin un sentido.
O quizás, me gustas, reina (como la perfección que es) o me fascinas, primor y sería un maldito egoísta, pero feliz, muy feliz si conviertes ese reina en mí reina, enfatizando en el mí, así, con todo el machismo que esta civilización me ha provisto, para demostrarte que cuando un hombre de verdad te quiere porque ha encontrado en ti su propósito de vida, quiere que seas solo de él, porque tú serás a su vez dueña total de él en alma y en cuerpo, aunque este último sea algo material de fácil extinción y olvido.
Bueno... la verdad es que... no sé qué le diría... no lo sé; dejé de pensar en ello luego de haberse alegrado mi corazón de tristeza al verla feliz, presumiendo a quien ella debe considerar su amor, y tal vez suceda lo mismo con él, dando eso a entender que aunque sea feliz con otro, también merece que te alegres por ella, aunque te dé un poquito de tristeza, aunque sientas haber perdido, aunque eso te haga recordar que todavía tenías un corazoncito ridículo que anhelaba sentir algo bonito.
Bueno... la verdad es que... no sé qué le diría... no lo sé; dejé de pensar en ello luego de haberse alegrado mi corazón de tristeza al verla feliz, presumiendo a quien ella debe considerar su amor, y tal vez suceda lo mismo con él, dando eso a entender que aunque sea feliz con otro, también merece que te alegres por ella, aunque te dé un poquito de tristeza, aunque sientas haber perdido, aunque eso te haga recordar que todavía tenías un corazoncito ridículo que anhelaba sentir algo bonito.
Yerbita
