sábado, 14 de septiembre de 2019

TIERNA MATANZA

Eran muy pequeños,
muy bellos,
hermosos si soy sincero,
pero tenían que morir;
sus padres ya estaban en el limbo o en algún rincón del purgatorio desde hace un buen rato,
y en mis condiciones yo no me iba a hacer cargo de cuatro bebés.
No concebía tener estorbos conmigo.

Tenía una pala, hice uso de ella,
no hubo otra forma,
el contacto no se iba a generar,
no los quería tocar con mis manos.

Levanté uno por uno y los tiré al hueco;
lloraban,
supongo que pedían auxilio tal vez, o un poco de leche,
aunque de seguro ni comprendían lo que sucedía.

Les encimé un par de paladas de arena negra,
negra como mi consciencia luego de ser testigo y actor principal de su muerte,
de todas formas se limpiaría más tarde al pedir perdón al altísimo.

He de recalcar cierto punto del asunto y es que el último no lloró;
me miró con los ojos abiertos como diciendo: —aquí todo termina, ¿verdad?—,
a lo que yo asentí con tristeza;
lo puse en el montón y con un golpe certero le reventé la cabeza,
quedó muerto en el acto y en el nombre de Jesús, que me perdone Dios por enviarle cuatro ángeles más.

Continuará...


Yerbatero

No hay comentarios:

Publicar un comentario