martes, 4 de febrero de 2020

ETERNAMENTE TÚ

"Dígase a los hombres la verdad y no ocultéis nada, 
que todo es llegado a saber a través del tiempo, 
y es mejor que lo sepan por la propia boca, 
que por los sucios labios de los impíos".

—Malayasca—


Tú loca por mí,
yo perdiendo la cabeza por ti,
ambos llegado al límite del éxtasis colmados alegría,
reconociendo el cuerpo del otro y recorriendo como antaño sucedió.

Nada menos y mucho más que la última vez que nuestros ojos se cruzaron;
arropados por más prendas que la piel reluciente de lascivia, 
su sabor despertando el apetito de un enfermo,
su aroma ensanchando el corazón.
¡Válgame Dios!, en ese momento no sabía si dar las gracias antes o brindarlas después del gozo, fuese lo correcto,
pero era necesario agradecer, al menos, a la vida, por la perfección de mi amada que honraba con honores a sus progenitores. 

Ante mí, la belleza de una ninfa,
la sabiduría de Atenea,
la inmensa beldad de Afrodita,
la atracción irresistible de quien fuera Eliza, mi portentosa señora.

Los años habrían de dejar huella en ella, 
cicatrices en el alma,
manchas en el corazón,
pero no por ello menos gracia,
sino más bien, esplendorosa y atractiva para quien se atravesara en su camino,
y yo, como el elegido de su corazón, me sentí el más feliz de los hombres,
superando a penas por décimas, el límite de la felicidad.

Beso a beso, piel con piel,
recreando la conquista del paraíso,
elevando nuestras almas y entregándolas en ofrenda al más alto;
transcurrió así la noche,
entre sábanas, 
alfombras,
y lozas de baño;
mágica velada que habría de sonrojar hasta al más perverso;
eterno copular entre dos jóvenes que se aman sin más.


Pero he debido marchar tal como he llegado,
sin hacer ruido,
sin levantar conmoción, 
solo con la promesa de volver
y sentir el magnánimo placer,
el suntuoso arrebato de lujuria,
y el mejor amanecer.

Tuve que marchar sin volver la vista atrás,
aunque no sin antes cerciorarme de que sus labios promulgaban un "te amo" poco antes de que me perdiera de su  vista.

He tenido que irme guardando en silencio los gritos de amor a mi hermosa gorda, 
que aunque no lo haya mencionado, 
no era necesario tampoco, pues mi cuerpo sincronizado al suyo...
decía todo lo que mi alma no podía callar.


Mayer

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