y con la bendición del cielo, arrimando mis labios a su boca,
sus ojos cerrándose,
su cuerpo contrayéndose,
y yo, como un niño en sus primeros amoríos, flotando y nada más,
me dejé llevar a donde nace el infinito,
a dónde el primer rayo de sol cobró vida,
a dónde el amor dejó de ser de los hombres y retornó a Dios.
Ante los labios que tantos años han visto pasar,
solo me dejé llevar;
fue un susurro en el cosmos,
fueron segundos,
instantes que durarían toda mi eternidad.
Un beso repleto de amor a un año de sexo,
esa fue mi elección.
Mayer
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