lunes, 24 de febrero de 2020

CUANDO DOS IDIOTAS SE AMAN

"—No amor, que estoy fea.
—No lo estás.
—Me veo horrible.
—Ya v
en, deja de joder"...


La primera vez que nos veíamos recuerdo que llegué a su casa por sorpresa,
no lo esperaba y estaba recién levantada;
había estado algo enferma por lo que no estaba arreglada,
y tardé varios minutos logrando convencerla para que dejara la vergüenza.
Según ella estaba fea,
nada presentable,
me advirtió que me iba a arrepentir,
yo solo reía,
y se mostró al fin.

Ahí estaba esa bella mujer de encantos gratos,
ahí estaba esa princesa de ojos olivaceos,
ahí estaba Eliza...
ahí se encontraba el maldito amor de mi vida.

Creí en un principio que sería de cuerpo esbelto,
de buenas tetas y buen trasero,
y de la cara ni hablar, todo un ángel para adorar;
de cabello rojizo que era mi color preferido.
Así esperaba a la mujer ideal;
sin embargo, estaba frente a mí una vieja gorda,
no obstante, una verdadera mujer fenomenal.

No me esperaba otra cosa para ser sincero,
me habría emputado hasta el límite del enfado si me salía con la cara llena de polvos y colores;
¿cuál me maquillo para verme bonita?,
a tomar por culo esas estupideces.
Su piel con diminutas manchas que marcan los años dejaba ver la verdadera belleza.
Su mirada nerviosa por no creer ser lo que yo buscaba le hacía dudar,
pero vamos,
yo no era un tipo en busca de una modelo de revista,
yo sólo le pedía al cielo una mujer con la que pasar mis días.

Y ahí me encontraba,
frente a la cosa más hermosa jamás vista,
era mi princesa con mil demonios en la cabeza,
era mi petición cumplida,
en definitiva era gran el amor de mi vida.

Nunca me interesó su físico realmente,
sino lo que bajo este se encuentra;
esa mujer completa.
Llena de cicatrices y recuerdos nefastos;
una mujer fuerte que aprendió a amarse así misma y a sobreponerse a lo negativo;
y una vez me percaté de todo eso,
fui yo quien nervioso se puso de no poder cumplir las expectativas,
y de los nervios sonreí aún cuando nunca lo hago por la torcedura de mis dientes;
y ella... ella sonrió conmigo.
Y fue en ese preciso instante cuando fui testigo de la verdadera magia;
frente a mí, la sonrisa más preciosa que mis ojos habían visto.

A la mierda los protocolos y la decencia.
Ya mucho habíamos hablado.
Tanto se había dicho ya.
Solo una cosa me quedaba por hacer,
y no pensaba en perder más tiempo.
Me acerqué con premura,
y a estar entre mi cuerpo y la pared, la sentencié,
una mano a su cintura,
y la otra a su mentón,
esos labios que resguardaban su sonrisa tenían que ser por fuerza mayor, compañeros de los míos,
y se dio.
Un beso.
Un simple beso que me elevó hasta el cielo.
Un beso para sentir la calma que profesa el amor,
para sentir la armonía.
Un beso que duraría toda la vida.
Un beso para disfrutar de su compañía.
Un beso que fue eternidad.
Un beso que me acarició y me lleno el alma de paz.


Mayer & Siham Jousef

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