viernes, 10 de abril de 2020

JUEGOS DE AMOR

Él era tierno, amoroso,
le daba todo el afecto que tenía. 
Él en un principio era medio idiota, por no decir, completo. 

Él se dejó enamorar;
él se dejó querer;
él se dejó amar, 
y en un principio desconfiaba de todo el mundo, 
sin embargo, con la llegada de ella, las cosas cambiaron y entregó todo el amor que poseía, 
porque creyó que eso era lo correcto. 

Él estuvo pendiente, 
él le daba los buenos días con una sonrisa y un beso apasionado, 
él le hacía el amor cada vez que podía.
Él se podría decir, era feliz. 

Un día tuvo que alejarse, 
pero los mensajes de buenos días no cesaron, 
los «¿cómo te fue hoy?» y el «ten una reparadora noche», 
eran enviados a diario. 
Llamadas, sonrisas, caricias desde la lejanía no se hacían esperar, 
el deseo de reencontrarse era muy fuerte ya. 

Pero un día, ella dejó de hablar;
sencillamente empezó a callar;
su amor aseguraba era infinitesimal, 
pero sus palabras no podían ocultar la verdad.

Él se dio cuenta que las cosas pasan, aunque muchas veces no entendiera su razón. 
Él sintió un ligero fastidio en su pecho con el pasar de los días. 
Cada vez era más evidente que ella no le deseaba hablar,
ignoraba sus preguntas, sus cuentos, 
sus momentos. 
De cada cinco preguntas, una respondía con sequedad. 
Palabras cortantes, simples, efectivas. 
Y al final lo logró. 

Él bajó la mirada, 
se dio cuenta que las cosas ya no eran como antes, 
que debió disfrutar más de la compañía mientras podía. 
Él quiso sonreír, pero fue inevitable que un par de lágrimas saltaran de sus ojos, 
simplemente se mordió los labios, 
se apretó el pecho, porque le dolía más, 
y se sintió estúpido por confiar en alguien más que no era él. 
Recordó que las cosas bonitas no le ocurren a la gente condenada,
y si lo hacen, son demasiado pasajeras.

Negando a aceptar la evidente realidad, 
sollozó en silencio hasta quedarse dormido. 
Allá, en los sueños, él no tenía problemas;
allá, en los sueños, él tenía amigos; 
allá, en los sueños, él se olvidaba de quién era, y solo existía fundiéndose con mil vidas desconocidas. 

Un día simplemente se cansó, 
mandó todo al carajo,
cogió un cuchillo y se mató. 

«Ella, quizá sin querer, no se dio cuenta de lo que hizo,
le dio demasiada vida a un hombre que había perdido la esperanza, 
y cuando se hubo desecho de él, 
no sólo le arrebató lo que le había dado, 
sino, la poca vida que en el corazón de él había quedado».


Yerbita

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