miércoles, 1 de abril de 2020

EL HOMBRE SIN PENE (+18 bien merecido)

Sepa, amigo lector, que en lo que en adelante se haya escrito, verdades son plasmadas; mas la ficción es inevitable que se salve de estar descrita, pues ya sea por ausencia de recuerdos de quien me ha confiado su relato, como por la afanosa tarea de recoger el mayor número de detalles de mi interlocutor en el menor tiempo, se habrán perdido algunos apartes o bien, habrán sido reemplazados con otros. No obstante, esto no afecta en mayor medida la experiencia de ser testigo de una historia un tanto peculiar.
—nota del autor—



Su nombre es J. Ricardo Buitrago o "el Espanto" como le suelen llamar. (He de saltar la mayor parte de su vida anterior a los hechos, y he referirme a un par en específico para entender de mejor manera el meollo de la situación, pues ya sabiendo que la mayoría de los lectores algún pene por mínimo que sea, tendrán, lo han de valorar tanto o más que el mismo corazón, y por ende, han de simpatizar y compadecerse con la ausencia de un hombre que no es poseedor de uno, pues de imaginarse solamente el caso, es ya una fatalidad para el espíritu).

Ricardo daba marcha a su taxi como de costumbre, y siempre al menos una vez a la semana, alguna mujer caía en su red de encanto, y terminaba follando en el asiento trasero o en el apartamento de la chica. 
Otras veces iba a beber a algún bar cercano, y entre copas de whisky y cigarros mentolados, alguna desafortunada terminaba con la verga de Ricardo en su boca, o bien cobijado con su coño, su polla.

La vida de nuestro protagonista no podía ser más agradable, un empleo sencillo, aventuras pasajeras, mujeres sin falta, una galante vida de soltero; no podía pedir más; sin embargo, esto no evita que sucedan infortunios.

Eran aproximadamente las 10:30 de la noche, era un día de mayo, 
imposible olvidar la fecha de su desventura.
Se hallaba en la cuarta copa de whisky, y en el séptimo cigarrillo,
cuando de reojo se percata de una mujer que vestía de negro y leía unos papeles en el rincón de la barra, con una tristeza semejante, aparentemente se trataba de unas cartas. 
Ricardo, ansioso de probar un nuevo coño, acercose a la joven y sin mayor problema halló en ella una conversación interesante. 

"Pocas mujeres ostentan el poder de poner en peligro la razón de un hombre, y cuando esto ocurre, es inevitable que este sienta una atracción por aquella". 
Si añadimos a esto un par de sonrisas pícaras, 
la cara de la más pura inocencia de niña, 
y una mirada que refleja maldad pura, tendremos a Valentina, nombre, que a decir verdad es insultante para tal tipo de mujer, debiese llamarse Victoria, Beatriz, o tal vez Sara, que sería nombres más apropiados para una mujer de tal temple. Pero como las cosas de este mundo no se dan como uno las quiere, encontramos a un Ricardo que babeaba por una Valentina, que como bien el lector ya habrá deducido, se trata de una perra, de una inmunda, de una maldita bruja, o la perdición de un hombre que no se alcanzaba a imaginar lo que le deparaba. 

—Hola, perdona que te interrumpa, pero no lo he podido evitar, te noto triste, ¿te puedo colaborar en algo? —ella lo miró de arriba a bajo con una sonrisa tímida y al momento exclamó—: 
—Un trago de whisky estaría bien... para empezar.
—¿Para empezar? jojo, oye, me gusta como suena eso.
—Jjjjj sí, estos últimos días no han sido buenos, tengo un desastre de vida —suspiró—, espero que el alcohol me ayude —añadió mientras se limpiaba las lágrimas y se arreglaba el cabello. Lucía demasiado hermosa al hacerlo, era perfecta en todo sentido, pero era inevitable no notar cierto aire sombrío y oscuro en su ser; pero bueno, Ricardo ya estaba un tanto ebrio para haberlo hecho, y de todas formas, su destino ya había sido marcado.

Regresó él con una botella, ya previniendo que la cosa se tendía a alargar toda la noche,
entre charlas y risas se fueron conociendo, 
contando sus cosas, el tiempo pasó, 
y al final, ella ya ebria dijo: 
—¡Lo odio!
—¿El qué?
—A ese imbécil; no sabía nada de él hasta la otra semana, y hoy, junto con estas cartas, me he dado cuenta que lo odio, lo odio tanto, como sé que lo amo —y se agarró a llorar—.

Ricardo, que era un vivo experto en consolar mujeres tristes, respondió mientras la abrazaba y le besaba la cabeza:
—¿Sabes?, los hombres somos muy estúpidos a veces, si es que no siempre, pero cuando amamos a una mujer lo hacemos con el alma, pero un tipo que se va sin dar explicación y aparece de la nada, no es de fiar.
Ella lo miró melancólica, y él añadió: 
—Vamos, te dejaré en tu casa, ya estás muy mal...
—No —interrumpió ella—. Mejor vamos a la tuya, necesito desahogarme —y le dio un beso profundo mientras le acariciaba el pecho—.

Sin perder más tiempo, Ricardo, entendiendo las señales sexuales que emanaba aquella fémina, se apresuró subirla al taxi, y a encender la marcha en dirección su apartamento.
Una vez llegados allí, ella que miraba hacia la ventana se había enmudecido desde hace un rato; 
él se bajó, abrió la puerta del lado de ella, y en ese instante el cuerpo de Valentina cayó de golpe, 
Ricardo pegó el salto y se apresuró a levantarla; 
—¡hijo de puta! —dijo ella—lo siento, jaja, no sabía que te habías dormido dijo él—idiota —replicó ella.
La cargó en brazos hasta su apartamento y una vez allí, ella pidió una ducha. 
Él, complaciente de todo, se ofreció a ayudarla a desnudarse, pero ella pícaramente dijo: —no te creas con tanta suerte, niño —mientras le guiñaba un ojo y entraba en el baño

Al poco rato, en medio del agua se escuchaban unos gemidos provenientes del baño, Ricardo, se asomó a la puerta que entreabierta se hallaba y se le encendieron de un tirón las ganas de follar, tras mirar como Valentina se complacía con su mano. Se quitó la ropa y entró en la ducha, ella al verlo cerró los ojos y se siguió tocando, el se acercó y le besó el cuello, luego su boca; sus manos ya recorrían la espalda, las nalgas y ese coño que emanaba exquisitez.
—Te has demorado, idiota.
—Pero es que... yo creí que...
—Imbécil —dijo gimiendo tras las caricias de Ricardo—. 
Luego se agachó lentamente mientras besaba el pecho, el vientre, y llegaba hasta el falo de su hombre, miraba a los ojos a Ricardo a la vez que sus labios chupaban esplendorosamente aquella vigorosa polla morena, hasta hacerlo correr inevitablemente. Pero no por ello detenerse.

Pasaron de un éxtasis inicial a un desenfreno brutal, 
entre arañazos y mordidas, él arremetía con brutal fuerza su coño, y ella no se quedaba atrás moviendo sus caderas con mayor frenesí,
la temperatura de sus cuerpos era indiferente a las gotas de agua fría que caían sobre ellos.
El primer orgasmo se dejó sentir.

Más tarde acurrucados en la cama, hablando de amoríos lejanos y de futuros inciertos, ella pidió un trago; y él como siempre que ya lo tenía todo preparado, sacó una botella de vino y un par de cigarros, y siguieron hablando y molestando hasta que quedar mucho más ebrios.

Ella se levantó, se acomodó su vestido como pudo, 
y él no pudo evitar reír al verla mal vestida, 
luego ella puso algo de música, una salsa sensual, y se empezó a mover a su ritmo;
inevitablemente la cara de Ricardo cambió y se quedó flechado tras ver como se movían las curvas de Valentina;
era arte viviente, 
poesía andante, 
se enamoró irremediablemente.

Ella se fue acercando, él la esperaba recostado,
ella con las prendas que habían regadas por el suelo le amarró las manos a la cama, le besaba por donde podía, le mordía, lo excitaba demasiado, luego amarró sus pies.
Destapó la botella de whisky, bebió un poco y le dio a beber a él, desde su boca;
luego se montó encima y con su coño húmedo masturbaba exteriormente la polla de Ricardo, esto a él le fascinaba, lo tenía ya muy tieso, pero ella no se quedó ahí, fue subiendo lentamente hasta alcanzar su cara, y se plantó en ella, 
allí, él debía demostrar su mejor esfuerzo en mamar un coño, 
en complacer a una mujer como debe ser;
ella se revolcaba agarrada a los bordes de la cama y se retorcía, mientras él le daba lengua como Dios manda.
Se corrió un par de veces, pero no eran suficientes.

Bajó luego hasta su entrepierna,
le chupó los huevos, 
le mamó la verga,
y luego se montó en ella, 
prendió un cigarrillo y dio inicio a su cabalgata,
él la miraba fumar y se regocijaba ante el inconmensurable placer que le otorgaba.
Ella dejaba caer el tabaco caliente en el cuerpo de aquél,
al inicio dio un salto, y luego se convirtió en gozo.

Ella se dio media vuelta y le mostró el ojete, preguntando sin preguntar si se lo quería meter por allí, 
él por obviedad asintió,
ella entonces bebió otro poco de whisky y el resto de la botella se lo hizo atragantar a él, que de un golpe se lo acabó,
cosa contraproducente aquella, pues había acumulado desvelos desde hace una semana, y era inevitable no perder la consciencia y querer dormir,
ella, por otro lado, y sin ningún reparo, le agarró la verga y se la fue metiendo por el culo hasta que estuvo toda adentro, 
y una vez allí se movió con frenesí a tal punto que se escuchó un chasquido, algo partiéndose, algo quebrándose,
él en su inconsciencia dejó salir un quejido leve, y ella sonrió maliciosamente,
no se detuvo y siguió hasta correrse unas cuantas veces.

A la tarde del siguiente día se despertó Ricardo, 
algo pálido, aún amarrado a su cama, aunque tenía un brazo suelto.
Recordó las delicias de la noche anterior, 
miró a los lados, 
pero ella ya no estaba,
sonrió en júbilo de todas formas y se tocó la verga,
pero si entonces ya se hallaba algo pálido, esta vez se quedó blanco, porque ahí abajo no había nada.
Levantó su cabeza incrédulo, y si había algo de sangre aún, 
esta vez toda se le bajó a los pies, al ver que en lugar de su orgulloso pene de gruesas venas,  había un grueso esparadrapo cubierto de sangre.

Miró a todos lados, frío del susto,
quiso levantarse, pero seguía atado, 
buscó algo para cortar las prendas, 
y en la mesita de noche había un cuchillo y una nota.
Cogió el cuchillo, se soltó la otra mano, y se levantó para soltar sus pies, sintió un tremendo dolor en su entrepierna.

Una vez liberado se sentó a la orilla de la cama, 
se golpeó la cabeza para despertar, asegurando que tenía que ser una pesadilla,
pero era real, todo aquello lo era;
miró su celular,
lo agarró para llamar a la policía y pedir ayuda y justicia para aquella maldita puta,
pero al encenderlo se quedó pasmado;
helado;
habían fotos allí:
una mujer con antifaz;
ella mordiendo y cortando un pene;
luego en la cocina sacando tajadas cual salchichón;
luego otra en la licuadora con vino adentro y en ella echando las partes de su verga;
cada foto era peor que la anterior, pero siguió revisando ese proceder hasta que en la ultima aparecía el mismo Ricardo, con los ojos perdidos, pero bebiendo alegremente aquél jugo terrorífico.

Quedó petrificado al ver aquello,
no se podía mover,
se sintió desfallecer;
¿quién era esa mujer?, ¿por qué tuvo que sucederle eso a él?,
estaba demasiado asustado,
luego brilló un esfero con la luz del sol, y justo debajo una papel que decía:
«¡¡Por favor no!!, ¡¡señor!!, ¡¡por favor!!, ¡¡se lo suplico!!, ¡¡¡NO ME HAGA DAÑO!!!»

Esas palabras retumbaron cual cañonazos en la mente de Ricardo;
su memoria le recordó vívidamente los gritos de auxilio de una niña indefensa a punto de ser ultrajada.
Se quedó como ido, como muerto,
se quedó en el limbo.

Venganza... o justicia, fue lo único que alcanzó a pensar antes de perder el conocimiento...

Continuará... 


Mayawell

2 comentarios:

  1. Genial pero no apareció ninguna pija en foto, me siento estafado

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    1. No hay necesidad de dañar la imaginación creada por el lector. xD

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