martes, 14 de abril de 2020

AMOR DE UN RATO

—¡Termíname!, ¡vamos!
¡Acaba con esto, hija de puta!
¡A que no te atreves, perra! 
¡A que no puedes, maldita bruja! 
¡¿Por qué? ¿Ah? ¿Por qué?! 
¿No sabes?
¿Te has olvidado?
¡Pues te lo voy a decir maldita sea! —y se mandó una bocanada, por no decir la mitad de la botella de ron, mientras tambaleándose se agarraba a un poste de energía, cogió aliento y con todas sus fuerzas gritó—:
¡PORQUE TÚ ME AMAS, PERO...PERO YO... YO TE DOY MI VIDA ENTERA... YO TE AMO MÁS! ¡¡¡MALDITA GORDA!!!

Clara, que hasta ese entonces había permanecido en silencio detrás de la pared, dejó escapar un chillido que sus manos no pudieron detener. 
Abajo, en mitad de la calle, Raúl que se creía superior a los estúpidos que hacen pendejadas, 
y que sentía repugnancia al ver sus actos, estaba ahí, realizando una bajeza;
con la camisa rota, 
los pantalones revolcados, 
la cara golpeada (a saber en dónde se había metido), 
pero se hallaba ahí, de una manera tan déspota como sublime y en medio de un barrio de gente de alto estatus, gritando a viva voz, lo mucho que amaba a Clara, la bella mujer de los labios rojos, los ojos de cielo y de gruesa figura. 

Bien sabía Raúl que era un peligro ingresar allí en ese estado, y mucho más, armar un escándalo a media noche de un domingo, 
pero ya se había hecho a la idea de perderla, por lo que restaba importancia si los guardias del conjunto le mataran. 
Así que lo hizo de todas formas. 

En efecto no pasó mucho tiempo del escándalo, cuando llegaron tres hombres corpulentos con mala cara, 
Raúl a penas los vio, se acercó a la casa —¡Clara! ¡Claraaaaaaa, sé que estas ahí! Mira, mira lo encont... —y de repente un golpe le calló la boca, otro más le reventó una costilla, y arrastras se lo llevaron

Clara, mordiéndose los labios agachaba la cabeza, mientras oía sin escuchar los regaños de sus padres. No era una niña, tenía ya 25 años, pero aún la consideraban una pequeña. 

Al otro día, mientras paseaba a Tomas, su caniche, miró que algo brillaba en el césped,
al recogerlo se dio cuenta que era el anillo de su abuela, el diamante incrustado en el anillo de oro con el que un gran hombre le juró amor eterno y la hizo feliz, 
y Clara, deseaba tener un amor igual y hasta mejor. 
Ese anillo fue robado junto con otras cosas cuando vivían en otro barrio antes de mudarse allí y justamente por esa razón lo hicieron;
era además, el objeto que un día le había enseñado a Raúl, diciéndole que quería uno igual cuando se casaran, aunque no lo decía enserio, pues sabía bien que costaría al menos un ojo y un riñón para conseguir uno; sin embargo, 
Raúl como buen hombre, le prometió que tendría uno más bonito. 
Eran sus tiempos de mayor felicidad y dónde los sueños se sentían palpables. 

Pero por una cosa y otra, error de ambos y presiones familiares, ella hubo de alejarlo aunque se le partiera el alma. 
Tuvo un pretexto y es que el día en el que fue a la fábrica a cortar con él, miró que Stephanía lo abrazó y le dio un beso en la mejilla, pero por el ángulo en el que se hallaba parecía que fue en la boca. 
No tenía idea de que Stephanía fuera la novia del ingeniero y que un día Raúl la salvó de que le cayeran unas varillas encima poniendo su espalda y recibiendo algunas heridas, por lo que fue recompensado por el ingeniero y se ganó la amistad de la joven. 

Sin embargo, para Clara no fue necesario nada más, y por puro impulso le mandó a la mierda bajo la mirada de todos, y se retiró antes de que alguien la pudiera sacar de su error.

Raúl insistió, la buscó, pero ella no hizo caso,
le dolía hacerlo, en realidad no quería, pero, era terminar sus estudios y tener un futuro más accesible, o irse con Raúl que a decir verdad, era un joven un tanto idiota, pero lleno de ilusiones y sueños que esperaba hacer realidad junto a ella.

El caso es que le terminó el viernes, y en realidad sonó más a un capricho y una joda que a un corte serio de la relación,
sin embargo, ya muchas cosas se habían acumulado y todo ello llevó al joven a beber en exceso, todo la noche y el sábado.
Clara no sabía nada de ello, pero cuando vio el anillo se sobresaltó, 
se fue directo a averiguar a donde habían dejado a su novio;
después de mucho insistir, le dijeron que lo habían devuelto a su casa.
Clara tuvo un mal presentimiento, 
cogió el auto y salió hacia allá,
tomó un atajo, y sin saber, pero con una corazonada miró que a un lado del estadio que daba a un humedal, unos cuervos volaban;
y como si algo la llamara, se dirigió allí, 
y como era de esperarse, había un cadáver, era el de un perro de gran tamaño ya muerto hace un día quizá; 
pero más allá, cerca a unos matorrales, la figura de un hombre.

Clara se acercó apresuradamente como si supiera que él estaba allí,
y lo encontró, pero era tarde ya;
lo habían golpeado demasiado, su rostro estaba reventado,
había recibido algunas puñaladas que cubría con esparadrapo, pero eran más anteriores a la noche, en todo caso, se acercó a su pecho y su corazón aún latía vagamente;
sacó fuerzas y lo llevó al carro, 
de ahí al hospital, 
pero nada más entrar la situación se complicó;
entró a cirugía, y un momento después le dijeron que tenía hemorragias internas y que no pudieron hacer nada, pues era ya muy tarde, que era un milagro que haya durado tanto.
Clara sintió que su alma se volvía añicos.

Luego del proceso respectivo, lo hizo cremar;
por lo que sabía, solo tenía una hermana y una madre que hace años no veía, por alguna razón se habían alejado,
pensó en enviar sus cenizas a ellas.
Luego fue a su casa, un pequeño cuarto en las afueras de un barrio de clase media baja, 
empacó algunas cosas que creyó debería enviar.
Halló un reloj de su padre,
unas fotografías,
unos libros,
y un montón de escritos donde había plasmado cientos de sueños e historias;
al final, bajo su cama, había una caja de madera;
la abrió y ahí había envuelta en un sobre carmesí, una carta,
y en ella, se contaba la historia de un hombre que un día encontró al amor de su vida en una mujer que no esperaba jamás, en las últimas líneas le proponía matrimonio.
Clara no pudo contener las lágrimas.
De pronto golpearon la puerta, ella abrió:

—Ammm...Clara, ¡hola! —era Stephanía que llevaba una bolsa en la mano y que la había reconocido al instante—.
—¿Quién eres? —dijo clara limpiándose la cara.
—Stephanía... ammm ¿te encuentras bien? 
—...
—¿Está Raúl?, le traigo una sorpresa dijo sonriente—.
—Está muerto —dijo.
 —¡¿QUÉ?!...Stephanía se quedó helada—.

Clara le contó lo que sucedió,
Stephanía la odió y le dijo miles de cosas mientras lloraba amargamente,
Clara solo calló.
Después de un rato le tiró el la bolsa,
—¿Qué es? —preguntó Clara—.
—Tu anillo de bodas —dijo ella mientras se levantaba—.
—¿De qué hablas?
Y Stephanía le contó que Raúl le había hablado del regalo para su novia, y ella a su vez convenció a su novio de que debía darle otra bonificación a Raúl por haberla salvado, y el ingeniero que sabía bien que su empleado era alguien que se había ganado eso y más porque era un buen trabajador, lo hizo. 
También le contó que en las noches iba a trabajar de celador en una vieja biblioteca y entre otras cosas iba reuniendo dinero para comprar el anillo, pero de todas formas, aún salía costoso, así que Stephanía buscó entre sus conocidos, y un orfebre, amigo de su padre, se ofreció a hacerlo por un precio mucho menor. Raúl contento de la dicha aceptó y el dinero que faltaba Stephanía se lo dio como regalo de bodas. 
Eso y otras cosas más le contó, y se marchó.

Clara se quedó ahí, sentada en el suelo, abrazando un anillo que contenía un hermoso rubí en forma de corazón y la letra C y R talladas en él. Era de oro y plata lo demás, a decir verdad, no valía tanto como el de la abuela, pero era demasiado hermoso.

Clara se lo puso, apretó la carta en su pecho, y se quedó llorando por varias horas sin parar.
Su padre que la anduvo buscando, la halló tirada en el suelo, inconsciente, se había desmayado.

El tiempo pasó, pero ella no se pudo reponer,
entró en depresión y un día solo se puso a beber mientras conducía ,y cuando miró que ya quedaba cerca el barranco apretó el acelerador a fondo.

Fin


Malayerba

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