viernes, 6 de marzo de 2020

SILLA ROJA (+18)

Me abrazó por la espalada;
comenzó a besarme el cuello;
a acariciar mi pecho,
me desabrochó la camisa.
Hizo que me corriera un poco y le diera campo para poder sentarse sobre mis piernas,
y así lo hice.

Sin más adornos que una camisa que le dejaba el ombligo expuesto
y una tanga rosa de princesa,
halló comodidad sobre mis muslos;
me miró fijamente y me dijo que no tendría que parar,
que siguiese en lo mío mientras ella hacía lo suyo.

Yo que en otra cosa no podía pensar más que en devorar toda su feminidad,
entendí lo que Juliana me proponía, y acepté el reto:
Contenerme cuanto me fuese posible en tanto su orgásmico cuerpo hacía todo lo concerniente por llevarme por el camino hacía su infierno.
Sonriente me besaba el cuello sin cesar;
jugaba con mi barba,
sumergía ardorosamente sus manos en mi pecho;
rebuscaba cada pizca de calor en mi seno y lo hacía florecer.

Para entonces yo ya tenía la polla más dura que una roca de granito,
y mis manos ya no sabían seguir las indicaciones de mi cerebro,
y las líneas de un fino texto en las que se suponía compondrían una historia de amor inocente,
plasmaban poco después de la llegada de July, una sarta de burradas y lascivas intenciones, 
escribía ya para entonces cosas como: 
"Comerte July, solo eso quiero.
Chuparte toda.
Perderme en tus escondrijos de perversión pútrida.
Ahogarme amamantando tus tetas.
Saciar mi sed con la saladez de tu sabor"...

Yo ya no podía continuar, era natural, 
soy hombre débil ante la buena carne,
ante la blanca pureza de una puta que decía ser toda mía.
Una compañera  a la que cambiarla con todo el oro existente era una cuota demasiado pobre.
Es el recuerdo de una mujer que en mi corazón guarda reposo.

Así que renuncié a la competencia,
y me rendí a sus pies.
Una vez más ella ganaba el juego,
y yo era tan dócil bajo su mando,
que ella podía hacer conmigo cuanto quisiera.
Era el precio de perder en el duelo;
y era mi regalo ser todo suyo.

La silla roja frente al escritorio donde se quedaron olvidadas mis historias,
trae a mi memoria los inimaginables ratos de pasión.
Noches de faena y gloria absoluta,
noches de gozo que son imposibles de relatar en los libros,
porque hacerlo sería un irrespeto a  nuestro acto delictivo.
Plasmar en el papel lo que Juliana conseguía provocar,
debe darse como tarea a la imaginación más enferma y más perversamente sexual que cada uno podrá crear.


Malaya

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