Es una mujer de mando.
Le gusta marcar su territorio.
Su lugar.
Que sepan quién es ella;
que sepan que soy de ella y de nadie más.
Le fascina tener el control.
Dictar y que se cumplan sus deseos, es la ley.
Y yo,
yo no es que sea su esclavo ni su perro faldero,
pero el solo hecho de verla con tanto empoderadamiento me enamora;
porque llegada la noche,
a cuatro patas como los perros, la convierto en mi perra;
mi golfa,
mi puta,
mi esclava sexual,
donde desfogo toda mi furia,
y donde ella se olvida de su corona y queda rendida ante un colapso de placer tan magnánimo que pocas mujeres en su vida logran sentir.
Mayer
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