lunes, 23 de marzo de 2020

LA CONDENA

Es quizá poco natural que un hombre se vea así mismo en su boda.
Es quizá difícil de creer que con tantas situaciones hoy en día, la unión del amor sobresalga.
Pero ahí estaba yo, no vestido de traje ni tampoco elegante,
sino con prendas suficientes como las que se usan en el paraíso; 
y esperaba a lado de quien fuera el responsable de la unión de dos seres que se adoran, 
y que más que humano, era amo y señor de algún jardín de mágica ensoñación.
Aguardábamos con impaciencia a quién una vez cruzada la puerta, se convirtiera en el ser más hermoso y perfecto del universo.

Bajo un árbol gigante adornado por millares de flores radiantes;
el suelo de hojarasca;
y en un tiempo donde el sol calidecía con suma delicadeza, me encontraba yo.
No tomado de la mano, 
ni agarrado de gancho, 
sino abrazando por la cintura dando cobijo a mi amada,
mientras ansiosos esperábamos el momento en el que aquél hombre preguntara si deseaba pasar mi vida junto a la mujer que amo.

Violando todo protocolo tradicional,
saltando la cháchara innecesaria,
y sabiendo que no importase qué,
ya se había establecido que pasaría lo que me quedase de vida,
ardiendo en el infierno del que se componía mi mujer,
aquella hembra por la que daba la vida y mucho más.

A continuación y sin mayor sentido,
aparecí colgando de un globo elíptico que fue atacado por bestias de un mundo ajeno,
y entonces caí al vacío;
fue ahí cuando desperté.


Mayer

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