lunes, 1 de junio de 2020

UNA NIÑA POR AHÍ

Paulatinamente su vida decayó.
El cielo oscureció de su vida el rojo pasión.
Las noches olían a promesas rotas,
los días se tiñeron de gris.  

Presa de la melancolía, desfogó su ira.
Contra su cuerpo asentó varias veces el cuchillo,
la sangre fluía lento por las ranuras de la cerámica,
y con un último suspiro se despidió del mundo.

De pronto emergieron del subsuelo unas sombras que despertaron a la niña,
no tenían ojos, ni boca, pero miraban dentro de su ser y le dijeron cosas horrorizaron por completo su alma;
la niña entró en un desesperado tormento,
se estaba muriendo y ya no había vuelta atrás;
cerró sus ojos y se dejó llevar.

Al otro día sin poder entenderlo, oyó los gritos de su madre que la despertaban;
se sintió molesta y limpiando su cara se levantó;
recordó entonces que debía estar muerta,
pero amaneció recostada en la cama con los pies a la cabecera,
y entendió que le fue concedida una oportunidad más.

Recogió su cabello;
se miró al espejo;
una lágrima rodó por su mejilla,
y entre la canela piel de esa bella negra, un rayo de luz se posó.

«La vida es una mierda,
el mundo apesta,
y pese a lo de ayer,
quizá lo mejor sea que en realidad esté muerta», pensó para sí.
Pero afuera había dejado de llover,
y un pájaro aterrizó en el patio,
llevaba una pierna herida,
cojeaba,
tenía un ala rota,
y aún así seguía cantando y se fue volando luego de recoger una rama.

Insignificante la escena,
pero una buena enseñanza,
porque la niña de los ojos bonitos entendió que debía seguir,
que ningún mal duraría eternamente,
que lo único que debía hacer, era soportar un poco más.

Transcurrieron cuatro años y la niña se hizo mayor;
para entonces había trazado su camino:
alejarse de lo que le hacía daño.
Llenó en un maletero unas prendas,
un par de sonrisas,
unos cuantos poemas,
y las ganas de luchar por sus sueños.
Sin más cosas que una vida fragmentada,
salió en busca de su lugar en este mundo.
Tras tropiezos, 
decepciones,
ganas de tirar la toalla,
y un par de lustros demás,
halló en el camino un amigo real, 
y de pronto, fueron dos,
y un par de kilómetros más allá, apareció el tercero.

A los noventa y cinco años, 
cuando estaba en su lecho de muerte,
la rodeaban incontables personas,
todos ellas sintiendo amor por quien les alegró su vida,
cuando estaba a punto de morir,
vio emerger del suelo unas sombras,
y se dio cuenta de que ya era su hora,
y se fue sonriente con un corazón contento, sabiendo que cada día es una nueva oportunidad de hacer algo mejor,
y que al fin y al cabo, optar por vivir, había sido su mejor elección.


Malayerba

https://youtu.be/MPWz8glmgTE

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2 comentarios:

  1. Inevitable experimentar, tristeza, alegría, dolor...la belleza de las emociones expuestas en palabras. Gracias.

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