sábado, 6 de junio de 2020

POETA DEL CHIQUERO CAP. IV: Camila

A punto de abandonarlo todo y lanzarme por la borda,
recapitulé el último día en el que saboreé un culo.
Sabía a mierda de hecho, pero en el momento mis organismo no estaba enfocado en otra cosa más que en brindar placer.
Ver cómo se retorcía por el gozo, era algo espectacular,
pero manosearle la verga mientras lo hacía, uff era aún más fenomenal.
Ok no, lo último es joda, ah, pero te has quedado con cara de WTF, ¿no? Con el qué putas,  ¿no cabrón? Ja, ja, ja.

En todo caso, era una menor de edad, aunque ya mucho sabía de lo que hace la gente mayor,
creo que incluso más que yo.
Tenía unas preciosas nalgas blancas y un agradable bosque lleno de bellos que adornaban su exquisita entrepierna.
Recuerdo entonces aquel momento, y me doy cuenta de aquello es un placer por el que vale la pena seguir vivo.
Follar un coño joven es delicioso, pese a que es un placer mundano y demasiado común. 
No obstante, hay quienes aún no lo han experimentado, siendo la cosa aquella una de las simples de lograr en esta vida. 

Fumar marihuana y encantarse al ver el cielo estrellado, es otra de las cosas por las que merecen la pena mantener la vigencia. 
Son estas las libertades sencillas y pasajeras que enriquecen el espíritu de verdad.

Acto seguido enciendo otro cigarro aun cuando prometí dejarlo. 
Pero las promesas son como cuerdas que te atan, y ¿qué haces cuando estás atado?, pues lo normal, tratar de zafarte, pues una promesa a una muerta ya no tiene validez. 
Que fácil es romper la atadura después de todo, ¿no? 

Un par de billetes y tengo a una puta encima moviéndome las nalgas. 
Fue así ocurrió mi segunda vez.
Yo todavía inexperto en el acto, no sabía cómo manejarme, 
por lo que sin mayor esfuerzo llegué tan rápido al orgasmo que sentí la humillación y la vergüenza de saberme tan poco hombre en el lecho de una dama. 
Pero me recompensó con un lindo beso, la negra, y me hizo entender que solo me hacía falta experiencia, igual que todo en la vida. 

Loco, y las apariencias engañan demasiado. 
Ves una chica guapa por ahí y pareciera que todo en ella es magia, tanto que al meterle la mano, te saldrían los dedos empapados de una viscosidad arco iris y polvos mágicos;
pero ves a la misma chica un lunes por la mañana y te das cuenta de que entre tú y ella no hay mayor diferencia, en cuestión de fealdad, 
así que no pongas en un pedestal cualquier culo.

La noche de un viernes, y el desenfreno de un sábado son buenos momentos para ver el lado rebelde de la sociedad;
como el sábado en el que andaba rodando por la ciudad y en un rato de cansancio, me eché a dormir en un callejón abrigado por unas bolsas.
Me desperté recuerdo a qué hora,
pero la luna ya estaba en lo alto justo arriba de mí,
y los sonidos de un par de azotes y unos ahogados gemidos, fueron la causa de haberme hecho perder el sueño.

Moví la cabeza y vi como una niña unos quince quizá estaba en el suelo con sus prendas echa añicos,
y dos tipos agotados, bebían unas cervezas más allá,
le tiraron unos billetes y se fueron caminando.
Me quedé observando, pero la nena no se movía,
así que me levanté y me percaté de que estaba inconsciente.
Estos  papayasos como le dicen en mi país no se pueden desaprovechar.
Eran a penas cinco dólares, pero igual los guardé,
me percaté de que la niña estaba con el culo levantado aún y no podía dejar eso quieto,
me saqué la verga y con un poco de esfuerzo, porque la tengo algo gruesa, se la fui hundiendo hasta el fondo.
Estaba con algo de prisa, así que fue rápida la cogida.

Luego la acomodé entre las bolsas,  la cubrí y me fui a dormir a donde estaba.

Un perro me orinó en la frente y aunque estaba soñando que estaba lloviendo caliente, me desperté,
pero era el hijoperra burlándose de mí.

Me levanté y seguí mi camino, 
pero al niña aún no despertaba, estaría muerta, fue lo que pensé.
De pronto movió la cabeza,
y abrió los ojos,
me miró y me dijo:
—Llévame a casa.
—¿Dónde vives?
—En la octava luna, cruzando el río.
Sí, conocía el lugar, pero  qué putas hacía ella por estos lugares.
La levanté,
le presté mi chaqueta para cubrirse del frío,
y la llevé a la espalda.

—Oye, espera.
—¿Qué?
—Vamos para allá.
—Pero eso es el despeñadero.
—Lo sé, vamos.
Y la llevé hasta ahí.

Saqué un cigarro y lo encendí. Ella miraba el paisaje.
—Dame un poco.
Le pasé el tabaco y lo fumó con suma soltura, sintiendo el fluir del humo por todo su cuerpo.
—¿Quieres cogerme?
—Pues, bueno.
Y la agarré sin más en ese áspero lugar,
tenía las tetas muy suaves y firmes,
sus pezones era de un rosa perfecto.
Su belleza era maravillosa.
Pero no pregunté quién era ni qué hacía por ahí.
Sólo me enfoqué en llenar de espesa esperma su juvenil coño.

—¿Satisfecho o quieres más?
—Aproveché ayer, no te preocupes.
—Ah, vale. Gracias por todo.
—No he hecho nada.
—Toma —me dijo mientras se sacaba un piercing de oro de su lengua y me lo extendía—. Gracias por traerme —añadió—.

Se lo recibí y la miré extrañado.
Luego dio un par de saltos, corrió dos pasos y se arrojó hacia el fondo del barranco.
—Vaya mierda —pensé mientras daba otra calada—.
Me asomé y en el fondo, las rocas se habían pintado de un rojo brillante que relucía con el sol.

En el camino de regreso me tope con un trozo de periódico donde se ponía la foto de una niña desaparecida desde hace una semana,
era hija de un matrimonio conocido en el otro lado de la ciudad.
«Camila de catorce años había huido de su casa porque sus padres se la pasaban peleando, y ella siempre estaba sola,
había empezado a consumir drogas a los doce y se convirtió en un problema a los trece, empeoró a los catorce, y el 22 de junio cumpliría sus quince.»

Veintidós era ese día, 
asumo que tenía planeado su muerte de alguna forma en esa fecha,
y bueno, en ese momento solo pude decir que,
saboreé Camila antes de que sea tarde, ja, ja, ja.

—¿Y qué con eso?
—Ah pues nada, que conseguir sexo es fácil.
—Pero esa mierda fue muy extraña.
—Ja, ja, sí, supongo, pero hay que disfrutarlas mientras se pueda, ¿no?
—Pues que hijo de puta eres.
—¿De verdad?
—Pues sí.
—Pregúntame cuanto me importa.


Malayerba

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