En sus ojos, la maldad se torna atractiva,
incita a cometer los más atroces pecados y,
sin embargo, se llevarían a cabo con el mayor deleite.
Cuando arruga su frente esa mirada se torna fría y cruel,
y, sin embargo, produce en mí una irremediable sed de besarla.
Y cuando su mal genio asoma, tiemblo,
porque alguien debe pagar el castigo,
y generalmente soy yo.
Y tiemblo por las ganas de poseerla por completo;
de arrancarle a dentadas la ropa,
morder con mesura su cuerpo,
y complacerla a tal punto que el placer extático le haga olvidar el mal humor.
Porque sé que al final sonreirá,
y lo hará con la máxima sinceridad,
tanto que no dudarán mis sentidos en gritar a todo pulmón que la quiero en mi vida,
cada día,
cada hora...
y a cada instante.
Mayer
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