martes, 3 de noviembre de 2020

LA CHICA DE LA BLUSA VERDE

Llegó a la tienda un lunes y la recibí complacido.
Traía puesto una blusa verde claro y de tirantes, lo que dejaba ver sus delicados brazos desnudos, además de un pantalón blanco que le daba un ambiente natural y de libertad.
No podía faltarle la sonrisa, tenía una de las más hermosas que he visto, de esas que se adornan con hoyuelos, perfectas les dicen.
Tendría alrededor de veinte años, 
pero su rostro reflejaba algunos menos, hasta tenía un aire infantil.

Compró un de litro de crema de leche en bolsa, porque el tarro traía muy poco y necesitaba hacer un postre para unos cuantos. 
Algo me dijo, yo le respondí,
de ahí seguimos hablando por un par de minutos.
Se reía mucho.
Me hacía reír demasiado.
Era muy divertida, 
y aprovechando el buen humor que tenía le ofrecí otras cosas, 
pero no tenía dinero, 
y a parte solo iba por el encargo, 
entonces le regalé un chocolate.
Se despidió amablemente y se fue.
Su visita me dejó un aire de bienestar. 

En la tarde me había preparado para salir. 
Ella había vuelto solo con la esperanza de encontrarme nuevamente, 
pero no atendí yo esta vez. 
—¿Que cómo sé que iba buscándome? ah pues, porque cuando salí, 
ella que estaba ahí en el anden, al verme, su cara se iluminó al igual que la mía, 
y se me acercó muy contenta.
Me saludó a la vez que yo le hacía un cumplido de lo linda que se miraba. 
—¿Qué has comprado? —pregunté—, me sonrió y me enseñó un chicle. 
—¿Solo uno? Qué tacañería —le dije—, y partiendo la caja a la mitad me alargó una pastilla. 
—No venía comprar, tonto —me respondió con una mirada tremendamente coqueta—. Solo venía a buscarte, pero me dio cosa y para disimular compré eso. 
—Oh ya veo, pues bien, vamos. 
—¿A dónde?
—A caminar, obvio, la tarde está muy bella.
—Bueno —me dijo contenta—. Y como si fuese una vieja conocida, se enganchó a mi brazo y empezó a hablar y hablar de cosas, tantas, que ya no recuerdo,
y es que no le ponía mucha atención, era la verdad, 
me hallaba perdido en su escandalosa risa de niña dulce. 
Me hacía reír mucho también. 

Así caminamos varias cuadras hasta llegar a un parque. 
Nos sentamos a la sombra de un árbol. 
Y ella muy cerca de mí, me hablaba de que llevaba poco tiempo en la zona, que era de otra ciudad. 
Entendí entonces porqué me parecía tan singular. 
En un momento de la charla me besó como si ya lo hubiese hecho mil me veces, y sonrió. 
Así que la traje hacia mí y le devolví un beso más intenso.
Nos acariciamos tanto que me entraron ganas de hacerle el amor ahí mismo. 
Y eso me propuse. 
Fui resbalando mis manos por su espalda. 
Acariciaba su pecho. 
Ella soltaba leves gemidos,
y procedí a quitarle la blusa lentamente, mientras le besaba el cuello. 
Quedó con el brasier blanco de encaje, 
se lo había desabrochado ya, 
pero al momento se detuvo y me alejó. 
—¡NO, IDIOTA! ¡AQUÍ NO, HAY MUCHA GENTE!
Y se cubrió nuevamente muy rápido. 
Me reí mucho, pero me sentí frustrado.
Estaba colorada debido a la excitación de momento, 
así que me detuve a contemplarla unos segundos.
El tinte rojizo en sus blancas mejillas la adornaba tiernamente. 
No obstante, me miraba enojada, 
pero era un enojo sexy, de ese enojo que gusta, que dice que todavía no, que después lo hacemos. 
Era el enojo de tener que esperar. 

Era la primera vez que la veía.
Ni siquiera sabía su nombre. 
Ella no conocía tampoco el mío.
Pero hablamos de todo y tantas cosas que en cuestión de minutos ella completaba lo que yo pensaba, y yo decía lo que ella quería expresar. 
Tan conectados estuvimos que lo demás quedó de lado. 
Al final le pregunté:

—¿También me soñaste?  
—Sí, exactamente así —respondió—, aunque en el sueño si cogíamos en el parque. 
—Y porque no lo hacemos realidad —le propuse. 
—Porque... No sé, me da cosita jjj —dijo sonriendo. 

Yo reí y no puede hacer más que besarla. 
Nos pegamos los labios durante el resto de la tarde. 

No nos vimos más de una semana, 
pero a partir de esa misma tarde ya entrada la noche, follamos como animales, 
y de ahí en todo lugar y a toda hora. 
La delgadez de su cuerpo. 
La sencillez de su alma. 
Su mirada de niña tierna. 
Su sonrisa de picardía, 
Con ella, siete días fueron la dicha merecida, 

Nos encontrábamos como sabiendo de antemano donde estaríamos. 
Hasta que un lunes, no la encontré donde creí debía estar. 
Me dirijí a su casa y allí me atendió una cuarentona.
—Disculpe, se encuentra... —Ahí recordé que no sabía el nombre—. Se encuentra la chica. La niña esta ¿la flaquita?, je, je. 
—¿Perdón qué? —Dijo ella. 
Entonces le indiqué una foto que tenía, 
—Ella —le dije. 
Y la señora me miró feo, y sentí su mal humor contenido.
—¿Y usted quién es? —preguntó—.
—Solo un amigo, conocido. No sé nada de ella desde ayer y creí que la vería hoy, pero no llegó.
—¿Qué le pasa, joven? Ella murió hace ocho días. 
—¡¿Qué?! Pp... P.. Pero ¿cómo así?
—El carro en el que venía se estrelló contra una tractomula, y ella murió junto con otros tres pasajeros, era mi sobrina, y venía a quedarse unos días conmigo. 
—...
—Oiga, joven, ¿está bien?
No respondí, me sentí mareado, 
—¿Cómo se llamaba? —alcancé a susurrar antes de que se apagase mi voz.
—Jazmín respondió. 
—Gracias. 

Y me fui caminando lento.
El cielo se puso gris.
Y sentí un fuerte dolor en pecho.
¿Qué había pasado?, no lo entendía.
Si ella no estaba... todo este tiempo que anduvimos y la gente que nos miraba riendo... 
No, no nos miraba riendo,
solo miraban a un loco que hablaba con él aire...
y se reían de mí. 

Sin darme cuenta seguí caminando hasta un lugar en la falda de la montaña, uno de los primeros lugares donde había hecho el amor con Jazmín.
Encendí un cigarro y entonces sentí una mano sobre la mía que lo apartaba de mi boca. 
—No fumes, me dijo. No me gusta que lo hagas, detesto el olor.

Giré la cabeza para los lados, pero nadie había, 
estaba solo.
La verdad es que no lo entendí.
No tuve ninguna otra señal.
A lo mejor y solo me volví loco,
o quién sabe, y a lo mejor era su alma que me había buscado desde el más allá.
A veces quiero pensar que fue lo último, 
pero cuando salgo, la gente me mira raro, 
y entonces lo entiendo...algo me falla.


Malaya

sábado, 31 de octubre de 2020

POETA DEL CHIQUERO CAP IX: Un tiempo de felicidad

Siempre supe que la estatuilla guardaba un secreto, no por nada la dueña quería librarse de ella, pero tampoco estaba entre sus planes regalarla, así que a cambio de ayudarle a cultivar su jardín, la anciana aceptó dármela. 

Sucedió un día cualquiera, 
era un martes de octubre;
esa noche el sueño había escapado de mí.
Me había quedado mirando la pared detenidamente al punto de dormitar, incluso roncar levemente,
y entonces, a través de la luz que emanaba la lámpara, la mujersita que pintaba un lienzo, se movió. 
Me percaté que la sombra se agitó y abrí los ojos perplejo; 
miré como la diminuta mujer del vestido corto y el sombrero de paja,
movía sus manos como guiando una orquesta, como poseída por una melodía tranquila.

Yo estaba en proceso de dormir, pero no lo hacía, por tanto, aún no podía achacarlo a un sueño.
Giré la cabeza hacia la mesita de noche y la estatuilla se quedó quieta.
—De todas formas ya te vi —le dije.

Entonces la muñequita de madera hizo un gesto de sonrisa mientras me volteaba a a ver.
Luego lanzó una carcajada. 
Y al instante, por obra y gracia de lo que nosotros llamamos: milagro, 
magia, 
el khe berga, 
el qué putas, 
el ¡¡GUATAFAC!! (wtf)..
La pequeña estatuilla cobró forma humana y rasgos humanos. 
Resta decir que la impacto fue grande.
y un infarto asomó a la vuelta de mí corazón. 
Ni siquiera alcancé a cubrirme con las sábanas para evitar el espanto tan repentino, 
no obstante, todo aquello fue pasajero, 
porque la maravillosidad me eclipsó de manera irremediable;
y es que tenía frente a mí a una hembra, qué digo hembra, ¡hembrota!, qué digo hembrota, ¡hembrísima!, un mujeronón, ¡¡¡no, no, no!!! ¡¡¡Qué cosota por Dios santo!!!

Se sentó en la orilla de mi cama y mirándome fijamente me sonrió de manera tan pícara que entendí todo y nada a la vez. 
Cerré entonces la mente para dejar de pensar, 
y cedí el control al resto de mi cuerpo para que se encargase de lo demás. 

La tumbé de espaldas en la cama.
El sombrero voló hasta el rincón.
Le desabroché la blusa.
Le arranqué el pantalón. (No, mentira, tenía falda, pero es que pantalón rima, jeje). 

Huelga decir que todo iba entremezclado en besos, caricias y un aroma que no tenía igual.
Deduje entonces que todo aquello no podría ser real. 
Que en efecto, dejé de dormitar y me había dormido, 
y en la dormidera aquel sueño precioso afloró.
Por obvias razones no iba a desaprovechar la oportunidad, y antes de despertar, me propuse sacarle todo el jugo al asunto. 
Me dispuse a recorrer con la lengua su cuerpo de porcelana y morderlo suavemente, siendo esto una cosa gustosamente divina.
Esos enormes pechos eran la más hermosa beldad que al ser amasados por mis manos, estas parecían perderse en su inmensidad.

Recorrer el camino de su ombligo en dirección al sur, era una bomba de tiempo que cuando llegué, ¡joder!
Sus gemidos angelicales escaparon por la habitación hasta posarse en las nubes;
y mucho más arriba fue el placer que experimentó, al son de los malabares que mi boca concebía en su apetitoso coño. 
Se revolcaba extraviada en un éxtasis sin igual.

Levanté sus contoneadas piernas y sus dos hoyitos se dispusieron a mi placer. 
Ese agujero rosadito me pedía a gritos ser devorado. 
Mordisqueando sus piernas, bajando por sus muslos llegué hasta él.
No había visto un ojete más espectacular, más puro, más limpio que aquél.
Con mi lengua, y dibujando círculos concéntricos asomé suavemente, 
era una tortura para sus enormes ganas,
—¡¡¡yaaaaa, hazlo!!! —me gritó, mientas mordía sus labios y gruñía excitada—.
Sonreí y procedí a devorar ese culo de magnífico aroma. 
(Y para el que haga asco al asunto, déjeme aclararle que hombre que no mama un culo, no merece tener el título de varón). 
Por otro lado, parecía que por ese hoyito, jamás había pasado algo de mierda, pues era tan puro, tan único... simplemente era una ensoñación. 
Me prendí a devorar con toda la experiencia de mis años,
y ella explotaba a cada segundo en abismos de placer.
Mis  dedos jugando con su clítoris, 
otros hurgando en su interior y mi lengua en su ano, era algo que no podía contenerse a la felicidad de saberse complacida.
Gemía, 
gritaba, 
se apretujaba las tetas, 
se desvanecía entre mis manos.

Pero no aguanté mucho más, 
también yo tenía un límite. 
Y sin más, sobre ella cabalgué, 
entre sus tetas mi falo hacia jugarretas, 
que en conjunto con su boca recibía extasiada mi miembro. 

Paso seguido, la segunda parte prometía ser mejor.
Con un movimiento rápido se posó sobre mí.
Me besó con intensidad.
Sentía como me recorría a besos el cuerpo.
Y al final se introdujo mi polla en su boca un rato más, 
consecuentemente se sentó sobre ella, y fui recibido en su estrechez.
Sentí que entraba en otra dimensión, en otro cielo.
En un paraíso al cual jamás me había acercado siquiera ni con las mejores mujeres con las que había estado. 

Esta vez era diferente;
era como si follara con alguna diosa;
con alguna ninfa, 
con alguna ángel, 
con alguna criatura que no podría existir en este plano. 

Y fue ahí cuando lo vi, 
ese fulgor en sus ojos resplandeció por un segundo, pero lo vi. 
Esa mirada tan perversa.
Esos ojos tan malévolos.
Esa sonrisa tan tétricamente perfecta.
Todo en ella era una mezcla de maldad pura recubierta con mantos de divinidad. 
Me levanté hasta abrazarla y embeber con mis labios su pechos, mordisquear sus pezones.
Ella aferrada a mí, cabalgaba y me hacía perder en un limbo de paz y felicidad absoluta.

Habría de ser la una de la mañana cuando comenzó todo, 
y ya una endeble luz despuntaba en  la lejanía cuando me desvanecía en el cuarto orgasmo que conseguíamos en conjunto esa noche. 

Perdí la consciencia.
Me quedé desmayado.
Era como si toda mi energía se hubiese apartado de mí. 
Pero no me importaba.
Deseaba morir porque entendí que solo así podría conocer placeres comparables a este en el otro lado, en el otro mundo. 

Mientras me iba quedando inconsciente, su voz me susurraba al oído:
—No recuerdo haber sido tan feliz, tendré que gozar contigo mucho más, aún no te llevaré conmigo. 

Hubo de transcurrir algún tiempo considerable para comprender que en efecto me estaba muriendo, 
que me estaba desvaneciendo en carne y hueso.
Había enflaquecido, mis ojeras eran notorias;
pero conservaba una sonrisa, que aunque parecía de muerto, era sonrisa de felicidad por haber sido la víctima de tan esplendorosa súcubo. 

No obstante, como es típico contrariarme,
en aquel entonces creía que tenía una vida por delante, 
que había que hacer algo para parar la dicha nocturna que me gobernaba.
Sin embargo, algo en mí al perder mis fuerzas para luchar, me obligó a tenerme en pie y acabé decidiendo renunciar al placer
y haciendo lo conveniente, opté por deshacerme de la estatuilla.
El fuego no le afectaba.
Romperla me fue imposible, pues era en extremo, resistente. 
Fabriqué entonces un pequeño baúl y envuelta en seda la guardé allí;
aproveché uno de mis viajes y la arrojé al mar. 

Pasaron algunos años de eso y tras recuperarme, 
me di cuenta que habría sido preferible morir en sus manos, 
siendo absorbido por completo, 
que llegar a ser en lo que me he convertido hoy:
un tipo sin mayor valor, en un mundo repleto de cenutrios...


Malayerba

lunes, 26 de octubre de 2020

ECHARTE DE MENOS

Mis versos ya no son bonitos.
Hace tiempo apagaron su brillo. 
Mis letras son tristes y vacías. 
Tal parece que he perdido la chispa. 

Creí que estaba mejorando, 
pero solo navego a la deriva. 
Eras mi guía, mi faro de Alejandría, 
y sin tu compañía,
solo voy en dirección al abismo. 

Es otro lunes, 
es otra semana que empieza sin ti, 
y poco a poco termina sin mí;
y como una vieja pintura que se difumina con el paso del tiempo;
yo muero lentamente si no tengo tu abrigo... 
Muero lentamente al saberte lejos y no conmigo. 


Malayerba

viernes, 23 de octubre de 2020

CARTA

Más allá del horizonte, el sol resplandece indómito,
y el mar no es más que un espejo gigante reflejando su luz.
Un paisaje tan puro como hermoso se levanta, 
porque ahí al frente te encuentras tú, 
inmortalizada en la única foto que aún conservo. 
Una mujer que como pocas en la historia, 
tenía el poder de cambiar la vida de un perdedor como yo.
Que como tantas otras, no conformándose con que la amara,
habría de acrecentar una flama que en mi interior ardía como una caldera en aras de incendiarlo todo con el mayor deseo.

Me dejé engañar creyendo que sería el autor de los versos más hermosos que se hayan podido crear;
de ser quien en un mundo a la deriva, 
el camino de unos cuantos habría de guiar. 

Pero heme aquí, 
sin más compañía que un cigarro, 
un par de estrellas,
un lápiz
y un papel en blanco que no he sido capaz de llenar más que con garabatos, porque las palabras se callaron, 
se rehusaron a salir si no había quien las leyera. 
Porque esta carta debía llegar a sus manos, repleta de versos de un amor bonito. 
Esas manos que dejaron de acariciarme un día;
esas que con un simple roce, me hacían vibrar el alma,
y que ya no están aquí;
y por las que daría hasta lo que no poseo
solo por tener de nuevo, un momento a su dueña entre mis brazos, 
para decirle que no nací diferente,
que no tengo nada de especial,
que solo soy un hombre común
y que por ser ella la mujer que ama, 
está dispuesto a dar su vida y mucho más.

Solo pido a quién tenga el poder de cumplirlo, un par minutos,
solo un par de minutos para susurrarle al oído que fui feliz;
declarar que encontrarla fue lo más grato de este mundo,
y que no se lo alcancé a decir, porque aún no creía en la magia; 
porque no salía de mi asombro;
porque no podía entender cómo es que una mujer tan perfecta, 
amaba a alguien como yo...


Malayerba

domingo, 18 de octubre de 2020

COMPAÑIA

En un mundo tan vasto como este
vas a encontrar a alguien para ti, 
enteramente para ti; 
sin ataduras, sin heridas, 
con mil sonrisas y un corazón irradiando amor.

En un mundo como este,
no se debe estar solo;
disfrutar esta existencia siempre es mejor entre dos, o más si es posible.

Esta vida no está hecha para recorrerla con la cara larga;
por tanto, no permitas que el frío que emana la soledad, te someta;
un buen traje de amor propio habrá de proporcionarte el calor para soportarlo.

Sabes bien que las personas van y vienen,
por lo que no debes perder las esperanzas,
que hasta la gente como tú encuentra a alguien.
Así que quita esa mirada triste,
que ya vendrá quien te haga buena compañía.

—¿Por qué no me acompañas tú? —le pregunté.
—Porque yo no existo —me dijo—, solo soy una hoja del viejo sauce y ya debo irme —añadió—. El viento sopló fuerte, la elevó 
y se perdió entre las nubes.


Malayerba

sábado, 17 de octubre de 2020

CAER EN LA CUENTA

Hoy he descubierto que ella al igual que yo, nos habíamos estado buscando desde hace eones;
que hasta en su signo zodiacal, era mi pareja ideal;
razón suficiente para entender el porqué no hicieron falta más que la brevedad de un par de meses para conocer su historia y hacerla mía.
En poco tiempo hube de reconocerla de otra vida y demostrarle que en esta también la quería.

Hoy también he notado que hasta el sol de esta mañana, 
he venido siendo el mismo imbécil de siempre;
que al igual que aquél que piensa después de muerto,
yo, solo después de haberlo arruinado,
razono que es demasiado lo que he perdido. 

Y hasta hoy me he dado cuenta de que las palabras han extraviado su significado.
Que las frases más bellas han dejado de transmitir sentimientos.
Que lo más perfecto ha dejado de serlo;
y que todo ha perdido su razón de ser... porque ella no está.

Dios se cubre el rostro con la mano demostrando aflicción y profundo pesar, al ver como esta desgracia de hijo perdió la mejor oportunidad de ascender a los cielos;
ni él se explica cómo dejé ir al ángel que envió para cuidarme.
Ni Dios puede entender cómo no supe ver a tiempo todo el valioso tesoro que me sonreía, mientras me decía te amo. 

No me bastaba con ser solo un fracaso, 
tenía que hacerla llorar...
tenía que alejarla de mi lado.


Malayerba

martes, 13 de octubre de 2020

UN BLUES Y UN CIGARRO

En algún momento pasé de ser un hombre joven, 
a ser un octogenario de veinte años que fuma sin filtro y escucha blues
Escucha algo lo suficientemente triste para juntar su melancolía
con la de alguien más y llorar de un modo seguro, 
porque para uno solo es demasiado
y podría terminar en la fatalidad. 

Este maldito poeta tenía a la mejor mujer del mundo,
y este maldito desgraciado, la dejó marchar.
Y duele, 
duele demasiado el pecho cuando escucho alguna de sus canciones;
no importa incluso si es la más alegre,
porque el dolor me invade cuando la recuerdo justo así: 
sentada en el banquillo, ahí en el balcón,
moviendo sus manos al clamor de la guitarra, 
cantando con eso que le llaman alma, y mirándome a mí,
que entre la luna llena y ella, 
no me decidía a escoger entre lo más precioso
porque a la general opinión, 
entre las dos no existía ninguna diferencia; 
todo era semejante;
todo era hermoso;
era bonito;
era casi divino;
era casi perfecto.
Porque ella al igual que la luna llena, 
también tenía un lado oscuro que la hacía pasar de lo casi perfecto, 
a lo más puro... a lo más bello. 


Malayerba

miércoles, 7 de octubre de 2020

MOON HOOP

Un aro rojizo de catorce mil kilómetros rodea la brillante luna. 
Cincuenta y ocho estrellas y un planeta rojo bailan a su alrededor.
Las cuento en lo que tarda en consumirse medio cigarro. 
Siete perros y tres gatos amenizan con sus gemidos la noche.

El agua de un riachuelo recorre incesante un camino eterno 
y yo me desvanezco en la endeble luz nocturna.

Un manto de nubes convierte todo el paisaje en una cortina de negro color.
Dejo de ver mis manos y al bajar las escaleras, tropiezo.
Cae el cigarro y muere, se lleva con él mis ganas de vivir. 

En medio de la espesa bruma trazo un mapa hacia el olvido donde mis letras solo sean un leve desvarío. 
Me seco las lágrimas. 
He llorado lo suficiente.
Esta noche te extraño poco, aunque poco siempre es demasiado.

Trato de seguir, pero... Nada de lo que haga tiene sentido si no estás aquí. 


Malayerba


domingo, 4 de octubre de 2020

EL DEMONIO QUERÍA UN POETA

—Al terminar de hablar con Leviatán, se dio cuenta que la verdadera desgracia era, no entregar el alma, sino, el no tenerla a ella ahí, junto a él... en la estrechez de su brazos—. 

Mayer


—Y bien, dime qué es lo que quieres, te daré lo que necesites. 
—Necesito una chica nueva —respondí—. No, espera, dámela a ella, la necesito de vuelta. 
Dios no me oye, sabe mis palabras no son ciertas,
porque no la necesito a ella;
necesito sus querellas;
sus burlas, sus risas;
sus mentiras, sus manías;
sus miedos;
sus tristezas. 
Preciso de su melancolía. 

Su forma de tratar, sus rabietas de niña grosera;
las ganas que le daban de mandarme al carajo, cuando los celos la invadían. 
Pero a quién más iba a querer yo, sino a ella, que era la única, 
la elegida, la deseada,
la que mi vida anhelaba. 
La que en un planeta de esperpentos, 
florecía enteramente para mí. 

A quién más iba a querer yo, 
sino a sus ganas de matarme cuando me pedía cariño y le respondía que no la amaba, 
porque amarla me parecía poco;
pero nunca me dejaba terminar, 
y me daba la espalda;
y yo tenía que pasar el resto de la velada diciéndole al oído, las más ridículas dulzuras, 
y aunque lo cursi nunca se me daba, ella era feliz oyéndolo.
Era feliz escuchándome rogarle amor, mientras le acariciaba el vientre;
hasta que entrada la mañana, 
amanecía de frente a mí con una sonrisa en los labios, 
porque me tuvo despierto llenándola de besos, 
hasta que el sueño la venciera. 

El demonio me escuchó atento, 
pero no mostró emoción 
nada le camino la opinión, 
me quede sin opción. 
Quería un escritor que sintiera amor, 
pero yo solo le hablaba de una experiencia anterior, 
donde ella con su partida me dejó vacío, en una oscuridad que solo conseguía eliminarse con su luz.

Aquél ser del averno quería un poeta que le hablara de amor, 
que ya estaba cansado de ser un perdedor.
Volver a ser un ángel era su ilusión; 
volver a sentir a Dios era su petición. 
Yo no le servía, 
yo ya estaba muerto y mi alma poco valor tenía,
sin embargo, la tomó por haberle hecho perder su noche, lo que para nosotros el día. 
Ahí me di cuenta de que sin ella, 
hasta en el infierno valgo poco. 

…El demonio quería un poeta,
pero yo, yo no le era suficiente.


Malayerba

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viernes, 2 de octubre de 2020

UNA BUENA NIÑA

Su rostro irradiaba una ternura tan infinita, 
que luego de besarla y babearle el semblante,
eyaculé vigorosamente sobre su carita de ángel, 
que sonriente recibía a mis hijos nonatos.

Se relamió la esperma que le chorreaba por las mejillas cuál gatita limpiando su cara,
y una vez que hubo completado el proceso,
se abalanzó sobre mí y me besó con emoción.

Yo recibí con agrado esos lengüetazos en mi boca, 
y no paramos de devorarnos los labios por más de una hora. 
Caricias fingidas que terminaron siendo más que reales;
suspiros pasionales desbordando la habitación; 
eso fueron, eso fuimos.

Los efectos de la droga del amor no se hicieron esperar, 
y una nueva erección afloró en mí, resultando en una más fuerte y empinada verga. 
Ella percatóse al instante del asunto, 
y sin perder un segundo, se dejó caer en un sentón exquisito. 

Sus estrechas cavidades brindaban un placer sin igual; 
yo deliraba, 
ella recorría mundos inimaginables en medio del orgasmo;
yo alucinaba.

Habremos de haber conseguido una racha de exagerado gozo, 
porque en el último instante, 
corrióse ella conmigo y luego de un plácido beso, 
quedó rendida al lado mío. 
Dormimos por quién sabe cuántos días, 
cuántos años, 
cuántas vidas. 
A su lado el tiempo se detenía;
la eternidad en su compañía, era la mayor bendición. 


Malaya