sábado, 6 de abril de 2024

Inmaterial


Zumba que zumba el sonido que retumba en las paredes de las heliconias sagradas.
Zumba que zumba el aleteo de la abeja filosófica en entre pétalos de bugambilia.
La abeja que rompe el viento con su aleteo soy yo y directo a la biblioteca del saber voy, biblioteca ordenada en fulgurantes hojas de hierba, árboles y flores de aromas crepusculares.

Una luz se entreteje entre las ramas, es el nuevo sol que guía a una nueva encrucijada en la búsqueda del placer que se suma a la experiencia acumulada. Soy una abeja que no ha escapado de su nido ni ha abandonado a sus semejantes, solo ha encontrado en las flores del entorno la sabiduría universal y haciendo gala de ella ha conseguido el pensamiento que libera el espíritu.

No obstante, los viajes nunca dejan de ser agotadores, el esfuerzo de conseguir lo que se quiere suscita un cansancio sideral. En uno de esos paseos probé sin querer de la flor que hace hablar con los muertos, una flor especial que conecta este mundo y los otros. No me percaté de que había ingresado en la zona que se tomaba por prohibida, según las pecoreas de antaño, y a partir de aquellas exploraciones, la colmena tuvo a bien dar por descartado ese lugar para buscar alimento, puesto que colmenas varias fallecieron luego de recibir lo que llevaran las recolectoras en su día. 

Así pues, ya perdido en el lugar por efecto del jugoso néctar del que harto había degustado, no tuve más remedio que aterrizar en un frondoso musgo sanador. Dormí y soñé con cosas que no se han inventado, o a lo mejor y no era un sueño sino la revelación de la verdad a través de mis ojos compuestos. Veía que recolectaba el polen del árbol sagrado que florecía cada quinientos años y lo rociaba en la colmena logrando que las abejas más jóvenes descubrieran su verdadera esencia. 

Al despertar me vi ya no en el musgo, sino que había caído en una rama y esta iba viajando suavemente por el afluente que se había creado tras un ligera lluvia. Entonces levanté el vuelo y sabía lo que debía hacer. El sonido aún se mantenía en mi mente. El bzzzz de mi aleteo podía diferenciarse al crear un sonido majestuoso dejando espacios y aumentando las frecuencias en puntos exactos. Al final era como entonar un solo de violín a lo Paganini, o resonar fuerte y celestial a lo Slash. Joder, ahí supe que era el momento, el momento de elevar la vibración de la colmena, los humanos por fin lograrían entender el valor de lo inmaterial de otro reino...

Zumba que zumba el sonido que retumba en las paredes de las heliconias sagradas.
Zumba que zumba el aleteo de la abeja filosófica en entre pétalos de bugambilia.
La abeja que rompe el viento con su aleteo soy yo y directo a la biblioteca del saber voy...

Malayerba


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