viernes, 2 de octubre de 2020

UNA BUENA NIÑA

Su rostro irradiaba una ternura tan infinita, 
que luego de besarla y babearle el semblante,
eyaculé vigorosamente sobre su carita de ángel, 
que sonriente recibía a mis hijos nonatos.

Se relamió la esperma que le chorreaba por las mejillas cuál gatita limpiando su cara,
y una vez que hubo completado el proceso,
se abalanzó sobre mí y me besó con emoción.

Yo recibí con agrado esos lengüetazos en mi boca, 
y no paramos de devorarnos los labios por más de una hora. 
Caricias fingidas que terminaron siendo más que reales;
suspiros pasionales desbordando la habitación; 
eso fueron, eso fuimos.

Los efectos de la droga del amor no se hicieron esperar, 
y una nueva erección afloró en mí, resultando en una más fuerte y empinada verga. 
Ella percatóse al instante del asunto, 
y sin perder un segundo, se dejó caer en un sentón exquisito. 

Sus estrechas cavidades brindaban un placer sin igual; 
yo deliraba, 
ella recorría mundos inimaginables en medio del orgasmo;
yo alucinaba.

Habremos de haber conseguido una racha de exagerado gozo, 
porque en el último instante, 
corrióse ella conmigo y luego de un plácido beso, 
quedó rendida al lado mío. 
Dormimos por quién sabe cuántos días, 
cuántos años, 
cuántas vidas. 
A su lado el tiempo se detenía;
la eternidad en su compañía, era la mayor bendición. 


Malaya



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