miércoles, 30 de septiembre de 2020

POETA EL CHIQUERO CAP. VIII: La tumba de Michelle.

Un día de esos en los que el cielo se encontraba gris, me topé con él. 
Pese a que habían transcurrido tiempos duros, no esperaba ese cambio en su figura. 
Había enflaquecido, y demasiado para ser exactos. 
Cuando conocí a Miguel, tenía casi el doble de masa corporal que yo, 
Y ahora estaba llegando a los huesos. 

—Qué milagro —le dije—, lo saludé y hablamos un rato, luego le regalé un cigarro y nos fuimos conversando hasta la bifurcación que llevaba a su casa. Ahí nos despedimos y le sugerí que dejara de preocuparse por las cosas de la vida, que su salud debía ser más importante. 

Una tarde de miércoles me llegó un mensaje: «¿Ey, loco, tienes tiempo para una cerveza?» accedí amigablemente, 
y antes de que cayera la noche, ya habíamos acabado con media canasta. 

De pronto se queda viendo hacia la ventana que reflejaba las luces de la ciudad, 
—Conocí a una chica —me dice—, es lo más hermoso que he visto alguna vez —Continúa bebiendo un gran sorbo—. Pero es extraño, no puedo explicarlo, y hay algo más, no sé cómo ayudarla. 
Lo escuché atentamente sin poder comprender realmente. Él se percató de mí desconcierto y dijo: ven vamos, y lo seguí. 

Llegamos a un colegio abandonado, la mitad ya estaba en ruinas. 
De ahí nos dirigimos hacia unos baños derruidos, casi al final de la construcción. 
—Espero que comprendas lo que vas a ver —me previno. 
—Tranquilo, he visto tantas cosas que espero siempre algo que me sorprenda —me burlé con ironía. 
Me miró de reojo y con una mueca de risa, me dijo: entra. 
Una vez allí, había algunos escombros apilados y en un rincón de la pared, la mitad de un gran espejo que relucía impecable. 

—¿Y bien? —le pregunté. 
—Espera, ¿Michelle?, —la llamó; no entendí, pero me quedé callado—. Michell, ven, quiero presentarte a un viejo amigo. 
Yo bebí un trago de la cerveza que llevaba en la mano y encendí un cigarro para matar el frío que se adueñó del lugar. 
—Ya voy, dame un segundo, me estoy poniendo bonita —dijo una voz risueña. 
Abrí los ojos de golpe y paré oreja a la procedencia del sonido.  
Miré alrededor y nada había más que Miguel y yo. 
—¿Qué carajos? Ja, ja, ja, —me reí. 
De pronto, una breve luz destelló del espejo, y ahí detrás del cristal de plata, con toda la intención de sorprenderme, ella apareció. 
Me quedé boquiabierto, y se me soltó la cerveza del susto. 
—¡¡¿¿QUÉ MIERDA??!! —grité emocionado. 

—Michelle, te presento a Chiquero; Chiquero, Michell. 

Yo, muerto de la curiosidad, no respondí nada, solo me limité a observar con profundo análisis la situación buscando una respuesta que no iba a descubrir jamás, a menos que me quedara a oír una explicación. 

Miguel se acercó al espejo, puso su mano y sonrió, ella detrás del mismo hizo lo propio y le dio una enorme sonrisa. 

—Hola bebé, te extrañé mucho, creí que no iba a venir —dijo ella, emocionada. 
—Siempre vendré, no podría dormir sin antes hablar contigo —respondió él. 

Yo, que no salía de mi asombro, interrumpí. —Bueno, ¿qué es esto? 

Ellos me miraron y ella le susurró algo al oído, mientra me miraba fijamente. Sentí cierto escalofrío recorriendo mi espalda. 

—Es Michell, la chica de la que te hablé. 
—¿¿Siiiii??
—Aaaah —Suspiró—, es una larga historia, pasaron muchas cosas. Pero la cosa es que un día soñé con ella:
Se encontraba llorando en medio de una calle desolada, y cuando la miré me gritó horrorizada que me fuera, yo no escuche y la traté de socorrer, entonces salió corriendo y la seguí, llegó a este lugar, y de pronto se metió en el espejo, yo, lo intenté, pero choqué y se partió en dos. 
Ahí me desperté. Olvidé el sueño luego de eso. Pasaron algunos meses y un día tuve problemas en casa, discusiones, no tenía la culpa, pero igual me achacaron a mí sus disputas.

Entonces me puse a beber, y a media noche empecé a caminar, y sin darme cuenta llegué a este lugar, 
igual que en mi sueño, entre aquí y miré el espejo roto.
—¿Hola? —pregunté— hay alguien aquí?— esperé un rato, pero no hubo respuesta, me sentí idiota y opté por salir, y entonces alguien habló —Espera, por favor, no te vayas —dijo la voz. 
Miré a los lados en busca de alguien, pero no había nadie. 
Revisé el lugar y un miedo me invadió, quise salir corriendo, pero tropecé y caí. 
—¡Aayyy! ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? —preguntó ella— pero yo seguía sin ver nadie cerca. 
—Acá, en el espejo, tontín —me dijo—. Me levanté asustado y cuando miré hacia el espejo, la vi, y caí desmayado. 
Cuando desperté eran ya las diez del otro día. 
Creí que todo había sido un sueño, y me fui. 

Cuando llegué a casa me di cuenta que no tenía mis llaves, 
Así que regresé en búsqueda y volví acá. 
Las encontré tiradas y cuando me agaché para recogerlas.
—Oye, no te asustes, por favor, espera —me gritó ella. 

Me levanté del susto y quedé paralizado cuando miré el espejo, había alguien ahí; no lo entendía, pero ahí estaba.
Quizás no era tanto porque estuviese atrapada, sino porque era a mi parecer lo más hermoso que había visto en mucho tiempo.
Transcurrió un buen rato antes de que me hiciera a la idea de que no estaba alucinando o soñando todavía.
Luego de ese día, me contó su historia, y cómo terminó allí.
Hace ya más de dos meses que vengo todos los días aquí,
Por desgracia solo puedo verla a estas horas, nunca en el día.

—Comprendo —le dije—, sin entender mucho, pues su historia era una incógnita para mí. 

A partir de ese día Miguel se volvió más abierto y de tanto en tanto me contaba lo que hablaba y pasaba con la chica en aquellas noches que eran de los dos.

Un día me enteré que Miguel terminó en arresto,
lo encontraron golpeando sin cesar a su padrastro, un tipo que de alguna forma se merecía eso,
nunca lo trató bien y se había pasado con su madre esa vez, por lo que la reacción no se hizo esperar,
pero la tonta de su madre, llamó a la policía y se lo llevaron.
Me alcanzó a enviar un mensaje que decía que cuide de Michelle.
Yo que la verdad había quedado intrigado, acepté.

Esa noche, un domingo de pascua, llevé una cajetilla de cigarros y entre ellos un par llenos de yerba,
unas cervezas y una cobija para el frío.

Entrada ya la noche, llegué al lugar,
me detuve frente al espejo y la llamé,
—¿Michelle? ¿Estás ahí? ¿Responde si me escuchas? —lo dije en tono de broma.
—No me agradas, vete —me dijo.
—Ay, por favor, no seas así. Ni siquiera nos conocemos.
—Te he estuve observando todo el día —replicó seria.
—Ah, bueno y, ¿cómo fue eso? —inquirí.
—Mmm —suspiró—, ¿qué pretendes?
—Nada, solo cuidarte, tal como me lo pidió Miguel.
—¿Crees que lo necesito?
—No.
—Entonces vete.
—Bien —le dije—, sería una pena que alguien le arrojara una piedra a ese bonito espejo —sonreí cruelmente mientras recogía una piedra—, ella abrió los ojos y entendí que esa era su única forma de seguir en contacto con este mundo.
—¡Hijo de puta! No atreverías.
—Creí que me habías estado observando —me burlé—, ella palideció, sabía que lo haría si no cooperaba, me miró furiosa y no dijo nada.
—Bien, comencemos —sugerí—. Encendí un cigarro y destapé una cerveza. Era hermosa, eso era innegable, pero hermosa en el sentido de percibir la singularidad, y de físico, bueno, también.
Me miraba tranquila, pero seria.
—¿Cómo te saco de ahí? —pregunté. Ella abrió los ojos, seguro esperaba otra pregunta.
—¿Qué?
—¿Conoces alguna forma de salir? 
—¿Crees que no me habría ido ya si pudiera, estúpido?
—Cierto —respondí dándome cuenta de mi obvia pregunta.

Empezamos a hablar y de a poco se fue soltando, 
y poco a poco me fue encantando,
¡joder!, era increíble, no podía haber sido más emocionante su historia,
tal como esperaba.
La fui detallando a medida que me contaba los sucesos: 
Pelo castaño, muy dulce luego de que entrara en confianza, (la verdad fue fácil) piel blanca con un par de pecas, un lunar en el labio superior que la hacía lucir sexy;
delgada, un pecho promedio, y unas caderas que me empezaban que me provocaban algo, en resumen: hermosa, 
vestía un buso amarillo. Luego empezó a reír, era divertida, sentí algo por ella, 
quizá era una de esas «personas luz».

—Se preguntará el lector, por qué no cuento su historia, pero permítame decirle que eso merece unas páginas aparte, no en esta, que aquí solo quiero mostrar este caso de la manera más comprensible posible, 
aparte de que no busco hacerle perder mucho el tiempo—.

Luego de un rato, me confesó el problema que existía:
ella podía salir de allí solo de una forma,
encontrar sus huesos y quemarlos,
pero entonces, simplemente tendría que marcharse por completo,
cuando le dijo eso a Miguel, él no lo aceptó,
e hizo oídos sordos al asunto y quiso creer que habría otra manera,
pero en realidad no la había.
Le pregunté dónde hallarlos, y ella me indicó la ubicación, 
lo había averiguado meses después de darse cuenta que estaba muerta;
pero Miguel no quiso escuchar y cambiaba el tema cada vez que lo mencionaba.
Entendí entonces el inconveniente.
El tipo se enamoró de ella perdidamente.
Me preguntaba cuanto estaría sufriendo por estar encerrado en vez de ahí, junto a su chica.

El amanecer se aproximó,
y me despedí,
no hicieron falta más palabras,
ella sabía lo que yo pensaba y estaba de acuerdo,
de alguna forma tengo la capacidad de entender las ideas de los desamparados sin que me lo digan.

Miguel salió luego de dos días,
estaba más flaco aún y tenía la mirada vacía;
lo asistí como pude,
y el jueves le planteé la idea de liberar a su chica,
se retiró mirándome furioso y no me volvió a hablar.

Pasaron unas dos semanas cuando recibí un mensaje: 
«Loco, está bien, ayúdame».
Esa misma noche nos vimos,
tomamos un par de cervezas y nos dirigimos a una de las jardineras de aquel mismo colegio.

Con pala en mano, cavamos profundo;
una tela negra apareció en el fondo;
un par de nudos, cabellos, fotos y unas cuantas cosas más estaban intactos dentro de una bolsa.
los huesos, algunos rotos y otros adheridos por la carne descompuesta se encontraban haciendo un enjambre óseo.

Sacamos todo eso, 
lo llenamos en una bolsa y llegamos a los baños,
ahí nos esperaba Michelle con la mirada nostálgica.

Sin perder más tiempo y antes de que llegara la media noche,
cavamos un hueco,
pusimos los huesos,
Michelle recitó unas palabras que desconocí,
latín habría sido, como es típico, o quizá hebreo.
Les rocié gasolina,
y me preparé para tirarles un fósforo, cuando Miguel me apartó de un empujón.

Oye, ¿qué pasa? —pregunté.
—¡No lo harás! —me dijo y me lanzó un golpe con la pala. Lo alcancé a esquivar por poco.
—¡OYE TRANQUILO! —grité—, ¡ya lo habíamos decidido!
—¡NO HIJO DE PUTA! ¡YA NO QUIERO! —gritó con una mirada perdida, no estaba en sus cabales.
Muy bien —le dije— no pasa nada, no haremos nada, solo cálmate. Saquemos los huesos y ya está, no lo haremos —le hablé mientras me acercaba con serenidad. 
—Sí, saquémoslos —dijo, y se apresuró a agacharse para jalarlos—. Aproveché el momento y con la pala le golpeé la cabeza, quedó inconsciente al instante y cayó encima de los huesos.

Miré a Michelle y ella aprobó con la mirada triste, no esperaba que fuera así, pero no había marcha atrás, había recitado ya el pasaje maldito, y si no se hacía entonces, iban a pasar cosas de verdad tenebrosas.
No perdí más tiempo, con un fuerte tajo le partí el cuello en dos al pobre de Miguel, y le di otro más para asegurar su muerte.

—Cuida de él en el otro lado, te necesita ahora más que nunca —le dije a Michelle.
—No te preocupes por eso, lo haré —dijo—, gracias por todo, y perdona por como te traté —me dijo mientras sonreía y una lágrima escapaba de su mejilla—. No pude evitar no sentir tristeza, pero procedí a lo que correspondía.

Rocié más gasolina ahora al cuerpo de Miguel,
y les tire un fósforo encendido.
Ardió todo muy hermoso,
y vi a través de las llamas como, la imagen de Michelle se iba desvaneciendo.

Me tomé un par de cervezas más mientras avivaba el fuego hasta dejar todo en cenizas,
me fumé un porro para desearles un buen viaje,
y una vez cumplido el trabajo, 
rompí de un puñetazo ese bonito cristal,
y me marché tarareando una canción para despedir a aquella pareja que encontró el amor a través de un espejo.


Malayerba

No hay comentarios:

Publicar un comentario