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miércoles, 13 de mayo de 2020

ENTRE EL SEXO Y EL AMOR (+18)

Le pedí a los cielos una mujer que me quisiera, 
y me mandaron todo un infierno de sensualidad a mis brazos.

A penas cruzó la puerta, mi corazón entró en paro,
mi cerebro explotó,
y un fervor de ardiente lujuria estalló dentro de mí.

Contenerme a esas alturas era ya imposible.
No hicieron falta palabras.
Las presentaciones quedaron relegadas,
pues de su pecho brotaba el amor a borbollones,
de su vientre salía un torrente de pasión,
y de sus caderas, ríos lascivos se desparramaban por doquier, inundando la habitación.

Ella y yo sintonizados en la misma frecuencia,
y no se trataba de perdernos en el sexo sin control.
Esa noche, el universo había otorgado su bendición,
para que Bibi y yo nos extraviásemos haciendo el amor.

Era nuestra primera vez,
y los nervios planeaban dominar la velada, pero se quedaron tirados en la puerta, 
cuando de sus labios bebí el más dulce néctar jamás creado.
La gente hace hace siglos buscó el agua de la vida,
sin imaginar siquiera, que solo había que beberla de la boca de un ángel reencarnado en mujer,
y esta vez, estaba toda para mí.

En el lecho de los enamorados, dimos rienda suelta al placer de quererse,
de amarse, 
de adorarse.
En el suelo entonamos la melodía del amor,
porque la cama se quedó corta para que dos almas que se habían buscado durante centenios se encontraran.

Mis manos se quedaron pequeñas ante tal monumento de mujer,
pero no dejaron un segundo en acariciar y sujetar cada centímetro de su piel,
y en mi cuerpo se sentía como se rasgaba la carne a placer de unas ardorosas uñas.
Mi pecho recibía con goce las mordeduras y los besos que aquellos labios me ofrecían.

Recorrer y no dejar de besar nuestros cuerpos por el simple deleite de sentir,
hacía parte de una danza que se ha transmitido desde hace cuatro milenios.
Ella sentada con sus blanquecinas nalgas sobre mis morenos muslos, 
diciéndome que me llevaría al siguiente nivel de la pasión,
ahogándome en su pecho,
y yo muriendo irremediablemente feliz.

Habrían de celar los dioses mi gozo,
habrían de revolcarse de la envidia, pese a que eran poderosos, 
no podían sentir la gracia de morir y renacer en cada beso,
en cada caricia,
y en cada gemido exhalado, como lo estaba haciendo yo.
Terminar rendidos, 
extasiados,
fundidos, 
abrazados y amándonos, solo era cosa de dejar que la noche avanzara,
para que antes del amanecer cayéramos víctimas de un placer en extremo, manifiesto.

Y por qué hablar de lo que sentía yo y no de lo que sentía ella, se preguntará el lector.
Cómo le explico, amigo mío, que estar con ella es convertirse en amo y señor del universo,
y al mismo tiempo ser un simple esclavo a disposición de la mejor de las mujeres.
Hablar de ella es hablar de la perfección,
y para describirla... aún no se han inventado las palabras.


Malayerba & Bibi

viernes, 8 de mayo de 2020

UNA NOCHE EN LA PLAYA (+18)

Mi día no iba muy bien, y en un arrebato de locura decidí alejarme del bullicio de la ciudad, e internarme en la tranquilidad inmensa que brinda el mar.

Siguiendo la línea que marcaban mis impulsos,
realicé un sin número de actividades con el fin de cansar a mi cuerpo y así poder conciliar más rápido el sueño. 
Quería alejarme de todo, y podía hacerlo, excepto por un sueño de amor que había nacido en mí hacia unos meses atrás. 

En medio de la playa encendí una fogata;
me recosté en un camastro,
y mirando a la nada, cerré mis ojos perdiendo la noción del tiempo y también de la realidad.
Al abrirlos, estaba a unos pasos de mí, el chico de mis sueños y de mis más ardientes deseos, pero no lo podía creer.
Me miraba con atención, y su mirada reflejaba una ardiente lujuria.
Se acercó lentamente hacia donde me encontraba recostada y sin presentación alguna, sin decir palabra, me empezó a besar.
Sus ardorosos labios me hacían temblar,
quería escapar, pero él me retuvo dulcemente y siguió devorando mi boca.

Me olvide de todo,
empecé a rendirme a sus encantadores besos y di rienda suelta a la pasión que estaba provocando en mí.
Él al ver que no ponía resistencia y correspondía a sus deseos,
me tomó en sus brazos y me llevó a una habitación donde la música era suave y solo una tenue luz carmesí iluminaba el lugar.

Con caricias intensas y besos apasionados recorrió cada parte de mi cuerpo, 
y en respuesta a esas caricias, hice lo propio con mis labios, al suyo.
Mi lengua pasando sobre su espalda deleitaba mis sentidos y aumentaba mi deseo por él.
Lo mordía suavemente, mientras mis manos se perdían en su pecho y en su vientre.
Besaba su cuello, sentía su respiración cerca de mí,
eso me hacia estremecer;
notaba como él lo disfrutaba, estaba extasiado.
Pero no me era suficiente,
así que con mi boca bajé por su pecho recorriéndolo suavemente, y así hasta llegar a su parte más íntima y sensible.

Con los nervios de una primera vez, y mezclada con el deseo que desde hacía tiempo atrás me venía emergiendo, 
introduje en mi boca su vigoroso falo y empecé a degustarlo, a saborearlo una y otra y otra vez,
subía y bajaba poseída por una sed insaciable.
Escuchaba atentamente sus balbuceos que me motivaban a seguir, y a su vez lograba que aumentara el ritmo de mi boca y mi lengua.
Sin poder contener su pasión desbordante me volteó sobre la cama y me besó con vehemencia despojándome de la poca ropa que traía.
Haciéndome lentamente suya como si comprendiera que era mi primera vez, con mucha ternura y compresión, pero con un ávida lascivia, se introdujo dentro de mí siguiendo un ritmo suave y ascendente.

La mezcla de caricias, besos apasionados y palabras subidas de tono, provocaron que la pasión del momento estallara.
De aquella manera nos perdimos en esa vorágine de caricias y gemidos hasta que yo me sentí explotar, y de él emergiera un último gemido, evidencia triunfal de haber alcanzado un placer extático inconmensurable.
Entre abrazos y caricias escuchaba en mis oídos sus palabras dulces y llenas de amor, hasta que me quedé dormida,

Las gotas de agua que las olas del mar salpicaban, me despertaron, 
y entonces descubrí que todo fue un sueño;
sin embargo, fue el sueño más hermoso;
y más aún, es el reflejo de lo que ambos sentimos y que uno de estos días lo haremos realidad.


Bibi

lunes, 13 de abril de 2020

EL HOMBRE SIN PENE Parte II

Luego de haberme cobrado la hora de placer,
que realmente fue buena, pues el sexo anal lo hacía de un modo espectacular,
Ricardo que en ese entonces ya se hacía llamar Rachel,
y que fungía de travesti y trabajador sexual, lo hacía bastante bien. 
El trauma de haber perdido su arma viril era compensando sintiendo vergas penetrando en él, 
supongo que de alguna forma debió ser algún sueño hecho realidad. 

Transcurrieron de eso, un par de años, 
no supe más de él, pero estoy seguro de haberlo visto vagar con los ojos perdidos y algunos harapos por algunos puentes de la ciudad.
Un día me detuve y le hablé, pero no me reconoció como era de esperarse, 
hasta pensé que quizá podía ser otro;
así que para cerciorarme, le mandé la mano a su entrepierna y me di cuenta de que no había bulto alguno;
él me miró pensativo, se hallaba en otro mundo; 
se dejó llevar de las drogas supongo.
Le dejé llenando la bolsa con medio tarro de pegante que llevaba en el auto, y me despedí, de ahí ya no lo volví a ver. 

Por otro lado no tenía idea de la chica aquella;
sin embargo, el lector habrá de enfadarse conmigo si no le doy a conocer los pormenores y detalles de qué sucedió antes y después del incidente de nuestro ahora homosexual amigo. 
Y como si fuera una película, y cosa de no creer, lo cierto es que el mundo es un pañuelo y cuando menos espera uno, las cosas llegan a su tiempo. 

Estaba yo bebiendo un par de cervezas en el bar, 
subí a la azotea a fumar un tabaco, 
era noche estrellada y quería apreciar la maravilla del cosmos, 
y ahí fue donde vi a dos tipos sonrientes y alegres, han de estar drogados pensé.
me miraron, 
uno de ellos pareció reconocerme:
—Tú eres el que llaman escritor, ¿no es verdad?
—Eso dicen.
—Y también eres un enfermo con algunos problemas legales.
—Jajaja, joder, ¿de dónde has sacado eso? 
—Tenemos una historia de una buena puta, ¿la quieres? 
—Sí, por qué no —les dije mientras me liaba el cigarro y lo prendía—. Y me contaron su historia.

Lo que a continuación, usted amable lector, ha de leer, es la recopilación de los datos que estos sujetos me han proporcionado más muchos otros, y que gracias a ellos, me di a la tarea de investigar a mayor profundidad.
No ha sido tarea fácil, y en realidad me sucedieron algunas cosas que en posteriores relatos he de contar, como que perdí un dedo, 
que me cortaron una nalga y ahora tengo tres, jeje, 
o la cicatriz en la espalda con forma de ojos seniles, producto de un rito satánico; 
pero eso, ya os lo contaré con más detenimiento en otro momento;
por ahora, he de mostrarle de manera organizada y lo más entendible posible un pedazo de la historia de una mujer llamada Valentina:

Ricardo no fue la primera víctima de sus encantos, formaba de hecho ya la décimo quinta.
Valentina se había convertido en una asesina serial, 
pero su origen ha sido algo ajeno a la idea de que ella haya sufrido algún tipo de abuso y que por ello busca vengarse de los hombres.
Sus actos fueron producto de una infancia un tanto condimentada con experiencias que bien marcadas.

Hace años atrás, Valentina salió a comprar pasta para la cena,
tenía como 10 años en ese entonces;
hubo una trifulca en el parque cuando venía de regreso,
dos pandillas se agarraban a machete,
y después de un rato se oyeron disparos,
y mientras la fuerza policial cercaba el lugar, mucha gente salió desparramada por todo lado;
los agentes intentaban coger a cuantos pudieran,
y uno de ellos, miró a la niña, esta, presa del miedo echó a correr también,
sabía que sus padres no hacían cosas buenas, y tenía miedo de que ella también fuese culpada por algo.

Corrió calle abajo sin pensar en nada,
y muy pronto se vio sola en un barrio desconocido,
la noche era oscura y tenía miedo,
a penas con una blusa, un short y unas chanclas,
el frío nocturno la hizo temblar.
Siguiendo su instinto trató de regresar por donde había llegado, pero tenía la impresión de que la vigilaban, y cambió de ruta,
sin embargo, se perdió.
Debieron ser aproximadamente las 11:30 de la noche y ella aún no hallaba el camino,
tenía mucho miedo,
pasó oculta y llorando detrás de unos contenedores de basura por mucho tiempo.

Justo cuando iba a moverse escuchó ruidos,
tres, quizá cuatro personas,
y unos gritos ahogados;
no se movió,
se quedó en silencio,
y observó la escena.
Tres hombres golpearon a la niña lo suficiente para que no hablara, pero no para que desmayara.

—Eh, Ricardo, voy primero.
—No hijueputa, yo la cogí.
—Ustedes a la fila gonorreas, dijo el tercero apuntándoles con un arma.

Valentina observaba, pero poco entendía,
luego de la discusión que se creó,
Ricardo ganó el honor de ser el primero en abusar de la menor,
la niña, un poco mayor que Valentina,
sacó fuerzas de algún lado y gritó: 
¡¡Por favor no!!, ¡¡señor!!, ¡¡por favor!!, ¡¡se lo suplico!!, ¡¡¡NO ME HAGA DAÑO!!!, e imploró y suplicó misericordia,
pero los tres personajes, al parecer habían bebido ya mucho, y lo único que hicieron fue propinar otro par de golpes para que se callara.
Al final, Ricardo desvirgó complaciente el coño de aquella inocente, el otro aprovechó su boca, y el tercero que no gustaba de ser segundo en ningún lado, en cuatro desfloró el ojete de la moribunda.

Valentina, presenció todo, aunque las sombras no dejaban ver mucho, entendía que estaban haciendo, pues sus padres tenían sexo a menudo, y algunas veces los había visto a escondidas, y solo por curiosidad luego de oír gemidos y golpeteos a la madrugada, pero aún no despertaba en ella nada lascivo hasta que vio lo que vio esa noche.

Los tres hombres luego de divertirse con la niña, 
le propinaron un sarta de patadas y al final le apuñalaron varias veces el coño, el ojete y le cortaron el cuello.

La tenue luz de la calle no dejaba observar bien, pero Valentina, oculta por un montón de basura y además de que tenía una mirada muy aguda, alcanzó a ver a los desgraciados, mientras salían de la callejuela como si nada.

Su corazón le daba vueltas y saltos;
una vez todo se quedó en silencio, se levantó;
sentía mojada su entrepierna, 
se dirigió hacia el cadáver, y una vez allí, un cúmulo de sensaciones le pasaron como un choque eléctrico por su cuerpo;
ver a la niña ensangrentada, destrozada, 
y poco antes siendo ultrajada, provocaron en Valentina una sensación nunca antes conocida.
Su primer orgasmo se dio justo allí.

Luego de volver del gozo que esto le había provocado, se asustó, y salió corriendo, y sin saber como, luego de una horas llegó a su calle, y el corazón volvió a su lugar.
Entró en la casa, al parecer sus padres no habían notado su ausencia pese a que la habían mandado por pasta, 
pero ya eran varias las veces que la niña se quedaba jugando, o haciendo alguna tontería con lo niños del barrio, y no llegaba con el encargo, pero llegaba luego.

Esta vez, debieron pensar que era igual, y que estaba ya en casa, últimamente ya no le prestaban atención y la creían un medio tonta, además con los dos bebés de la madre más el hermano pequeño, Valentina era la mayor e hija solo de su padre y entenada de su madre. Por lo que, ya entenderá amigo lector, la situación de la niña.

Me gustaría referirme a los muchos hechos que alcancé a recoger sobre la vida de nuestra Valentina, mientras crecía, pero no voy a llevarlo por donde no se me ha pedido, sino acerca del como llegó a Ricardo y lo que le hizo, así que sigamos.

Transcurrieron de eso unos 10 o 13 años más,
la niña era ahora una señorita,
muy bella y sumamente atractiva, quien la conocía no podía negar la perversión y maldad que incitaba su mirada,
y era difícil no caer en su juegos.
A esta edad, Valentina ya sabía lo que generalmente se conoce por maldad o bondad;
y pese a todo, por gusto y nada más, la maldad le encantaba mucho más.
En el transcurso de su vida,
se fue de la casa temprano, no la echarían de menos.
Se juntó con  tipejos con los que vivía con el pasar del tiempo, y que al final no le satisfacían y en más de una ocasión se deshizo de ellos a su manera. 

Un día conoció a Leonel, un tipo misterioso,
andrajoso, con ciertos vicios,
pero fuera de eso, con un aura que marcaba la señal de peligro en su frente;
y no porque fuese un maleante precisamente, sino más bien, porque el peligro que este emitía no se podía definir, sin embargo, fue justo el hombre que entró en el corazón de Valentina.
Convivió con él,
y las cosas marchaban bien, 
el sexo era cosa de otro mundo, el sadomasoquismo se había convertido en un delirio;
pero como en toda pareja, hay peleas,
y una peor que otra y al final la separación es evidente, 
y los lados implicado quedan destrozados por dentro.

Valentina lo odió, 
quiso matarlo, pero no supo más de él,
depresión y drogas le llenaban la cabeza,
y un día mientras bebía en un bar,
un chico se le acercó,
encajaron,
y mientras tenían sexo, los recuerdos de su infancia más el dolor de perder a su hombre,
hicieron perder la cordura;
y mientras follaba a su acompañante,
le rompió una botella de licor en su cabeza,
con los vidrios rotos, rayó la piel del chico, y luego terminó matándolo de buena gana, mientras tenía la verga dentro de ella.
El orgasmo fue fenomenal, y halló allí un motivo para darle otro sentido a su vida.

De manera algo similar, ella fue perfeccionando sus encantos, a la vez que se deshacía de unos cuantos.
Un día se cruzó por su lado un tipo, 
lo reconoció de pronto aunque tenía ya algunos cambios,
y lo estuvo siguiendo durante un día.
Al final se le perdió de vista, y se fue decepcionada;
al llegar a su lugar de residencia,
encontró allí algunas cartas de origen desconocido,
pero al leerlas, la letra y los mensajes en ella,
su corazón se arrugó y echó a llorar.
No podía con eso y se fue directo a un bar,
y ¡oh sorpresa! luego de un rato se le acercó alguien,
«—Hola, perdona que te interrumpa, pero no lo he podido evitar, te noto triste, ¿te puedo colaborar en algo? —ella lo miró de arriba a bajo con una sonrisa tímida y al momento exclamó—: 

—Un trago de whisky estaría bien... para empezar...»


[La historia de J. Ricardo Buitrago, antes "el espanto"y luego "el travesti", fue corta y a la vez muy casual, sin embargo, en mis investigaciones sobre Valentina, me encontré con casos realmente agradables para los sedientos de sangre, que si me lo permiten, ya os contaré en futuros relatos].
—Nota del autor


Mayawell

miércoles, 1 de abril de 2020

EL HOMBRE SIN PENE (+18 bien merecido)

Sepa, amigo lector, que en lo que en adelante se haya escrito, verdades son plasmadas; mas la ficción es inevitable que se salve de estar descrita, pues ya sea por ausencia de recuerdos de quien me ha confiado su relato, como por la afanosa tarea de recoger el mayor número de detalles de mi interlocutor en el menor tiempo, se habrán perdido algunos apartes o bien, habrán sido reemplazados con otros. No obstante, esto no afecta en mayor medida la experiencia de ser testigo de una historia un tanto peculiar.
—nota del autor—



Su nombre es J. Ricardo Buitrago o "el Espanto" como le suelen llamar. (He de saltar la mayor parte de su vida anterior a los hechos, y he referirme a un par en específico para entender de mejor manera el meollo de la situación, pues ya sabiendo que la mayoría de los lectores algún pene por mínimo que sea, tendrán, lo han de valorar tanto o más que el mismo corazón, y por ende, han de simpatizar y compadecerse con la ausencia de un hombre que no es poseedor de uno, pues de imaginarse solamente el caso, es ya una fatalidad para el espíritu).

Ricardo daba marcha a su taxi como de costumbre, y siempre al menos una vez a la semana, alguna mujer caía en su red de encanto, y terminaba follando en el asiento trasero o en el apartamento de la chica. 
Otras veces iba a beber a algún bar cercano, y entre copas de whisky y cigarros mentolados, alguna desafortunada terminaba con la verga de Ricardo en su boca, o bien cobijado con su coño, su polla.

La vida de nuestro protagonista no podía ser más agradable, un empleo sencillo, aventuras pasajeras, mujeres sin falta, una galante vida de soltero; no podía pedir más; sin embargo, esto no evita que sucedan infortunios.

Eran aproximadamente las 10:30 de la noche, era un día de mayo, 
imposible olvidar la fecha de su desventura.
Se hallaba en la cuarta copa de whisky, y en el séptimo cigarrillo,
cuando de reojo se percata de una mujer que vestía de negro y leía unos papeles en el rincón de la barra, con una tristeza semejante, aparentemente se trataba de unas cartas. 
Ricardo, ansioso de probar un nuevo coño, acercose a la joven y sin mayor problema halló en ella una conversación interesante. 

"Pocas mujeres ostentan el poder de poner en peligro la razón de un hombre, y cuando esto ocurre, es inevitable que este sienta una atracción por aquella". 
Si añadimos a esto un par de sonrisas pícaras, 
la cara de la más pura inocencia de niña, 
y una mirada que refleja maldad pura, tendremos a Valentina, nombre, que a decir verdad es insultante para tal tipo de mujer, debiese llamarse Victoria, Beatriz, o tal vez Sara, que sería nombres más apropiados para una mujer de tal temple. Pero como las cosas de este mundo no se dan como uno las quiere, encontramos a un Ricardo que babeaba por una Valentina, que como bien el lector ya habrá deducido, se trata de una perra, de una inmunda, de una maldita bruja, o la perdición de un hombre que no se alcanzaba a imaginar lo que le deparaba. 

—Hola, perdona que te interrumpa, pero no lo he podido evitar, te noto triste, ¿te puedo colaborar en algo? —ella lo miró de arriba a bajo con una sonrisa tímida y al momento exclamó—: 
—Un trago de whisky estaría bien... para empezar.
—¿Para empezar? jojo, oye, me gusta como suena eso.
—Jjjjj sí, estos últimos días no han sido buenos, tengo un desastre de vida —suspiró—, espero que el alcohol me ayude —añadió mientras se limpiaba las lágrimas y se arreglaba el cabello. Lucía demasiado hermosa al hacerlo, era perfecta en todo sentido, pero era inevitable no notar cierto aire sombrío y oscuro en su ser; pero bueno, Ricardo ya estaba un tanto ebrio para haberlo hecho, y de todas formas, su destino ya había sido marcado.

Regresó él con una botella, ya previniendo que la cosa se tendía a alargar toda la noche,
entre charlas y risas se fueron conociendo, 
contando sus cosas, el tiempo pasó, 
y al final, ella ya ebria dijo: 
—¡Lo odio!
—¿El qué?
—A ese imbécil; no sabía nada de él hasta la otra semana, y hoy, junto con estas cartas, me he dado cuenta que lo odio, lo odio tanto, como sé que lo amo —y se agarró a llorar—.

Ricardo, que era un vivo experto en consolar mujeres tristes, respondió mientras la abrazaba y le besaba la cabeza:
—¿Sabes?, los hombres somos muy estúpidos a veces, si es que no siempre, pero cuando amamos a una mujer lo hacemos con el alma, pero un tipo que se va sin dar explicación y aparece de la nada, no es de fiar.
Ella lo miró melancólica, y él añadió: 
—Vamos, te dejaré en tu casa, ya estás muy mal...
—No —interrumpió ella—. Mejor vamos a la tuya, necesito desahogarme —y le dio un beso profundo mientras le acariciaba el pecho—.

Sin perder más tiempo, Ricardo, entendiendo las señales sexuales que emanaba aquella fémina, se apresuró subirla al taxi, y a encender la marcha en dirección su apartamento.
Una vez llegados allí, ella que miraba hacia la ventana se había enmudecido desde hace un rato; 
él se bajó, abrió la puerta del lado de ella, y en ese instante el cuerpo de Valentina cayó de golpe, 
Ricardo pegó el salto y se apresuró a levantarla; 
—¡hijo de puta! —dijo ella—lo siento, jaja, no sabía que te habías dormido dijo él—idiota —replicó ella.
La cargó en brazos hasta su apartamento y una vez allí, ella pidió una ducha. 
Él, complaciente de todo, se ofreció a ayudarla a desnudarse, pero ella pícaramente dijo: —no te creas con tanta suerte, niño —mientras le guiñaba un ojo y entraba en el baño

Al poco rato, en medio del agua se escuchaban unos gemidos provenientes del baño, Ricardo, se asomó a la puerta que entreabierta se hallaba y se le encendieron de un tirón las ganas de follar, tras mirar como Valentina se complacía con su mano. Se quitó la ropa y entró en la ducha, ella al verlo cerró los ojos y se siguió tocando, el se acercó y le besó el cuello, luego su boca; sus manos ya recorrían la espalda, las nalgas y ese coño que emanaba exquisitez.
—Te has demorado, idiota.
—Pero es que... yo creí que...
—Imbécil —dijo gimiendo tras las caricias de Ricardo—. 
Luego se agachó lentamente mientras besaba el pecho, el vientre, y llegaba hasta el falo de su hombre, miraba a los ojos a Ricardo a la vez que sus labios chupaban esplendorosamente aquella vigorosa polla morena, hasta hacerlo correr inevitablemente. Pero no por ello detenerse.

Pasaron de un éxtasis inicial a un desenfreno brutal, 
entre arañazos y mordidas, él arremetía con brutal fuerza su coño, y ella no se quedaba atrás moviendo sus caderas con mayor frenesí,
la temperatura de sus cuerpos era indiferente a las gotas de agua fría que caían sobre ellos.
El primer orgasmo se dejó sentir.

Más tarde acurrucados en la cama, hablando de amoríos lejanos y de futuros inciertos, ella pidió un trago; y él como siempre que ya lo tenía todo preparado, sacó una botella de vino y un par de cigarros, y siguieron hablando y molestando hasta que quedar mucho más ebrios.

Ella se levantó, se acomodó su vestido como pudo, 
y él no pudo evitar reír al verla mal vestida, 
luego ella puso algo de música, una salsa sensual, y se empezó a mover a su ritmo;
inevitablemente la cara de Ricardo cambió y se quedó flechado tras ver como se movían las curvas de Valentina;
era arte viviente, 
poesía andante, 
se enamoró irremediablemente.

Ella se fue acercando, él la esperaba recostado,
ella con las prendas que habían regadas por el suelo le amarró las manos a la cama, le besaba por donde podía, le mordía, lo excitaba demasiado, luego amarró sus pies.
Destapó la botella de whisky, bebió un poco y le dio a beber a él, desde su boca;
luego se montó encima y con su coño húmedo masturbaba exteriormente la polla de Ricardo, esto a él le fascinaba, lo tenía ya muy tieso, pero ella no se quedó ahí, fue subiendo lentamente hasta alcanzar su cara, y se plantó en ella, 
allí, él debía demostrar su mejor esfuerzo en mamar un coño, 
en complacer a una mujer como debe ser;
ella se revolcaba agarrada a los bordes de la cama y se retorcía, mientras él le daba lengua como Dios manda.
Se corrió un par de veces, pero no eran suficientes.

Bajó luego hasta su entrepierna,
le chupó los huevos, 
le mamó la verga,
y luego se montó en ella, 
prendió un cigarrillo y dio inicio a su cabalgata,
él la miraba fumar y se regocijaba ante el inconmensurable placer que le otorgaba.
Ella dejaba caer el tabaco caliente en el cuerpo de aquél,
al inicio dio un salto, y luego se convirtió en gozo.

Ella se dio media vuelta y le mostró el ojete, preguntando sin preguntar si se lo quería meter por allí, 
él por obviedad asintió,
ella entonces bebió otro poco de whisky y el resto de la botella se lo hizo atragantar a él, que de un golpe se lo acabó,
cosa contraproducente aquella, pues había acumulado desvelos desde hace una semana, y era inevitable no perder la consciencia y querer dormir,
ella, por otro lado, y sin ningún reparo, le agarró la verga y se la fue metiendo por el culo hasta que estuvo toda adentro, 
y una vez allí se movió con frenesí a tal punto que se escuchó un chasquido, algo partiéndose, algo quebrándose,
él en su inconsciencia dejó salir un quejido leve, y ella sonrió maliciosamente,
no se detuvo y siguió hasta correrse unas cuantas veces.

A la tarde del siguiente día se despertó Ricardo, 
algo pálido, aún amarrado a su cama, aunque tenía un brazo suelto.
Recordó las delicias de la noche anterior, 
miró a los lados, 
pero ella ya no estaba,
sonrió en júbilo de todas formas y se tocó la verga,
pero si entonces ya se hallaba algo pálido, esta vez se quedó blanco, porque ahí abajo no había nada.
Levantó su cabeza incrédulo, y si había algo de sangre aún, 
esta vez toda se le bajó a los pies, al ver que en lugar de su orgulloso pene de gruesas venas,  había un grueso esparadrapo cubierto de sangre.

Miró a todos lados, frío del susto,
quiso levantarse, pero seguía atado, 
buscó algo para cortar las prendas, 
y en la mesita de noche había un cuchillo y una nota.
Cogió el cuchillo, se soltó la otra mano, y se levantó para soltar sus pies, sintió un tremendo dolor en su entrepierna.

Una vez liberado se sentó a la orilla de la cama, 
se golpeó la cabeza para despertar, asegurando que tenía que ser una pesadilla,
pero era real, todo aquello lo era;
miró su celular,
lo agarró para llamar a la policía y pedir ayuda y justicia para aquella maldita puta,
pero al encenderlo se quedó pasmado;
helado;
habían fotos allí:
una mujer con antifaz;
ella mordiendo y cortando un pene;
luego en la cocina sacando tajadas cual salchichón;
luego otra en la licuadora con vino adentro y en ella echando las partes de su verga;
cada foto era peor que la anterior, pero siguió revisando ese proceder hasta que en la ultima aparecía el mismo Ricardo, con los ojos perdidos, pero bebiendo alegremente aquél jugo terrorífico.

Quedó petrificado al ver aquello,
no se podía mover,
se sintió desfallecer;
¿quién era esa mujer?, ¿por qué tuvo que sucederle eso a él?,
estaba demasiado asustado,
luego brilló un esfero con la luz del sol, y justo debajo una papel que decía:
«¡¡Por favor no!!, ¡¡señor!!, ¡¡por favor!!, ¡¡se lo suplico!!, ¡¡¡NO ME HAGA DAÑO!!!»

Esas palabras retumbaron cual cañonazos en la mente de Ricardo;
su memoria le recordó vívidamente los gritos de auxilio de una niña indefensa a punto de ser ultrajada.
Se quedó como ido, como muerto,
se quedó en el limbo.

Venganza... o justicia, fue lo único que alcanzó a pensar antes de perder el conocimiento...

Continuará... 


Mayawell

viernes, 6 de marzo de 2020

SILLA ROJA (+18)

Me abrazó por la espalada;
comenzó a besarme el cuello;
a acariciar mi pecho,
me desabrochó la camisa.
Hizo que me corriera un poco y le diera campo para poder sentarse sobre mis piernas,
y así lo hice.

Sin más adornos que una camisa que le dejaba el ombligo expuesto
y una tanga rosa de princesa,
halló comodidad sobre mis muslos;
me miró fijamente y me dijo que no tendría que parar,
que siguiese en lo mío mientras ella hacía lo suyo.

Yo que en otra cosa no podía pensar más que en devorar toda su feminidad,
entendí lo que Juliana me proponía, y acepté el reto:
Contenerme cuanto me fuese posible en tanto su orgásmico cuerpo hacía todo lo concerniente por llevarme por el camino hacía su infierno.
Sonriente me besaba el cuello sin cesar;
jugaba con mi barba,
sumergía ardorosamente sus manos en mi pecho;
rebuscaba cada pizca de calor en mi seno y lo hacía florecer.

Para entonces yo ya tenía la polla más dura que una roca de granito,
y mis manos ya no sabían seguir las indicaciones de mi cerebro,
y las líneas de un fino texto en las que se suponía compondrían una historia de amor inocente,
plasmaban poco después de la llegada de July, una sarta de burradas y lascivas intenciones, 
escribía ya para entonces cosas como: 
"Comerte July, solo eso quiero.
Chuparte toda.
Perderme en tus escondrijos de perversión pútrida.
Ahogarme amamantando tus tetas.
Saciar mi sed con la saladez de tu sabor"...

Yo ya no podía continuar, era natural, 
soy hombre débil ante la buena carne,
ante la blanca pureza de una puta que decía ser toda mía.
Una compañera  a la que cambiarla con todo el oro existente era una cuota demasiado pobre.
Es el recuerdo de una mujer que en mi corazón guarda reposo.

Así que renuncié a la competencia,
y me rendí a sus pies.
Una vez más ella ganaba el juego,
y yo era tan dócil bajo su mando,
que ella podía hacer conmigo cuanto quisiera.
Era el precio de perder en el duelo;
y era mi regalo ser todo suyo.

La silla roja frente al escritorio donde se quedaron olvidadas mis historias,
trae a mi memoria los inimaginables ratos de pasión.
Noches de faena y gloria absoluta,
noches de gozo que son imposibles de relatar en los libros,
porque hacerlo sería un irrespeto a  nuestro acto delictivo.
Plasmar en el papel lo que Juliana conseguía provocar,
debe darse como tarea a la imaginación más enferma y más perversamente sexual que cada uno podrá crear.


Malaya

martes, 4 de febrero de 2020

ETERNAMENTE TÚ

"Dígase a los hombres la verdad y no ocultéis nada, 
que todo es llegado a saber a través del tiempo, 
y es mejor que lo sepan por la propia boca, 
que por los sucios labios de los impíos".

—Malayasca—


Tú loca por mí,
yo perdiendo la cabeza por ti,
ambos llegado al límite del éxtasis colmados alegría,
reconociendo el cuerpo del otro y recorriendo como antaño sucedió.

Nada menos y mucho más que la última vez que nuestros ojos se cruzaron;
arropados por más prendas que la piel reluciente de lascivia, 
su sabor despertando el apetito de un enfermo,
su aroma ensanchando el corazón.
¡Válgame Dios!, en ese momento no sabía si dar las gracias antes o brindarlas después del gozo, fuese lo correcto,
pero era necesario agradecer, al menos, a la vida, por la perfección de mi amada que honraba con honores a sus progenitores. 

Ante mí, la belleza de una ninfa,
la sabiduría de Atenea,
la inmensa beldad de Afrodita,
la atracción irresistible de quien fuera Eliza, mi portentosa señora.

Los años habrían de dejar huella en ella, 
cicatrices en el alma,
manchas en el corazón,
pero no por ello menos gracia,
sino más bien, esplendorosa y atractiva para quien se atravesara en su camino,
y yo, como el elegido de su corazón, me sentí el más feliz de los hombres,
superando a penas por décimas, el límite de la felicidad.

Beso a beso, piel con piel,
recreando la conquista del paraíso,
elevando nuestras almas y entregándolas en ofrenda al más alto;
transcurrió así la noche,
entre sábanas, 
alfombras,
y lozas de baño;
mágica velada que habría de sonrojar hasta al más perverso;
eterno copular entre dos jóvenes que se aman sin más.


Pero he debido marchar tal como he llegado,
sin hacer ruido,
sin levantar conmoción, 
solo con la promesa de volver
y sentir el magnánimo placer,
el suntuoso arrebato de lujuria,
y el mejor amanecer.

Tuve que marchar sin volver la vista atrás,
aunque no sin antes cerciorarme de que sus labios promulgaban un "te amo" poco antes de que me perdiera de su  vista.

He tenido que irme guardando en silencio los gritos de amor a mi hermosa gorda, 
que aunque no lo haya mencionado, 
no era necesario tampoco, pues mi cuerpo sincronizado al suyo...
decía todo lo que mi alma no podía callar.


Mayer