El sendero se va enderezado con el tiempo según se aprecia a través de este mirar torpe y poco agraciado.
No se puede con ella, cada batalla está perdida poco después de haber empezado a hablarme: te leí todo eso, ahora me vas a escuchar a mí, dice un día y que activa el modo drama y me cuenta una historia más triste que la que le acababa de echar yo.
Sus lloriqueos no le impiden perder el hilo de la historia y un rato después ya anda cagada de la risa. Supongo que es porque sabe que ha vencido y ahora viene el goce.
No importa qué tan triste quiera pintarle mi existencia, ella está lista para hablar de la suya con el doble de tristeza y me obliga a consolarla con solo llorar.
A qué nivel de degeneración he debido de caer para decirle que no llore porque hará que me excite y, en efecto, la verga se empieza a poner dura de tan solo recordar los buenos ratos. Y entonces ella va de nuevo sacando su lado insano y se entrega al juego con premura y echa un llanto revuelto porque se le sale la risa maliciosa de recordar deliciosamente lo sabroso que es pasar del deleitoso sufrir al más exquisito placer.
Malaya
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