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sábado, 9 de enero de 2021

POETA DEL CHIQUERO Cap X: Vaya dato perturbador.

—¿QUÉ VERGA, CABRÓN? Era el maldito ejército más poderoso del fucking mundo, ¿y los hicieron polvo? ¡¡¡¿QUÉ MIERDA?!!!
¿Quién putas nos va a salvar a ahora, coño? ¡¿Quién?!, valimos, jueputa, ¡¡VALIMOS!!

Esto vociferaba Miguel Ángel de la Ascensión, mientras daba la segunda cagada del día.
Habían, en efecto, sucumbido de manera casi patética el glorioso ejercito estadounidense; no bastó más que medio día para que toda la armada fuese convertida a cenizas, y con tal ejemplo los demás ejércitos del mundo temblaron y huyeron hasta donde pudieron. 
Día a día, de cada potencia mundial sólo quedaban grandes espacios vacíos consumidos por una especie de lluvia corrosiva. 

Los aliens, señores, aquel año antes de completar el 2030, una flota de bichos interestelares arribaron en el planeta Tierra.
Y nada daba indicios de que viniesen en son de paz. 

Miguel Ángel de la Ascensión Hidalgo Cortés, oriundo de la selva amazónica del Ecuador, hijo de padre colombiano y madre mexicana, que había pasado toda su vida yendo y viniendo por toda América latina y otros países del mundo, a sus treinta años se dio cuenta que el mundo levantó la bandera de la supervivencia, y era ahora el momento de hacer lo máximo en el menor tiempo posible. 

Entendido esto, aquel martes de un lluvioso julio, cuando la armada estadounidense se vaporizó a la vista de los espectadores que ansiosos observaban la realidad como si fuese una película que los noticieros exhibían a través de sus drones en vivo y en directo, Miguel acabó de limpiarse bien en culo, 
fue por su machete, 
lo afiló en su taller de metalúrgica cual cuchilla de afeitar,
y salió a caminar. 

La lluvia caía a borbollones, 
pero ya Miguel fumado su buen porro de cripy, sentía como el agua le generaba una satisfacción en aumento.

Entonces ya habiendo recorrido calles enteras, terminó en las afueras, 
y ahí, justo debajo de un puente, una mujer se refugiaba del fuerte aguacero. 
Miguel se acercó como si nada, llevando el machete escondido en la espalda, 
Le sonrió amablemente, ella contestó igual, 
preguntó cómo se llama mientras refería algo del clima y la urgencia de buscar cobijo dónde sea, 
y cuando ella terminó de pronunciar la a con la que terminaba Lucía, la cabeza le quedó colgando hacia atrás mientras caía. 
Con la agilidad del gato, Miguel le había asestado un machetazo que cortó de un tajo el delicado cuello de la muchacha.

Rápidamente la desvistió y se sacó la verga. 
La abrió de piernas y penetró groseramente aquel cuerpo sin cabeza.
La sangre escandalosa se mezclaba con el agua y se observaba desde lejos un líquido enrojecido avanzando sobre la calle. 
Miguel envuelto en su labor llenó de buena leche aquel coño que empezaba a enfriarse.
Le mordió las tetas hasta enterrarle los dientes y arrancarle los pezones, 
Menos mal estaba ya muerta o la cara que habría puesto la muchacha hubiese sido espeluznante, se dijo. 

Acabó, se limpió y se guardó la polla que aún estaba erecta y deseaba más. 
—Pero para ser la primera vez, creo que estuvo bien, —pensó— y siguió andando por la calle, 
Llegó a su casa, 
preparó su mochila, 
mañana será un gran día, se dijo y se durmió. 

Al medio día del miércoles ya las calles estaban revueltas, 
La gente enloquecida corría a abastecerse.
Miguel con su machete escondido en su mochila, también salió para abastecerse y checar el panorama.

De vuelta a casa, pasó por encima el puente donde seguía tirado el cuerpo desnudo, follado y ahora morado de la bella Lucía, —no, espera, no era bella, fea si estaba, por eso le bajé la cabeza, pero buena la hijueputa, joder, sí que estaba buena  —se dijo al recordarla. 

Armó otro porro y siguió caminando, 
las ganas de follar le entraron de nuevo, 
y está vez había un tipo fumando un cigarro al final del puente. Miguel lo miró y pensó —pues siempre hay una primera vez —y se acercó pidiendo fuego para su cigarrillo— el tipo se echó la mano al bolsillo, 
Y cuando la subió solo fue para tocarse la tráquea de la que salía sangre a borbotones. 
Miguel, de la puntería echo un diablo, asestó limpio el corte y la cabeza rodó calle abajo. 
Le quitó el pantalón y con el culo parado del reciente muerto, se dio un festín.
Lo penetró con dificultad pues estaba muy cerrado el hijo perra, pero apretando fuerte se lo fue metiendo, 
Siempre había querido tocar un pene que no fuese el suyo, y ahí tuvo la oportunidad de quitarse las ganas.
Una vez hubo eyaculado en su interior, le jaló la verga tan fuerte como podía, a ver si se podía arrancar, pero no pudo por lo que terminó cortándola de un tajo. 

Los días pasaban, y los muertos abundaban.
Incendios, disparos, gritos, bombardeos, 
gente desesperada, 
huyendo, 
otros dejándose morir, 
Algunos cuantos en fiestas, bailando antes de que sea demasiado tarde.
Muchos otros ebrios por abusar del alcohol o de locura al verse impedidos para hacer frente a su muerte segura. 
Todos eran testigo del poder de los aliens, 
y nadie tenía la fuerza para enfrentarlos. 
Así que cada quien hacía lo que creía era lo mejor.

Miguel que siempre había querido matar, no tuvo mejor excusa que esta para llevar a cabo su tarea.
En tanto el mundo se perdía rápidamente ante la invasión de los bichos color esmeralda con forma de humano, pero con un par de extremidades demás y la altura de tres metros el más bajo, 
Miguel aprovechó para saciar su sed de locura y hacer cuando pudiera. 
Nadie iba a recriminar sus actos y dispuesto a morir estaba desde hace años, luego de que se enterara que sus padres no eran sus padres, que sólo lo habían robado para venderlo, pero como estaba bien feo, nadie lo quiso comprar, y al final la pareja de viajeros terminó por encariñarse del adefesio y lo dejaron como sirviente. 
Le dieron escuela suficiente para que no sea un retrasado, y eso fue todo. 

Así que ahora, Miguel, a sus treinta supo que no había mejor manera de demostrar que la vida es una sola, sino sacándole el máximo provecho al asunto. 

Así que con machete en mano, todos los días iba en busca de alguna presa, en lo posible mujeres de más de veinte años  uno que otro tipo. 
Siguió matando y follando cuanto pudo. 

Sin embargo un día, se vio en una ciudad vacía, 
Casi toda la población había huido dejando todo atrás. 
Y entonces se metió en una casa siguiendo a una joven, y luego de hacer lo propio, se dio cuenta que había una niña en la casa y la niña estaba ciega, 
—Joder —pensó Miguel— ¿una ciega? Nunca se me ocurrió, pero ya que estamos, hay que probar su sabor.
Y la niña al sentir que alguien la agarraba, gritó, y Miguel que no toleraba el ruido con un trancazo le partió la quijada en dos. 
Inconsciente quedó la pobre y Miguel aprovechó para gozar con la infante. Tendría unos diez años nada más. 
Y terminando su pasatiempo, se marchó. 
Pero al cruzar la puerta su mundo se puso oscuro. 

Sintió como algo le envolvía la cabeza y sus pies se elevaban del suelo, 
sonidos inentendibles percibía.
De pronto lo soltaron y cayó de costado en un montón de gente, la mayoría heridos que no podían moverse, y que al sentir el nuevo integrante gritaron por el impacto del desgraciado. 
Ahí fue cuando murió Armandito, el niño ejemplar del barrio, el que ayudaba a los ancianos, a sus vecinos, el que alimentaba a los gatos. Herido, con la pierna quebrada, había tratado de ubicarse en un rincón del vagón para tratar de salvarse, pero cuando vieron que iban a tirar a otro más, la gente se movió, y Armandito cayó. 
Lo pisaron varios y alguien se paró sobre su cabeza justo cuando Miguel Ángel de la Ascencion cayó, y lo hizo encima de quien pisaba a Armandito y del impacto sus ojos salieron de sus cuencas cuando su cabeza estalló. 

—¿QUÉ PUTAS? ¡JODER! ¡¿QUÉ ES ESTO?! —Grito Miguel al incorporarse y ver a más de cien personas amontonadas en aquella caja de metal, pero luego de observar el panorama dedujo la gravedad del asunto. 
Los aliens estaban recogiendo a cuanto humano divisaran, vivo o no. 

Se asomó como pudo por un lado de la estructura y al asomarse sus ojos se abrieron de par en par:una horda de monstruos verdes con cuatro ojos formando una corona en lo que parecía su cabeza hacían lo que parecía... 

Ring...ring.. sonó el teléfono.
—¡NO, JUEPUTA! ahora no... ALÓ, ¿QUÉ? 
—Chiquero, tenemos un problema. 
—¿QUÉ PROBLEMA? ¡No molestes! 
—Andrea, la mataron, la hallamos en la treinta y dos con quince entre un montón de basura, por pedazos, su cabeza tenían una tarjeta entre los dientes, «sigues tu, Chiquero hijo de perra»
—... 
—Chique, ¿aló?... Oe.. 
—... Mieeeerrdaaaa...
—¡Tenemos que hacer algo! no podem...
—Si, si, ya ya entendí. Clap —colgó. 


Nuuuuu, y ahora, ¿qué verga? Baaaahh a la mierda, ya debe estar con el padre celestial poniéndole el culo a todos los ángeles y al puto del Chucho. Ni qué hacer. 
Sigamos con la historia que esto se está poniendo buenoooooo jo, jo, jo... 

¿QUÉ? ¿SE ME ACABARON LOS DATOS? ¡¡¡¡HIJUEPUTAAAAAAAAAA!!!! 

Baaaahh, joder. Bueno Andreita. Tocó ir a vengar tu muerte, la historia tendrá que esperar.


Continuará...


Malayerba

domingo, 6 de diciembre de 2020

EL AMOR EXISTE

«Hay gente que ha perdido la fe en el amor,
ya no creen en él, porque se lo han pintado con pintura barata;
quién les ha hecho el daño fue tacaño y no les pasó unos toques de vinilo.

—Es acrílico, pendejo, el vinilo es la pintura barata.
—¿Qué?...aaaahh... ciieeerto, je, je.
—¿Cuánto más debo esperar?
—Sólo un poco más.
—¿Seguro?
—Sí, confía en mí».
Y al parecer lo hizo, porque se quedó en silencio un buen rato,
y cuando menos me di cuenta, ya estaba tirando al suelo la última prenda.

El fuego iluminaba el lugar.
Ella empezó a danzar;
en círculos bailó al rededor;
sonreía y tarareaba una canción.

Yo me percaté, y sonreí gozoso;
la empecé a detallar,
la empecé a asimilar.
¿De dónde habrá salido esta chiquilla? Recuerdo haberme preguntado.
¿Dónde anduvo todo ese tiempo? Recuerdo haberme cuestionado.
Nunca lo llegué a saber,
pero qué importaba ya.
Estaba frente a mí, bailando suavemente,
tarareando una canción del cielo y mirándome lascivamente.
Al poco rato me llamó extendiendo sus manos para que la acompañara a bailar también. 

Me levanté y lentamente me fui acercando,
me agarró de las manos y comenzamos a mover los pies. 
Yo a veces no sentía ya el suelo, 
estaba flotando por las copas de los árboles;
las estrellas pasaban por mis hombros en picada.
Mi compañera cabalgando la luna entonaba una canción que se perdía en el infinito,
donde aquél que la hubiese oído,
habría por fuerza mayor, abierto su corazón, y entonado también una melodía al amor.

La cuenta del tiempo se perdió.
Las gotas de lluvia intervinieron en la ocasión.
Me quité la ropa.
Me quiete las botas.
Y como Adán a lado de su Eva,
desnudos bajo los ojos de las estrellas,
corrimos por el bosque, 
y nos revolcamos en el lodo.

Cubiertos de hierbas y hojas,
anduvimos otro tanto de la noche.
Nos tiramos a la orilla del riachuelo,
el agua estaba helada,
y tanto, que al entrar en contacto con nuestros cuerpos,
ondas de blanco vapor salieron disparadas.

¿Era yo el sol, o era ella la osa mayor?
tampoco lo sabré,
pero el fuego que se hallaba en nuestro interior,
ardió con rotundo fulgor.

Mi compañera al rato propuso ir a la carpa,
para secarnos la piel, para evitar un resfrío;
la acompañé yo decidido a hacer de ese bendito culo, algo mío.

Entramos y nos secamos lo mejor posible,
y en la colcha nos tiramos a brindarnos calor;
ella dándome la espalda,
yo dándole espaldas al suelo.

Pero aguanté no más de tres minutos,
por lo que empecé a acariciarla suavemente,
a encajar mi figura con la suya.
Mas estaba frígida la inmunda, 
no se movía;
asumí que estaría ya dormida,
así que la enderecé boca arriba.
Le acaricié sus lindas tetillas,
no más grandes que naranjas,
no más pequeñas que limones.

Nada hacia la muerta,
me obligó a hacerlo todo yo,
así que no reparé más en el hecho,
y llevé mis manos a su interior.

Y como no queriendo la cosa y a la vez deseándolo con ardor,
dio vía libre a mis manos que manosearon profusamente sus labios,
los lubricaron,
y a posteriori, penetraron. 
Seguido, repetí el proceso con mi gruesa verga que se levantaba ansiosa;
me extravié en la humedad de su entrepierna;
y a eso de las dos de la madrugada,
ya estábamos acoplados y danzando con las caderas.

Ella a un lado, 
ora al otro, 
ora arriba,
boca abajo;
haciendo el sesenta y nueve, ora el setenta y dos,
(el setenta y dos para los que no sepan, ese el mismo sesenta y nueve, pero con tres dedos por atrás).

Copulando y gozando de diversas formas lo pasamos hasta que el sol de la mañana nos alumbró la cara;
rendidos, agotados, habiendo sucumbido ante el placer, 
dormimos profusamente hasta el medio día de ese ayer. 

Bajamos más tarde al poblado, 
ella para su casa, yo a la mía. 

—Maldita morena mía, ¿no que jamás me lo ibas a soltar? Ja, ja, ja —le escribí en el chat.
Luego de una rato me habló: vete a la mierda mejor.
Me reí y le inquirí para cuándo otra tomada, 
de esas buenas hierbas, de esa buena crema de hongos... alucinantes (porque si digo alucinógenos, saltará el imbécil que a toda hierba bendita le llama droga)
—Quizá para el otro fin de semana, o quizá nunca en tu vida, fracasado —respondió y se rió. 

Aaaahh, querido lector, fue en aquella vez, cuando supe que la había conseguido, 
que valió la pena el tiempo y esfuerzo invertido.
Fue en aquellos tiempos que ella estaba en el borde de la cuerda, 
y sólo necesitaba un ligero empujón para caer;
fui yo quien sopló a las nubes, 
y las nubes me devolvieron un ventarrón.

La gentil muchacha de la cuerda que la amarraba a un pasado de dolor, se desprendió,
y en mi apachurrado corazón, de costilla cayó.
Una colcha suave,
una colcha amena:
mi corazón entero estaba a sus pies.
Fue el mejor regalo de la vida, haberla hecho mi mujer. 

No voy a negar que la vida se quiso portar mal,
Que hubieron de transcurrir miles de lunas antes de que pudiera amaestrarla,
para que al fin se entere de quién es el que manda,
y a quién es que debe obedecer cada palabra.

El amor existe no hay duda.
El amor es real, tanto, que se lo puede tocar;
tan sincero, que se lo puede escuchar,
y tan verdadero que se lo puede abrazar, 

Tocar, cuando me suelta un beso.
Escuchar cuando me suelta un te quiero.
Y abrazar cuando la agarro del pelo, 
le beso el cuello,
me derrito en su boca, 
y en un abrazo profundo, 
mirando a sus ojos de caramelo color,
le digo te amo mi reina... 
le digo te amo: mi amor. 


Mayawell

martes, 3 de noviembre de 2020

LA CHICA DE LA BLUSA VERDE

Llegó a la tienda un lunes y la recibí complacido.
Traía puesto una blusa verde claro y de tirantes, lo que dejaba ver sus delicados brazos desnudos, además de un pantalón blanco que le daba un ambiente natural y de libertad.
No podía faltarle la sonrisa, tenía una de las más hermosas que he visto, de esas que se adornan con hoyuelos, perfectas les dicen.
Tendría alrededor de veinte años, 
pero su rostro reflejaba algunos menos, hasta tenía un aire infantil.

Compró un de litro de crema de leche en bolsa, porque el tarro traía muy poco y necesitaba hacer un postre para unos cuantos. 
Algo me dijo, yo le respondí,
de ahí seguimos hablando por un par de minutos.
Se reía mucho.
Me hacía reír demasiado.
Era muy divertida, 
y aprovechando el buen humor que tenía le ofrecí otras cosas, 
pero no tenía dinero, 
y a parte solo iba por el encargo, 
entonces le regalé un chocolate.
Se despidió amablemente y se fue.
Su visita me dejó un aire de bienestar. 

En la tarde me había preparado para salir. 
Ella había vuelto solo con la esperanza de encontrarme nuevamente, 
pero no atendí yo esta vez. 
—¿Que cómo sé que iba buscándome? ah pues, porque cuando salí, 
ella que estaba ahí en el anden, al verme, su cara se iluminó al igual que la mía, 
y se me acercó muy contenta.
Me saludó a la vez que yo le hacía un cumplido de lo linda que se miraba. 
—¿Qué has comprado? —pregunté—, me sonrió y me enseñó un chicle. 
—¿Solo uno? Qué tacañería —le dije—, y partiendo la caja a la mitad me alargó una pastilla. 
—No venía comprar, tonto —me respondió con una mirada tremendamente coqueta—. Solo venía a buscarte, pero me dio cosa y para disimular compré eso. 
—Oh ya veo, pues bien, vamos. 
—¿A dónde?
—A caminar, obvio, la tarde está muy bella.
—Bueno —me dijo contenta—. Y como si fuese una vieja conocida, se enganchó a mi brazo y empezó a hablar y hablar de cosas, tantas, que ya no recuerdo,
y es que no le ponía mucha atención, era la verdad, 
me hallaba perdido en su escandalosa risa de niña dulce. 
Me hacía reír mucho también. 

Así caminamos varias cuadras hasta llegar a un parque. 
Nos sentamos a la sombra de un árbol. 
Y ella muy cerca de mí, me hablaba de que llevaba poco tiempo en la zona, que era de otra ciudad. 
Entendí entonces porqué me parecía tan singular. 
En un momento de la charla me besó como si ya lo hubiese hecho mil me veces, y sonrió. 
Así que la traje hacia mí y le devolví un beso más intenso.
Nos acariciamos tanto que me entraron ganas de hacerle el amor ahí mismo. 
Y eso me propuse. 
Fui resbalando mis manos por su espalda. 
Acariciaba su pecho. 
Ella soltaba leves gemidos,
y procedí a quitarle la blusa lentamente, mientras le besaba el cuello. 
Quedó con el brasier blanco de encaje, 
se lo había desabrochado ya, 
pero al momento se detuvo y me alejó. 
—¡NO, IDIOTA! ¡AQUÍ NO, HAY MUCHA GENTE!
Y se cubrió nuevamente muy rápido. 
Me reí mucho, pero me sentí frustrado.
Estaba colorada debido a la excitación de momento, 
así que me detuve a contemplarla unos segundos.
El tinte rojizo en sus blancas mejillas la adornaba tiernamente. 
No obstante, me miraba enojada, 
pero era un enojo sexy, de ese enojo que gusta, que dice que todavía no, que después lo hacemos. 
Era el enojo de tener que esperar. 

Era la primera vez que la veía.
Ni siquiera sabía su nombre. 
Ella no conocía tampoco el mío.
Pero hablamos de todo y tantas cosas que en cuestión de minutos ella completaba lo que yo pensaba, y yo decía lo que ella quería expresar. 
Tan conectados estuvimos que lo demás quedó de lado. 
Al final le pregunté:

—¿También me soñaste?  
—Sí, exactamente así —respondió—, aunque en el sueño si cogíamos en el parque. 
—Y porque no lo hacemos realidad —le propuse. 
—Porque... No sé, me da cosita jjj —dijo sonriendo. 

Yo reí y no puede hacer más que besarla. 
Nos pegamos los labios durante el resto de la tarde. 

No nos vimos más de una semana, 
pero a partir de esa misma tarde ya entrada la noche, follamos como animales, 
y de ahí en todo lugar y a toda hora. 
La delgadez de su cuerpo. 
La sencillez de su alma. 
Su mirada de niña tierna. 
Su sonrisa de picardía, 
Con ella, siete días fueron la dicha merecida, 

Nos encontrábamos como sabiendo de antemano donde estaríamos. 
Hasta que un lunes, no la encontré donde creí debía estar. 
Me dirijí a su casa y allí me atendió una cuarentona.
—Disculpe, se encuentra... —Ahí recordé que no sabía el nombre—. Se encuentra la chica. La niña esta ¿la flaquita?, je, je. 
—¿Perdón qué? —Dijo ella. 
Entonces le indiqué una foto que tenía, 
—Ella —le dije. 
Y la señora me miró feo, y sentí su mal humor contenido.
—¿Y usted quién es? —preguntó—.
—Solo un amigo, conocido. No sé nada de ella desde ayer y creí que la vería hoy, pero no llegó.
—¿Qué le pasa, joven? Ella murió hace ocho días. 
—¡¿Qué?! Pp... P.. Pero ¿cómo así?
—El carro en el que venía se estrelló contra una tractomula, y ella murió junto con otros tres pasajeros, era mi sobrina, y venía a quedarse unos días conmigo. 
—...
—Oiga, joven, ¿está bien?
No respondí, me sentí mareado, 
—¿Cómo se llamaba? —alcancé a susurrar antes de que se apagase mi voz.
—Jazmín respondió. 
—Gracias. 

Y me fui caminando lento.
El cielo se puso gris.
Y sentí un fuerte dolor en pecho.
¿Qué había pasado?, no lo entendía.
Si ella no estaba... todo este tiempo que anduvimos y la gente que nos miraba riendo... 
No, no nos miraba riendo,
solo miraban a un loco que hablaba con él aire...
y se reían de mí. 

Sin darme cuenta seguí caminando hasta un lugar en la falda de la montaña, uno de los primeros lugares donde había hecho el amor con Jazmín.
Encendí un cigarro y entonces sentí una mano sobre la mía que lo apartaba de mi boca. 
—No fumes, me dijo. No me gusta que lo hagas, detesto el olor.

Giré la cabeza para los lados, pero nadie había, 
estaba solo.
La verdad es que no lo entendí.
No tuve ninguna otra señal.
A lo mejor y solo me volví loco,
o quién sabe, y a lo mejor era su alma que me había buscado desde el más allá.
A veces quiero pensar que fue lo último, 
pero cuando salgo, la gente me mira raro, 
y entonces lo entiendo...algo me falla.


Malaya

viernes, 11 de septiembre de 2020

DEL LLAMADO EN LA PUERTA

Estaba sentado en mala postura y se me apretó uno de mis tres huevos,
entonces mandé la mano a la entrepierna y lo saqué con delicadeza;
el alivio no se hizo esperar.

De repente llamaron con urgida insistencia la puerta;
tocaban y tocaban, pero me negaba a abrir, 
el local ya estaba cerrado,
y yo necesitaba estudiar.
¿Por qué tenían que esperar a que se cierre, ¡coño!? 
No obstante, seguían golpeando, y ante la persistencia, salí a atender con desgana.
Eran un par de venecianas, (porque si les digo venecas se ofenden) con tres niños a la espalda, 
y dos ingratos que debían de hacer de sementales en sus noches lúgubres.

Pidieron una recarga para navegar en YouTube
luego un par de chocolates, 
unas frituras, 
unas golosinas, 
una bebida de malta de dos litros, 
y un par de cigarrillos. 

Entre el vaivén de la entrega y el cambio de la moneda, buscaron tomarme el pelo, 
pero se estrellaron cuando mis réplicas fueron el doble de graciosas y el tiro les salió por la culata. 
Y por el culo les habría dado a ese par de locas, si no fuese porque estaban con su familia y yo tenía un golpe de ala (resultado de no bañarme hace tres días) que intoxicaba al respirar, 
cosa que era mejor evitar las ganas de abrigar esa noche con calor venezolano. 

A todo eso, la mayor me echó el ojo, 
se evidenciaban las ganas en su lujurioso rostro;
buscaba preguntar y bromear con el solo fin de oírme hablar, 
la otra igual, pero era un poco más reservada, y a decir verdad, era más hermosa. 
Al rato, en medio del minúsculo jolgorio que llegaba a su fin,
sin querer les robé algo del cambio, y lo notaron, 
yo admití mi error con descaro,
no lo negué;
me miraron animosas y replicaron con ahínco,
y yo me reí fuerte;
ellas rieron escandalosas conmigo, 
los dos chamos al fondo se rieron también. 
La risa nos contagió a todos, incluso, el par de mocosos que andaban estorbando por ahí, se reían sin saber el motivo.

Mi noche no había prometido ser buena, 
la mujer que adoro estaba enojada, 
y yo no me sentía bien. 
Pero esa gente me alegró el rato sin pensarlo.
Esa gente me arregló la velada que se tornaba amarga,
y entendí una vez más que todo cuanto ocurre,
una razón mayor posee.


Yerba

jueves, 3 de septiembre de 2020

POETA DEL CHIQUERO CAP VII: Un juego suculento

—Oigan, no me gusta este lugar, parece maldito. 
—¡¡Malditas las ganas que le traigo a ese culazo, mi amor!! —le dije—
Y sin más, con la destreza del mañoso, le bajé hasta el suelo lo que tenía por pantalón y la penetré violentamente y sin saliva para que no perdiera el horizonte, justo cuando algún mísero demonio la hacía suya.
La chica se revolcaba poseída por el ente maligno; 
echaba espuma,
se retorcía los brazos y la cabeza;
y yo, que retorcido también andaba, 
le agarré de las tetas hasta enterrarle las uñas, 
y bien clavado cual cerdo sobre su marrana,
no me desprendí, aun cuando se revolcaba como si fuese un toro mecánico.

El otro que nos había acompañado no sabía qué hacer;
si jalarse la verga al ser testigo de la faena, 
o sacar la cruz, soltarse un rezo y echar unas gotas de agua bendita (consagrada por el mismísimo papa mientras era un santo y hablaba con Dios, cosa de un pasado remoto, y antes de que la lujuria le ganara y violara a setenta y nueve niños en dos meses, ganándose el récord de ese año en el vaticano, y obvio bajo la bendición del mismo Dios).
Siguiendo la lógica, me pegó un grito diciendo que me bajara de la poseída, 
y luego me indicó que la sujetara fuertemente.

Mirando la situación no vi de otra más que usar la técnica del cordero.
La enlacé del cuello y tirando la soga hacia arriba por una doble viga, le di una buena templada.
Quedó medio flotando, pero era mejor que agarrarla con las manos desnudas y correr el riesgo de ser golpeado.

Antes de que muriera por la asfixia, 
le rociamos agua bendita y le ayudé a rezar al remedo de exorcista. 
El demonio pareció que se fue, y la niña quedó librada, 
pero ya se estaba poniendo morada la desdichada,
y para desgracia de la pobre, 
el nudo se apretó y tardé mucho más en soltarla. 
Pero al final se pudo, y la chica se salvó. 

De esta manera, fuimos desvirgados los tres:
el tipo echando su primer exorcismo;
la niña sufriendo su primer exorcismo;
y yo, culiando a una poseída por primera vez, je, je, je. 

¿Que cómo llegamos a esta situación?, se preguntará el lector. 
Puede aquél que ya conforme con lo contado, dejar hasta aquí y buscar otro buen texto para leer. 
Pero si gusta saciar la curiosidad, permítame ponerlo en sintonía. 

Dahianne, Román, y yo, nos conocimos por ahí, sin pensarlo ni beberlo.
Aquel día que nos topamos por vez primera, llovía devastadoramente, 
y en el rincón de algún edificio de la gran ciudad donde nos refugiamos por casualidad, les ofrecí un poco de yerba, 
el tipo sacó una botella de alcohol al 60 %, 
y la chica como no tenía nada que ofrecer, se dignó a complacernos con buena compañía. 
Desde ahí seguimos frecuentándonos un par de veces más.

Un día, Román nos habló de posesiones y otras cosas sobre las que él estudiaba.
Dahianne, se emocionó con la charla, y ansiosa por experimentar nuevas sensaciones en su arrebatada vida de niña rebelde, propuso jugar a la güija.
Yo, que andaba algo aburrido, acepté la propuesta, 
y Román, que no estaba a gusto con la idea, 
aceptó de buena gana luego de bebernos la tercera botella de Whisky.

Preparamos la jugada para la noche de ese mismo sábado que era tan oscura que no nos mirábamos las caras sino era por las luces de la linterna.
Al amanecer del domingo, estábamos dormidos a pierna suelta en medio de un olor a vicio y cerveza. 
No pasó nada, pero el miércoles, nos informaron que la niña miraba cosas raras.
No siendo más, la oportunidad se dio, 
y cuando supimos qué ente  poseía a la chiquilla, 
hicimos los preparativos para el  siguiente sábado, 
día de  evacuar el mal, que como habrá leído ya el lector, en la primera parte, se explica  claramente lo sucedido. 

Por desgracia, luego del incidente, 
Dahianne no quiso volver a vernos;
Román recibió de castigo su expulsión de la escuela espiritual y se abrió del parche;
y yo, yo quedé ahí, 
otra vez solo, 
valiendo verga, 
y contando estas cosas al papel como si alguien las fuera a leer, 
como si a alguien le llegasen a importar,
pero en caso de que sí, pues, espero que se lo haya gozado como yo al recordar esos viejos tiempos.


Malayerba

miércoles, 2 de septiembre de 2020

POETA DEL CHIQUERO CAP VI: Emilio

Después de verlo ahí en medio de la miseria,
tenía dos opciones; 
o le demostraba que el sistema lo quería pobre y que él era un desgraciado,
o simplemente el reírme con él.

No pensé dos veces como era de esperarse,
y le pedí algo de cuero, pero no tenía,
entonces le quitamos el papel a una chocolatina que habíamos comido y armamos el cigarro,
fumamos un buen rato y salimos a caminar por la ciudad.
Felices y sonrientes anduvimos,
disfrutando de este presente que era tan nuestro, tan propio, y a la luz sus once años, tan inocente.

Emilio le dije, mira esa gente, ¿qué piensas de ellos?
—No sé, solo son gente.
—Así es —sonreí—, solo son gente y nada más. Nunca permitas que alguien de ese tumulto, te haga sentir mal,
son estúpidos la mayoría de ellos, no saben lo que quieren realmente, ni siquiera saben lo que son, y no tienen idea de a dónde van,
están perdidos.
—¿Y tú si sabes eso? —me interrogó.
Lo miré —no, la verdad no sé ni qué digo le dije, y nos echamos a reír.

Una vez hubimos llenado la barriga con unas grandes y tozudas empanadas acompañadas de un buen café,
lo escolté a su guarida.
Estaba en un viejo edificio abandonado,
ahí tenía solo una hamaca donde dormía,
unos trozos de cartón cubrían los orificios,
y varios garabatos adornaban la pared.
En uno de los dibujos se vislumbraba a una señora de grandes cabellos alborotados,
un tipo señalando el mar,
y en su otro brazo, cargaba a un infante que al parecer sería una niña,
—¿Tú familia? Le pregunté.
—No, me respondió— fueron los primeros que acuchillé, su hija me aruñó la cara.
Y entonces miré el resto de la pared y habían varias personas en diversas situaciones:
bailando, jugando, en auto, sonriendo.

—¿Y a todos ellos también los has herido?
—No, solo unos cuantos. El resto son cosas que me gustaría hacer.
Entiendo, lo harás.
—Sí claro.

Años después me lo topé en la calle,
me reconoció él,
yo no.
Iba de la mano con una pequeña,
iba feliz y ella cantando.

—Qué linda nena —dije sonriendo.
—Y también sabrosa me respondió riendo.
Lo miré algo perdido —¿tuya? —inquirí
Sí me dijo— es la sexta. 
Ya veo —manifesté y proseguí mi camino. 

Al son de mis pasos seguí andando y ya entrada la noche terminé en un rincón olvidado de la gran metrópoli,
y debajo del puente aquél, noté una pequeña fogata;
me dirigí hacia allí con la esperanza de calmar el frío mortuorio de la ciudad. 

Una vez llegué, un hombre salió a mi encuentro,
era Emilio que al verme, me saludó alegre, 
me alargó un trozo de carne ensartado en un palo que degusté plácidamente. 
Le pedí repetir, y me estiró un sabroso filete envuelto en un trozo de hueso.
—Una carne exquisita, debo admitir, y una vez dejé bien chupado el hueso, indagué por mera curiosidad.
—¿A qué te dedicas ahor..? 
—Wow wow, espera, ya casi está —me interrumpió— mmm, huele delicioso, ¿no te parece? —dijo sonriendo.
—Habrá que probar —respondí.
Y de entre las brasas sacó envuelta en unas hojas de alguna especie de plátano, una pequeña cabeza.
Lo miré expectante,
la puso en una vieja lata y luego con un cuchillo rebanó un trozo de mejilla y me la sirvió.
La comí de golpe, se veía demasiado exquisita para contenerme.
Aaaah qué sabor, simplemente, riquísima.
Al terminar, encendí un cigarro y le alargué uno a Emilio.

—¿Cómo empezó esto de comer gente? —indagué. Y entonces me contó:
—Un día estaba buscando hongos a lado de la Torre del Caño, y había una señora con su hijo, lo estaba regañando, creo, —¡si no te comportas, te regalo a ese señor! —gritó y me miró a mí— yo me quedé en silencio, pero el chiquillo empezó a hacer una pataleta y ella cogiéndolo de un brazo lo trajo hacia mí, —tome —dijo, mientras me entregaba al pequeño y me guiñaba el ojo, luego se marchó por el sendero—, yo no entendí muy bien, pero lo agarré fuerte aunque se puso a llorar. 
De pronto el viento sopló con fuerza y una rama cayó golpeándole la cabeza, le hizo perder el equilibrio y se fue derecho hacia el despeñadero.
Entonces me quedé ahí con el chiquillo que se había quedado sin habla.
Ya estaba tarde y no había comido nada en todo el día, entonces saqué el cuchillo y le corté el cuello, encendí una fogata y lo asé, total me lo había dado, ¿no?
Yo asentí, tenía razón, no había nada que añadir.
—¿Y luego? pregunté.
—Luego las cosas se fueron dando, pero luego de que me hice con una niña, estas me parecieron más exquisitas, así que cuando puedo agarro alguna y me la zampo, je, je.
Ooookkaay, ja, ja, ja.

Lié un cigarro de marihuana y lo fumamos gustosamente,
al rato se apagó el fuego y me dispuse a regresar a casa.
Emilio —le dije, mientras le ponía la mano en el hombro— eres un maldito.
Y de un tajo le enterré el cuchillo en el cuello y lo deslicé por el ruedo.
Lo limpié en sus ropas y lo dejé ahí.
No estaba bien matar niños sin verdadera justa razón le susurré al espíritu que abandonaba su cuerpo— y me retiré del lugar.


Malayerba

lunes, 31 de agosto de 2020

SEGUNDO LIBRO

En esta ocasión tengo el gusto de presentaros mi primer poemario, bajo el marco de una historia basada en la vida real.





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martes, 11 de agosto de 2020

INVOCACIÓN

Si hay algo que he aprendido en esta vida, es a detenerme cuando la cosa se torna sospechosa;
a usar la prudencia, porque de pendejos, el mundo está ya como que muy repleto. 

Leí un texto antiguo que encontré en un librero y conjuré al demonio sin saberlo, 
y entonces el resplandor de la luna llena se convirtió en una espesa bruma oscura, más oscura que lo que se considera oscuro. 
No veía mis manos, pero palpando mi cuerpo encontré la verga bien puesta en su lugar, y eso era ya demasiada buena señal de que no estaba soñando y mucho menos dormido. 
Pero entre el sonido que se colaba por mis oídos, oía un ligero gemido que se fue acentuando paulatinamente, 
hasta que el susurro se convirtió en sonido y el sonido en una clara y siniestra voz. 

Por un segundo la sangre se me heló, 
al siguiente el alma se me bajó a los pies;
instantes después la sangre retornó a su lugar, 
y un minuto más tarde ya la había emprendido contra el diablo en un debate sobre el sentido de la vida, y la posibilidad de desempeñar una horda revolución en estos tiempos revueltos para devolver el equilibro, esto a cambio de una vida de servicio en el infierno en vez de toda la eternidad. 

Me gustaría deciros todo cuanto este ser del inframundo me habló,
pero por prevención y amor hacia vosotros he de cargar yo solo con el peso de la mala ventura que esto acarrea. 
Pero una cosa es clara y la recomiendo en demasía:
«evitar no sucumbir ante la curiosidad de lo prohibido, si no hay precedentes o garantía de  salir ileso». 


Malayasca

domingo, 19 de julio de 2020

POETA DEL CHIQUERO Cap. V: Freak-asado

La luz del celular se prendió de la nada,
rebusqué en los botones cuál era el origen de ese hecho, pero no lo encontré.
Me quedé un rato pensativo y lo di por un caso de desajuste temporal, pero el problema persistía,
y de repente una señal se hizo visible.
Se encendía a intervalos de tiempo definidos.
Y otra luz iluminó mi cabeza,
—una clave morse, pero, ¿de dónde?
—«Ayúdame sos el único que puede hacerlo, me muero... Chiquero marica»

Con el insulto comprendí de qué se trataba, o mejor, de quién. 
Era «kigor», o así se hacía llamar.
Pero desde hace cuatro años que no sabía nada del tipo, y no lo había vuelto a ver desde hacía siete.
Desapareció de la red desde ese entonces, aunque era conocido como un buen cracker.

Así que sin pensarlo más, me dirigí a una casucha en las afueras de la ciudad, y en la casa del árbol encontré a Kigor, envuelto en fiebre y con un teléfono roto. 
Una vez hube de acomodarlo ya en su cama, y hubo él reposado lo suficiente, la fiebre al otro día se dio por vencida. 

Me enteró de la situación de manera clara y concisa. 
Permítame entonces, amigo lector, resumirle la cuestión para no perder más tiempo. 

Consistía en que Kigor, ávido pedófilo, se le antojó elevar su nivel de vida, 
y le echó ojo a Rosy, una nena de unos diez años, 
sí, yo también la había visto, tenía, debo decir, un cuerpo, pero un señor cuerpo que por Dios bendito, era la cosa más hermosa y puramente provocativa que existiera, 
y Kigor quería ser a como de lugar quien la poseyera de primero. 

Ocurrió entonces que el miércoles lo estableció como día para ascender, y se fue tras Rosy con la firme intención de raptarla,
y cuando desde donde se hallaba escondido, tras unos arbustos de una gran casa, 
y ella a punto de cruzar la calle, 
un auto se detuvo a unos pasos delante de ella, 
y en un parpadeo agarraron a la chiquilla y la metieron al auto. 

Kigor quedó estupefacto, perplejo, desecho, 
no porque la hubiesen raptado, sino porque uno de esos desgraciados, la había agarrado de una teta.
Dice que desaparecieron, pero que alcanzó a grabarse de memoria la placa, 
y ayer consiguió unir los detalles y dar con el paradero de la niña. 
Dijo que era la casa de Don Mario. 
la que estaba en las montañas cerca a la ciudad. 

Ahí Rosy, sin quererlo ni pensarlo, se había convertido en la niña número dos ayer y el uno de hoy. 
The Mario's dolls: Niñas raptadas para explotación infantil. 

Kigor no iba a permitir que nadie en el mundo le arrebatase lo que por derecho le pertenecía.
Según él, la había cuidado de lejos, 
la había besado en fantasías, 
la había tenido en sus sueños, 
era toda de él cuando no era de ella,
y la quería tomar como posesión a como de lugar.

Deduje entonces sus intenciones y qué quería hacer, 
no obstante, él me enseñó ya un plan muy detallado de cómo debíamos proceder. 

La casa era de verano, 
por fortuna, los perros habían muerto y por ahora no había mayor peligro en cuanto a fieras. 
Don Mario tenía dos guardaespaldas que siempre llevaba consigo,
pero no sé cómo, Kigor, se había percatado que esta vez solo estaba el viejo y uno de sus colaboradores. 
Así que en resumidas cuentas, 
solo teníamos que cargar con dos idiotas. Planteada de esa manera, era fácil la cuestión.
Así que para el día viernes la cosa estaba dicha. 

Pidiendo la bendición del tío Satán,
nos fuimos temprano, cómo a las 12:30 de la madrugada, para cogerlos desprevenidos. 
Llegamos a la casa por ahí a las 01:3o.
Abrí la cerradura, 
y sigilosos avanzamos. 
De pronto, unos chillidos asomaron por un cuarto al fondo, 
y Kigor reconociendo de quién era el llanto, echó a correr haciendo cuánto escándalo le era posible. Torpe el hijueputa.
El guardia se puso alerta y a penas nos vio, sacó el arma y nos vacío el cargador, y a no ser porque el estúpido de mi compañero se cayera y yo encima y luego rodásemos hacia un lado, estaríamos muertos de una manera absurdamente regalada. 

No sé de dónde habrá sacado aquella Colt Python, pero el idiota carecía de la fuerza para dominarla, intercambiamos  entonces con el revolver que yo traía, y de esta manera perforamos el lugar.
De pronto un agudo grito dio testimonio de que habíamos herido al viejo, 
pero el guardia asomó de pronto, 
y a no ser por obra de mi ángel, disparé por reflejo y le reventé la cabeza cuando la bala le pasó por el ojo izquierdo, antes de que el tipo le volará la cabeza a mi compañero. 

Pasada la adrenalina, 
nos dirigimos hacia el cuarto del fondo, y con las manos sujetando el corazón, Don Mario se iba, 
un tiro en el abdomen, 
otro cerca al pecho, 
y uno más en la ingle le había acaecido. 
Y justo a un lado, 
en un charco de sangre, se hallaba desvaneciéndose Rosy.

Kigor al ver tamaña escena, no se pudo contener;
le ofreció primeros auxilios, pero era tarde ya, 
la bala le había atravesado el corazón cuando el viejo la tenía abrazada.

Preso de la ira que aquello le acarreaba,
perdió el control,
agarró a golpes al viejo que aún respiraba,
le reventó las costillas, 
con tantos pisotones, creo que hasta le reventó los órganos,
la cara fue victima de sus huesudas manos,
les sacó los ojos y se los metió en la boca,
le remató golpeándolo hasta cansarse,
y con un ligero suspiro, murió el viejo.

Ahora nos encontrábamos rodeados de tres muertos,
pero divisé bien el lugar para percatarnos de más sorpresas y ¡oh! cosa bendita, una niña yacía descansando en el cuarto vecino.

Me asomé cauteloso, 
la joven se encontraba con un velo negro cubriendo su rostro,
el resto de su cuerpo desnudo estaba cubierto por un babydoll rojizo,
me acerqué para no despertarla, 
pero una vez bien acercado, me di cuenta de que era imposible despertarla,
ya estaba muerta, pero no miré signos de violencia, 
quizás fue algún paro cardíaco,
lo que sí era cierto, es que estaba hermosa,
preciosa,
divina.
Su carne blanca provocaba en mí un apetito voraz,
miré de reojo a la otra habitación para ver como andaba Kigor,
y vi que el hijoputa había desnudado a la chiquilla,
y la tenía acomodada sobre una mesa,
se estaba sacando la verga,
cuando noté que me miró, me dijo:
—Oye, no voy a desaprovechar, ya he perdido bastante hoy.
Y yo que estaba con la misma intención, no me quedé atrás.

Realicé una serie de tocamientos a la muerta en busca de algo extraño,
no hubo nada,
y sin querer le terminé metiendo los dedos por el coño,
¡puta vida!, aún era virgen,
¡joder!, tal oportunidad no podía dejar pasar.
Me saqué la verga y ya bien empinada penetré a la muerta con desenfreno,
ya se estaba poniendo tiesa, pero aún se dejaba gozar.

Al otro lado, Kigor, hacia lo propio con su amor perdido,
pero más hijoputa aún,
le metió el dedo en la herida y la sangre salía a borbotones,
se excitaba gloriosamente mientras la follaba,
su sangre estaba caliente aún,
se revolcaba en ella,
se deleitaba;
poco después, mientras yo amasaba los pechos de mi muerta,
el tipo, iracundo, empezó a golpear a su cadáver,
con rabia, con gritos,
gimiendo de dolor.
«Una cogida con amargura», era el cuadro.

Noté su tristeza,
estaba herido, demasiado herido,
pero no tanto como para que su polla se suavizara,
si no tan dura que se me adelantó una vez más en las intenciones y le atravesó el ojete,
yo gocé un poco más el coño de la mía, antes de encularla.

Así nos pasamos algún tiempo de la noche,
al cabo de un rato ya exhausto,
salí del cuarto,
y miré a Kigor con media botella de whisky vacía, se había tragado de golpe la otra parte y sostenía un arma en la mano,
desde acá le hablé:
—Oye, debemos irnos.
Me ignoró.
—¡Ey!, vámonos.
—Gracias me dijo—, pero te vas solo añadió—, levantó su arma y me disparó;
yo caí de golpe antes de que la bala me diera y con un reflejo agarré el arma del guardia y le disparé a las piernas,
toda una escena de película,
luego le vacié el cargador hasta dejarlo bien muerto.

Me preguntó por qué me habría querido matar,
éramos buenos amigos,
pero bueno, supongo que en siete años de no vernos pasan muchas cosas.

En todo caso, ya eran eso de las 03:00 cuando me vi solo,
y no quería permanecer allí más tiempo,
fui en busca de combustible,
había por fortuna un tarro de gasolina en el auto y otro en el garaje.

Apilé los cuerpos en la cocina,
los bañé con gasolina,
empapé el resto de la casa igual,
y una vez afuera le tiré un mechero encendido.

Elevé una oración al cielo en agradecimiento por desvirgar a una muerta,
prendí un porro y me fui a dormir a mi casa.


Malayerba

https://youtu.be/K8flPRQjdFQ