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martes, 3 de noviembre de 2020

LA CHICA DE LA BLUSA VERDE

Llegó a la tienda un lunes y la recibí complacido.
Traía puesto una blusa verde claro y de tirantes, lo que dejaba ver sus delicados brazos desnudos, además de un pantalón blanco que le daba un ambiente natural y de libertad.
No podía faltarle la sonrisa, tenía una de las más hermosas que he visto, de esas que se adornan con hoyuelos, perfectas les dicen.
Tendría alrededor de veinte años, 
pero su rostro reflejaba algunos menos, hasta tenía un aire infantil.

Compró un de litro de crema de leche en bolsa, porque el tarro traía muy poco y necesitaba hacer un postre para unos cuantos. 
Algo me dijo, yo le respondí,
de ahí seguimos hablando por un par de minutos.
Se reía mucho.
Me hacía reír demasiado.
Era muy divertida, 
y aprovechando el buen humor que tenía le ofrecí otras cosas, 
pero no tenía dinero, 
y a parte solo iba por el encargo, 
entonces le regalé un chocolate.
Se despidió amablemente y se fue.
Su visita me dejó un aire de bienestar. 

En la tarde me había preparado para salir. 
Ella había vuelto solo con la esperanza de encontrarme nuevamente, 
pero no atendí yo esta vez. 
—¿Que cómo sé que iba buscándome? ah pues, porque cuando salí, 
ella que estaba ahí en el anden, al verme, su cara se iluminó al igual que la mía, 
y se me acercó muy contenta.
Me saludó a la vez que yo le hacía un cumplido de lo linda que se miraba. 
—¿Qué has comprado? —pregunté—, me sonrió y me enseñó un chicle. 
—¿Solo uno? Qué tacañería —le dije—, y partiendo la caja a la mitad me alargó una pastilla. 
—No venía comprar, tonto —me respondió con una mirada tremendamente coqueta—. Solo venía a buscarte, pero me dio cosa y para disimular compré eso. 
—Oh ya veo, pues bien, vamos. 
—¿A dónde?
—A caminar, obvio, la tarde está muy bella.
—Bueno —me dijo contenta—. Y como si fuese una vieja conocida, se enganchó a mi brazo y empezó a hablar y hablar de cosas, tantas, que ya no recuerdo,
y es que no le ponía mucha atención, era la verdad, 
me hallaba perdido en su escandalosa risa de niña dulce. 
Me hacía reír mucho también. 

Así caminamos varias cuadras hasta llegar a un parque. 
Nos sentamos a la sombra de un árbol. 
Y ella muy cerca de mí, me hablaba de que llevaba poco tiempo en la zona, que era de otra ciudad. 
Entendí entonces porqué me parecía tan singular. 
En un momento de la charla me besó como si ya lo hubiese hecho mil me veces, y sonrió. 
Así que la traje hacia mí y le devolví un beso más intenso.
Nos acariciamos tanto que me entraron ganas de hacerle el amor ahí mismo. 
Y eso me propuse. 
Fui resbalando mis manos por su espalda. 
Acariciaba su pecho. 
Ella soltaba leves gemidos,
y procedí a quitarle la blusa lentamente, mientras le besaba el cuello. 
Quedó con el brasier blanco de encaje, 
se lo había desabrochado ya, 
pero al momento se detuvo y me alejó. 
—¡NO, IDIOTA! ¡AQUÍ NO, HAY MUCHA GENTE!
Y se cubrió nuevamente muy rápido. 
Me reí mucho, pero me sentí frustrado.
Estaba colorada debido a la excitación de momento, 
así que me detuve a contemplarla unos segundos.
El tinte rojizo en sus blancas mejillas la adornaba tiernamente. 
No obstante, me miraba enojada, 
pero era un enojo sexy, de ese enojo que gusta, que dice que todavía no, que después lo hacemos. 
Era el enojo de tener que esperar. 

Era la primera vez que la veía.
Ni siquiera sabía su nombre. 
Ella no conocía tampoco el mío.
Pero hablamos de todo y tantas cosas que en cuestión de minutos ella completaba lo que yo pensaba, y yo decía lo que ella quería expresar. 
Tan conectados estuvimos que lo demás quedó de lado. 
Al final le pregunté:

—¿También me soñaste?  
—Sí, exactamente así —respondió—, aunque en el sueño si cogíamos en el parque. 
—Y porque no lo hacemos realidad —le propuse. 
—Porque... No sé, me da cosita jjj —dijo sonriendo. 

Yo reí y no puede hacer más que besarla. 
Nos pegamos los labios durante el resto de la tarde. 

No nos vimos más de una semana, 
pero a partir de esa misma tarde ya entrada la noche, follamos como animales, 
y de ahí en todo lugar y a toda hora. 
La delgadez de su cuerpo. 
La sencillez de su alma. 
Su mirada de niña tierna. 
Su sonrisa de picardía, 
Con ella, siete días fueron la dicha merecida, 

Nos encontrábamos como sabiendo de antemano donde estaríamos. 
Hasta que un lunes, no la encontré donde creí debía estar. 
Me dirijí a su casa y allí me atendió una cuarentona.
—Disculpe, se encuentra... —Ahí recordé que no sabía el nombre—. Se encuentra la chica. La niña esta ¿la flaquita?, je, je. 
—¿Perdón qué? —Dijo ella. 
Entonces le indiqué una foto que tenía, 
—Ella —le dije. 
Y la señora me miró feo, y sentí su mal humor contenido.
—¿Y usted quién es? —preguntó—.
—Solo un amigo, conocido. No sé nada de ella desde ayer y creí que la vería hoy, pero no llegó.
—¿Qué le pasa, joven? Ella murió hace ocho días. 
—¡¿Qué?! Pp... P.. Pero ¿cómo así?
—El carro en el que venía se estrelló contra una tractomula, y ella murió junto con otros tres pasajeros, era mi sobrina, y venía a quedarse unos días conmigo. 
—...
—Oiga, joven, ¿está bien?
No respondí, me sentí mareado, 
—¿Cómo se llamaba? —alcancé a susurrar antes de que se apagase mi voz.
—Jazmín respondió. 
—Gracias. 

Y me fui caminando lento.
El cielo se puso gris.
Y sentí un fuerte dolor en pecho.
¿Qué había pasado?, no lo entendía.
Si ella no estaba... todo este tiempo que anduvimos y la gente que nos miraba riendo... 
No, no nos miraba riendo,
solo miraban a un loco que hablaba con él aire...
y se reían de mí. 

Sin darme cuenta seguí caminando hasta un lugar en la falda de la montaña, uno de los primeros lugares donde había hecho el amor con Jazmín.
Encendí un cigarro y entonces sentí una mano sobre la mía que lo apartaba de mi boca. 
—No fumes, me dijo. No me gusta que lo hagas, detesto el olor.

Giré la cabeza para los lados, pero nadie había, 
estaba solo.
La verdad es que no lo entendí.
No tuve ninguna otra señal.
A lo mejor y solo me volví loco,
o quién sabe, y a lo mejor era su alma que me había buscado desde el más allá.
A veces quiero pensar que fue lo último, 
pero cuando salgo, la gente me mira raro, 
y entonces lo entiendo...algo me falla.


Malaya

sábado, 31 de octubre de 2020

POETA DEL CHIQUERO CAP IX: Un tiempo de felicidad

Siempre supe que la estatuilla guardaba un secreto, no por nada la dueña quería librarse de ella, pero tampoco estaba entre sus planes regalarla, así que a cambio de ayudarle a cultivar su jardín, la anciana aceptó dármela. 

Sucedió un día cualquiera, 
era un martes de octubre;
esa noche el sueño había escapado de mí.
Me había quedado mirando la pared detenidamente al punto de dormitar, incluso roncar levemente,
y entonces, a través de la luz que emanaba la lámpara, la mujersita que pintaba un lienzo, se movió. 
Me percaté que la sombra se agitó y abrí los ojos perplejo; 
miré como la diminuta mujer del vestido corto y el sombrero de paja,
movía sus manos como guiando una orquesta, como poseída por una melodía tranquila.

Yo estaba en proceso de dormir, pero no lo hacía, por tanto, aún no podía achacarlo a un sueño.
Giré la cabeza hacia la mesita de noche y la estatuilla se quedó quieta.
—De todas formas ya te vi —le dije.

Entonces la muñequita de madera hizo un gesto de sonrisa mientras me volteaba a a ver.
Luego lanzó una carcajada. 
Y al instante, por obra y gracia de lo que nosotros llamamos: milagro, 
magia, 
el khe berga, 
el qué putas, 
el ¡¡GUATAFAC!! (wtf)..
La pequeña estatuilla cobró forma humana y rasgos humanos. 
Resta decir que la impacto fue grande.
y un infarto asomó a la vuelta de mí corazón. 
Ni siquiera alcancé a cubrirme con las sábanas para evitar el espanto tan repentino, 
no obstante, todo aquello fue pasajero, 
porque la maravillosidad me eclipsó de manera irremediable;
y es que tenía frente a mí a una hembra, qué digo hembra, ¡hembrota!, qué digo hembrota, ¡hembrísima!, un mujeronón, ¡¡¡no, no, no!!! ¡¡¡Qué cosota por Dios santo!!!

Se sentó en la orilla de mi cama y mirándome fijamente me sonrió de manera tan pícara que entendí todo y nada a la vez. 
Cerré entonces la mente para dejar de pensar, 
y cedí el control al resto de mi cuerpo para que se encargase de lo demás. 

La tumbé de espaldas en la cama.
El sombrero voló hasta el rincón.
Le desabroché la blusa.
Le arranqué el pantalón. (No, mentira, tenía falda, pero es que pantalón rima, jeje). 

Huelga decir que todo iba entremezclado en besos, caricias y un aroma que no tenía igual.
Deduje entonces que todo aquello no podría ser real. 
Que en efecto, dejé de dormitar y me había dormido, 
y en la dormidera aquel sueño precioso afloró.
Por obvias razones no iba a desaprovechar la oportunidad, y antes de despertar, me propuse sacarle todo el jugo al asunto. 
Me dispuse a recorrer con la lengua su cuerpo de porcelana y morderlo suavemente, siendo esto una cosa gustosamente divina.
Esos enormes pechos eran la más hermosa beldad que al ser amasados por mis manos, estas parecían perderse en su inmensidad.

Recorrer el camino de su ombligo en dirección al sur, era una bomba de tiempo que cuando llegué, ¡joder!
Sus gemidos angelicales escaparon por la habitación hasta posarse en las nubes;
y mucho más arriba fue el placer que experimentó, al son de los malabares que mi boca concebía en su apetitoso coño. 
Se revolcaba extraviada en un éxtasis sin igual.

Levanté sus contoneadas piernas y sus dos hoyitos se dispusieron a mi placer. 
Ese agujero rosadito me pedía a gritos ser devorado. 
Mordisqueando sus piernas, bajando por sus muslos llegué hasta él.
No había visto un ojete más espectacular, más puro, más limpio que aquél.
Con mi lengua, y dibujando círculos concéntricos asomé suavemente, 
era una tortura para sus enormes ganas,
—¡¡¡yaaaaa, hazlo!!! —me gritó, mientas mordía sus labios y gruñía excitada—.
Sonreí y procedí a devorar ese culo de magnífico aroma. 
(Y para el que haga asco al asunto, déjeme aclararle que hombre que no mama un culo, no merece tener el título de varón). 
Por otro lado, parecía que por ese hoyito, jamás había pasado algo de mierda, pues era tan puro, tan único... simplemente era una ensoñación. 
Me prendí a devorar con toda la experiencia de mis años,
y ella explotaba a cada segundo en abismos de placer.
Mis  dedos jugando con su clítoris, 
otros hurgando en su interior y mi lengua en su ano, era algo que no podía contenerse a la felicidad de saberse complacida.
Gemía, 
gritaba, 
se apretujaba las tetas, 
se desvanecía entre mis manos.

Pero no aguanté mucho más, 
también yo tenía un límite. 
Y sin más, sobre ella cabalgué, 
entre sus tetas mi falo hacia jugarretas, 
que en conjunto con su boca recibía extasiada mi miembro. 

Paso seguido, la segunda parte prometía ser mejor.
Con un movimiento rápido se posó sobre mí.
Me besó con intensidad.
Sentía como me recorría a besos el cuerpo.
Y al final se introdujo mi polla en su boca un rato más, 
consecuentemente se sentó sobre ella, y fui recibido en su estrechez.
Sentí que entraba en otra dimensión, en otro cielo.
En un paraíso al cual jamás me había acercado siquiera ni con las mejores mujeres con las que había estado. 

Esta vez era diferente;
era como si follara con alguna diosa;
con alguna ninfa, 
con alguna ángel, 
con alguna criatura que no podría existir en este plano. 

Y fue ahí cuando lo vi, 
ese fulgor en sus ojos resplandeció por un segundo, pero lo vi. 
Esa mirada tan perversa.
Esos ojos tan malévolos.
Esa sonrisa tan tétricamente perfecta.
Todo en ella era una mezcla de maldad pura recubierta con mantos de divinidad. 
Me levanté hasta abrazarla y embeber con mis labios su pechos, mordisquear sus pezones.
Ella aferrada a mí, cabalgaba y me hacía perder en un limbo de paz y felicidad absoluta.

Habría de ser la una de la mañana cuando comenzó todo, 
y ya una endeble luz despuntaba en  la lejanía cuando me desvanecía en el cuarto orgasmo que conseguíamos en conjunto esa noche. 

Perdí la consciencia.
Me quedé desmayado.
Era como si toda mi energía se hubiese apartado de mí. 
Pero no me importaba.
Deseaba morir porque entendí que solo así podría conocer placeres comparables a este en el otro lado, en el otro mundo. 

Mientras me iba quedando inconsciente, su voz me susurraba al oído:
—No recuerdo haber sido tan feliz, tendré que gozar contigo mucho más, aún no te llevaré conmigo. 

Hubo de transcurrir algún tiempo considerable para comprender que en efecto me estaba muriendo, 
que me estaba desvaneciendo en carne y hueso.
Había enflaquecido, mis ojeras eran notorias;
pero conservaba una sonrisa, que aunque parecía de muerto, era sonrisa de felicidad por haber sido la víctima de tan esplendorosa súcubo. 

No obstante, como es típico contrariarme,
en aquel entonces creía que tenía una vida por delante, 
que había que hacer algo para parar la dicha nocturna que me gobernaba.
Sin embargo, algo en mí al perder mis fuerzas para luchar, me obligó a tenerme en pie y acabé decidiendo renunciar al placer
y haciendo lo conveniente, opté por deshacerme de la estatuilla.
El fuego no le afectaba.
Romperla me fue imposible, pues era en extremo, resistente. 
Fabriqué entonces un pequeño baúl y envuelta en seda la guardé allí;
aproveché uno de mis viajes y la arrojé al mar. 

Pasaron algunos años de eso y tras recuperarme, 
me di cuenta que habría sido preferible morir en sus manos, 
siendo absorbido por completo, 
que llegar a ser en lo que me he convertido hoy:
un tipo sin mayor valor, en un mundo repleto de cenutrios...


Malayerba

miércoles, 30 de septiembre de 2020

POETA EL CHIQUERO CAP. VIII: La tumba de Michelle.

Un día de esos en los que el cielo se encontraba gris, me topé con él. 
Pese a que habían transcurrido tiempos duros, no esperaba ese cambio en su figura. 
Había enflaquecido, y demasiado para ser exactos. 
Cuando conocí a Miguel, tenía casi el doble de masa corporal que yo, 
Y ahora estaba llegando a los huesos. 

—Qué milagro —le dije—, lo saludé y hablamos un rato, luego le regalé un cigarro y nos fuimos conversando hasta la bifurcación que llevaba a su casa. Ahí nos despedimos y le sugerí que dejara de preocuparse por las cosas de la vida, que su salud debía ser más importante. 

Una tarde de miércoles me llegó un mensaje: «¿Ey, loco, tienes tiempo para una cerveza?» accedí amigablemente, 
y antes de que cayera la noche, ya habíamos acabado con media canasta. 

De pronto se queda viendo hacia la ventana que reflejaba las luces de la ciudad, 
—Conocí a una chica —me dice—, es lo más hermoso que he visto alguna vez —Continúa bebiendo un gran sorbo—. Pero es extraño, no puedo explicarlo, y hay algo más, no sé cómo ayudarla. 
Lo escuché atentamente sin poder comprender realmente. Él se percató de mí desconcierto y dijo: ven vamos, y lo seguí. 

Llegamos a un colegio abandonado, la mitad ya estaba en ruinas. 
De ahí nos dirigimos hacia unos baños derruidos, casi al final de la construcción. 
—Espero que comprendas lo que vas a ver —me previno. 
—Tranquilo, he visto tantas cosas que espero siempre algo que me sorprenda —me burlé con ironía. 
Me miró de reojo y con una mueca de risa, me dijo: entra. 
Una vez allí, había algunos escombros apilados y en un rincón de la pared, la mitad de un gran espejo que relucía impecable. 

—¿Y bien? —le pregunté. 
—Espera, ¿Michelle?, —la llamó; no entendí, pero me quedé callado—. Michell, ven, quiero presentarte a un viejo amigo. 
Yo bebí un trago de la cerveza que llevaba en la mano y encendí un cigarro para matar el frío que se adueñó del lugar. 
—Ya voy, dame un segundo, me estoy poniendo bonita —dijo una voz risueña. 
Abrí los ojos de golpe y paré oreja a la procedencia del sonido.  
Miré alrededor y nada había más que Miguel y yo. 
—¿Qué carajos? Ja, ja, ja, —me reí. 
De pronto, una breve luz destelló del espejo, y ahí detrás del cristal de plata, con toda la intención de sorprenderme, ella apareció. 
Me quedé boquiabierto, y se me soltó la cerveza del susto. 
—¡¡¿¿QUÉ MIERDA??!! —grité emocionado. 

—Michelle, te presento a Chiquero; Chiquero, Michell. 

Yo, muerto de la curiosidad, no respondí nada, solo me limité a observar con profundo análisis la situación buscando una respuesta que no iba a descubrir jamás, a menos que me quedara a oír una explicación. 

Miguel se acercó al espejo, puso su mano y sonrió, ella detrás del mismo hizo lo propio y le dio una enorme sonrisa. 

—Hola bebé, te extrañé mucho, creí que no iba a venir —dijo ella, emocionada. 
—Siempre vendré, no podría dormir sin antes hablar contigo —respondió él. 

Yo, que no salía de mi asombro, interrumpí. —Bueno, ¿qué es esto? 

Ellos me miraron y ella le susurró algo al oído, mientra me miraba fijamente. Sentí cierto escalofrío recorriendo mi espalda. 

—Es Michell, la chica de la que te hablé. 
—¿¿Siiiii??
—Aaaah —Suspiró—, es una larga historia, pasaron muchas cosas. Pero la cosa es que un día soñé con ella:
Se encontraba llorando en medio de una calle desolada, y cuando la miré me gritó horrorizada que me fuera, yo no escuche y la traté de socorrer, entonces salió corriendo y la seguí, llegó a este lugar, y de pronto se metió en el espejo, yo, lo intenté, pero choqué y se partió en dos. 
Ahí me desperté. Olvidé el sueño luego de eso. Pasaron algunos meses y un día tuve problemas en casa, discusiones, no tenía la culpa, pero igual me achacaron a mí sus disputas.

Entonces me puse a beber, y a media noche empecé a caminar, y sin darme cuenta llegué a este lugar, 
igual que en mi sueño, entre aquí y miré el espejo roto.
—¿Hola? —pregunté— hay alguien aquí?— esperé un rato, pero no hubo respuesta, me sentí idiota y opté por salir, y entonces alguien habló —Espera, por favor, no te vayas —dijo la voz. 
Miré a los lados en busca de alguien, pero no había nadie. 
Revisé el lugar y un miedo me invadió, quise salir corriendo, pero tropecé y caí. 
—¡Aayyy! ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? —preguntó ella— pero yo seguía sin ver nadie cerca. 
—Acá, en el espejo, tontín —me dijo—. Me levanté asustado y cuando miré hacia el espejo, la vi, y caí desmayado. 
Cuando desperté eran ya las diez del otro día. 
Creí que todo había sido un sueño, y me fui. 

Cuando llegué a casa me di cuenta que no tenía mis llaves, 
Así que regresé en búsqueda y volví acá. 
Las encontré tiradas y cuando me agaché para recogerlas.
—Oye, no te asustes, por favor, espera —me gritó ella. 

Me levanté del susto y quedé paralizado cuando miré el espejo, había alguien ahí; no lo entendía, pero ahí estaba.
Quizás no era tanto porque estuviese atrapada, sino porque era a mi parecer lo más hermoso que había visto en mucho tiempo.
Transcurrió un buen rato antes de que me hiciera a la idea de que no estaba alucinando o soñando todavía.
Luego de ese día, me contó su historia, y cómo terminó allí.
Hace ya más de dos meses que vengo todos los días aquí,
Por desgracia solo puedo verla a estas horas, nunca en el día.

—Comprendo —le dije—, sin entender mucho, pues su historia era una incógnita para mí. 

A partir de ese día Miguel se volvió más abierto y de tanto en tanto me contaba lo que hablaba y pasaba con la chica en aquellas noches que eran de los dos.

Un día me enteré que Miguel terminó en arresto,
lo encontraron golpeando sin cesar a su padrastro, un tipo que de alguna forma se merecía eso,
nunca lo trató bien y se había pasado con su madre esa vez, por lo que la reacción no se hizo esperar,
pero la tonta de su madre, llamó a la policía y se lo llevaron.
Me alcanzó a enviar un mensaje que decía que cuide de Michelle.
Yo que la verdad había quedado intrigado, acepté.

Esa noche, un domingo de pascua, llevé una cajetilla de cigarros y entre ellos un par llenos de yerba,
unas cervezas y una cobija para el frío.

Entrada ya la noche, llegué al lugar,
me detuve frente al espejo y la llamé,
—¿Michelle? ¿Estás ahí? ¿Responde si me escuchas? —lo dije en tono de broma.
—No me agradas, vete —me dijo.
—Ay, por favor, no seas así. Ni siquiera nos conocemos.
—Te he estuve observando todo el día —replicó seria.
—Ah, bueno y, ¿cómo fue eso? —inquirí.
—Mmm —suspiró—, ¿qué pretendes?
—Nada, solo cuidarte, tal como me lo pidió Miguel.
—¿Crees que lo necesito?
—No.
—Entonces vete.
—Bien —le dije—, sería una pena que alguien le arrojara una piedra a ese bonito espejo —sonreí cruelmente mientras recogía una piedra—, ella abrió los ojos y entendí que esa era su única forma de seguir en contacto con este mundo.
—¡Hijo de puta! No atreverías.
—Creí que me habías estado observando —me burlé—, ella palideció, sabía que lo haría si no cooperaba, me miró furiosa y no dijo nada.
—Bien, comencemos —sugerí—. Encendí un cigarro y destapé una cerveza. Era hermosa, eso era innegable, pero hermosa en el sentido de percibir la singularidad, y de físico, bueno, también.
Me miraba tranquila, pero seria.
—¿Cómo te saco de ahí? —pregunté. Ella abrió los ojos, seguro esperaba otra pregunta.
—¿Qué?
—¿Conoces alguna forma de salir? 
—¿Crees que no me habría ido ya si pudiera, estúpido?
—Cierto —respondí dándome cuenta de mi obvia pregunta.

Empezamos a hablar y de a poco se fue soltando, 
y poco a poco me fue encantando,
¡joder!, era increíble, no podía haber sido más emocionante su historia,
tal como esperaba.
La fui detallando a medida que me contaba los sucesos: 
Pelo castaño, muy dulce luego de que entrara en confianza, (la verdad fue fácil) piel blanca con un par de pecas, un lunar en el labio superior que la hacía lucir sexy;
delgada, un pecho promedio, y unas caderas que me empezaban que me provocaban algo, en resumen: hermosa, 
vestía un buso amarillo. Luego empezó a reír, era divertida, sentí algo por ella, 
quizá era una de esas «personas luz».

—Se preguntará el lector, por qué no cuento su historia, pero permítame decirle que eso merece unas páginas aparte, no en esta, que aquí solo quiero mostrar este caso de la manera más comprensible posible, 
aparte de que no busco hacerle perder mucho el tiempo—.

Luego de un rato, me confesó el problema que existía:
ella podía salir de allí solo de una forma,
encontrar sus huesos y quemarlos,
pero entonces, simplemente tendría que marcharse por completo,
cuando le dijo eso a Miguel, él no lo aceptó,
e hizo oídos sordos al asunto y quiso creer que habría otra manera,
pero en realidad no la había.
Le pregunté dónde hallarlos, y ella me indicó la ubicación, 
lo había averiguado meses después de darse cuenta que estaba muerta;
pero Miguel no quiso escuchar y cambiaba el tema cada vez que lo mencionaba.
Entendí entonces el inconveniente.
El tipo se enamoró de ella perdidamente.
Me preguntaba cuanto estaría sufriendo por estar encerrado en vez de ahí, junto a su chica.

El amanecer se aproximó,
y me despedí,
no hicieron falta más palabras,
ella sabía lo que yo pensaba y estaba de acuerdo,
de alguna forma tengo la capacidad de entender las ideas de los desamparados sin que me lo digan.

Miguel salió luego de dos días,
estaba más flaco aún y tenía la mirada vacía;
lo asistí como pude,
y el jueves le planteé la idea de liberar a su chica,
se retiró mirándome furioso y no me volvió a hablar.

Pasaron unas dos semanas cuando recibí un mensaje: 
«Loco, está bien, ayúdame».
Esa misma noche nos vimos,
tomamos un par de cervezas y nos dirigimos a una de las jardineras de aquel mismo colegio.

Con pala en mano, cavamos profundo;
una tela negra apareció en el fondo;
un par de nudos, cabellos, fotos y unas cuantas cosas más estaban intactos dentro de una bolsa.
los huesos, algunos rotos y otros adheridos por la carne descompuesta se encontraban haciendo un enjambre óseo.

Sacamos todo eso, 
lo llenamos en una bolsa y llegamos a los baños,
ahí nos esperaba Michelle con la mirada nostálgica.

Sin perder más tiempo y antes de que llegara la media noche,
cavamos un hueco,
pusimos los huesos,
Michelle recitó unas palabras que desconocí,
latín habría sido, como es típico, o quizá hebreo.
Les rocié gasolina,
y me preparé para tirarles un fósforo, cuando Miguel me apartó de un empujón.

Oye, ¿qué pasa? —pregunté.
—¡No lo harás! —me dijo y me lanzó un golpe con la pala. Lo alcancé a esquivar por poco.
—¡OYE TRANQUILO! —grité—, ¡ya lo habíamos decidido!
—¡NO HIJO DE PUTA! ¡YA NO QUIERO! —gritó con una mirada perdida, no estaba en sus cabales.
Muy bien —le dije— no pasa nada, no haremos nada, solo cálmate. Saquemos los huesos y ya está, no lo haremos —le hablé mientras me acercaba con serenidad. 
—Sí, saquémoslos —dijo, y se apresuró a agacharse para jalarlos—. Aproveché el momento y con la pala le golpeé la cabeza, quedó inconsciente al instante y cayó encima de los huesos.

Miré a Michelle y ella aprobó con la mirada triste, no esperaba que fuera así, pero no había marcha atrás, había recitado ya el pasaje maldito, y si no se hacía entonces, iban a pasar cosas de verdad tenebrosas.
No perdí más tiempo, con un fuerte tajo le partí el cuello en dos al pobre de Miguel, y le di otro más para asegurar su muerte.

—Cuida de él en el otro lado, te necesita ahora más que nunca —le dije a Michelle.
—No te preocupes por eso, lo haré —dijo—, gracias por todo, y perdona por como te traté —me dijo mientras sonreía y una lágrima escapaba de su mejilla—. No pude evitar no sentir tristeza, pero procedí a lo que correspondía.

Rocié más gasolina ahora al cuerpo de Miguel,
y les tire un fósforo encendido.
Ardió todo muy hermoso,
y vi a través de las llamas como, la imagen de Michelle se iba desvaneciendo.

Me tomé un par de cervezas más mientras avivaba el fuego hasta dejar todo en cenizas,
me fumé un porro para desearles un buen viaje,
y una vez cumplido el trabajo, 
rompí de un puñetazo ese bonito cristal,
y me marché tarareando una canción para despedir a aquella pareja que encontró el amor a través de un espejo.


Malayerba

viernes, 11 de septiembre de 2020

DEL LLAMADO EN LA PUERTA

Estaba sentado en mala postura y se me apretó uno de mis tres huevos,
entonces mandé la mano a la entrepierna y lo saqué con delicadeza;
el alivio no se hizo esperar.

De repente llamaron con urgida insistencia la puerta;
tocaban y tocaban, pero me negaba a abrir, 
el local ya estaba cerrado,
y yo necesitaba estudiar.
¿Por qué tenían que esperar a que se cierre, ¡coño!? 
No obstante, seguían golpeando, y ante la persistencia, salí a atender con desgana.
Eran un par de venecianas, (porque si les digo venecas se ofenden) con tres niños a la espalda, 
y dos ingratos que debían de hacer de sementales en sus noches lúgubres.

Pidieron una recarga para navegar en YouTube
luego un par de chocolates, 
unas frituras, 
unas golosinas, 
una bebida de malta de dos litros, 
y un par de cigarrillos. 

Entre el vaivén de la entrega y el cambio de la moneda, buscaron tomarme el pelo, 
pero se estrellaron cuando mis réplicas fueron el doble de graciosas y el tiro les salió por la culata. 
Y por el culo les habría dado a ese par de locas, si no fuese porque estaban con su familia y yo tenía un golpe de ala (resultado de no bañarme hace tres días) que intoxicaba al respirar, 
cosa que era mejor evitar las ganas de abrigar esa noche con calor venezolano. 

A todo eso, la mayor me echó el ojo, 
se evidenciaban las ganas en su lujurioso rostro;
buscaba preguntar y bromear con el solo fin de oírme hablar, 
la otra igual, pero era un poco más reservada, y a decir verdad, era más hermosa. 
Al rato, en medio del minúsculo jolgorio que llegaba a su fin,
sin querer les robé algo del cambio, y lo notaron, 
yo admití mi error con descaro,
no lo negué;
me miraron animosas y replicaron con ahínco,
y yo me reí fuerte;
ellas rieron escandalosas conmigo, 
los dos chamos al fondo se rieron también. 
La risa nos contagió a todos, incluso, el par de mocosos que andaban estorbando por ahí, se reían sin saber el motivo.

Mi noche no había prometido ser buena, 
la mujer que adoro estaba enojada, 
y yo no me sentía bien. 
Pero esa gente me alegró el rato sin pensarlo.
Esa gente me arregló la velada que se tornaba amarga,
y entendí una vez más que todo cuanto ocurre,
una razón mayor posee.


Yerba

jueves, 3 de septiembre de 2020

POETA DEL CHIQUERO CAP VII: Un juego suculento

—Oigan, no me gusta este lugar, parece maldito. 
—¡¡Malditas las ganas que le traigo a ese culazo, mi amor!! —le dije—
Y sin más, con la destreza del mañoso, le bajé hasta el suelo lo que tenía por pantalón y la penetré violentamente y sin saliva para que no perdiera el horizonte, justo cuando algún mísero demonio la hacía suya.
La chica se revolcaba poseída por el ente maligno; 
echaba espuma,
se retorcía los brazos y la cabeza;
y yo, que retorcido también andaba, 
le agarré de las tetas hasta enterrarle las uñas, 
y bien clavado cual cerdo sobre su marrana,
no me desprendí, aun cuando se revolcaba como si fuese un toro mecánico.

El otro que nos había acompañado no sabía qué hacer;
si jalarse la verga al ser testigo de la faena, 
o sacar la cruz, soltarse un rezo y echar unas gotas de agua bendita (consagrada por el mismísimo papa mientras era un santo y hablaba con Dios, cosa de un pasado remoto, y antes de que la lujuria le ganara y violara a setenta y nueve niños en dos meses, ganándose el récord de ese año en el vaticano, y obvio bajo la bendición del mismo Dios).
Siguiendo la lógica, me pegó un grito diciendo que me bajara de la poseída, 
y luego me indicó que la sujetara fuertemente.

Mirando la situación no vi de otra más que usar la técnica del cordero.
La enlacé del cuello y tirando la soga hacia arriba por una doble viga, le di una buena templada.
Quedó medio flotando, pero era mejor que agarrarla con las manos desnudas y correr el riesgo de ser golpeado.

Antes de que muriera por la asfixia, 
le rociamos agua bendita y le ayudé a rezar al remedo de exorcista. 
El demonio pareció que se fue, y la niña quedó librada, 
pero ya se estaba poniendo morada la desdichada,
y para desgracia de la pobre, 
el nudo se apretó y tardé mucho más en soltarla. 
Pero al final se pudo, y la chica se salvó. 

De esta manera, fuimos desvirgados los tres:
el tipo echando su primer exorcismo;
la niña sufriendo su primer exorcismo;
y yo, culiando a una poseída por primera vez, je, je, je. 

¿Que cómo llegamos a esta situación?, se preguntará el lector. 
Puede aquél que ya conforme con lo contado, dejar hasta aquí y buscar otro buen texto para leer. 
Pero si gusta saciar la curiosidad, permítame ponerlo en sintonía. 

Dahianne, Román, y yo, nos conocimos por ahí, sin pensarlo ni beberlo.
Aquel día que nos topamos por vez primera, llovía devastadoramente, 
y en el rincón de algún edificio de la gran ciudad donde nos refugiamos por casualidad, les ofrecí un poco de yerba, 
el tipo sacó una botella de alcohol al 60 %, 
y la chica como no tenía nada que ofrecer, se dignó a complacernos con buena compañía. 
Desde ahí seguimos frecuentándonos un par de veces más.

Un día, Román nos habló de posesiones y otras cosas sobre las que él estudiaba.
Dahianne, se emocionó con la charla, y ansiosa por experimentar nuevas sensaciones en su arrebatada vida de niña rebelde, propuso jugar a la güija.
Yo, que andaba algo aburrido, acepté la propuesta, 
y Román, que no estaba a gusto con la idea, 
aceptó de buena gana luego de bebernos la tercera botella de Whisky.

Preparamos la jugada para la noche de ese mismo sábado que era tan oscura que no nos mirábamos las caras sino era por las luces de la linterna.
Al amanecer del domingo, estábamos dormidos a pierna suelta en medio de un olor a vicio y cerveza. 
No pasó nada, pero el miércoles, nos informaron que la niña miraba cosas raras.
No siendo más, la oportunidad se dio, 
y cuando supimos qué ente  poseía a la chiquilla, 
hicimos los preparativos para el  siguiente sábado, 
día de  evacuar el mal, que como habrá leído ya el lector, en la primera parte, se explica  claramente lo sucedido. 

Por desgracia, luego del incidente, 
Dahianne no quiso volver a vernos;
Román recibió de castigo su expulsión de la escuela espiritual y se abrió del parche;
y yo, yo quedé ahí, 
otra vez solo, 
valiendo verga, 
y contando estas cosas al papel como si alguien las fuera a leer, 
como si a alguien le llegasen a importar,
pero en caso de que sí, pues, espero que se lo haya gozado como yo al recordar esos viejos tiempos.


Malayerba

miércoles, 2 de septiembre de 2020

POETA DEL CHIQUERO CAP VI: Emilio

Después de verlo ahí en medio de la miseria,
tenía dos opciones; 
o le demostraba que el sistema lo quería pobre y que él era un desgraciado,
o simplemente el reírme con él.

No pensé dos veces como era de esperarse,
y le pedí algo de cuero, pero no tenía,
entonces le quitamos el papel a una chocolatina que habíamos comido y armamos el cigarro,
fumamos un buen rato y salimos a caminar por la ciudad.
Felices y sonrientes anduvimos,
disfrutando de este presente que era tan nuestro, tan propio, y a la luz sus once años, tan inocente.

Emilio le dije, mira esa gente, ¿qué piensas de ellos?
—No sé, solo son gente.
—Así es —sonreí—, solo son gente y nada más. Nunca permitas que alguien de ese tumulto, te haga sentir mal,
son estúpidos la mayoría de ellos, no saben lo que quieren realmente, ni siquiera saben lo que son, y no tienen idea de a dónde van,
están perdidos.
—¿Y tú si sabes eso? —me interrogó.
Lo miré —no, la verdad no sé ni qué digo le dije, y nos echamos a reír.

Una vez hubimos llenado la barriga con unas grandes y tozudas empanadas acompañadas de un buen café,
lo escolté a su guarida.
Estaba en un viejo edificio abandonado,
ahí tenía solo una hamaca donde dormía,
unos trozos de cartón cubrían los orificios,
y varios garabatos adornaban la pared.
En uno de los dibujos se vislumbraba a una señora de grandes cabellos alborotados,
un tipo señalando el mar,
y en su otro brazo, cargaba a un infante que al parecer sería una niña,
—¿Tú familia? Le pregunté.
—No, me respondió— fueron los primeros que acuchillé, su hija me aruñó la cara.
Y entonces miré el resto de la pared y habían varias personas en diversas situaciones:
bailando, jugando, en auto, sonriendo.

—¿Y a todos ellos también los has herido?
—No, solo unos cuantos. El resto son cosas que me gustaría hacer.
Entiendo, lo harás.
—Sí claro.

Años después me lo topé en la calle,
me reconoció él,
yo no.
Iba de la mano con una pequeña,
iba feliz y ella cantando.

—Qué linda nena —dije sonriendo.
—Y también sabrosa me respondió riendo.
Lo miré algo perdido —¿tuya? —inquirí
Sí me dijo— es la sexta. 
Ya veo —manifesté y proseguí mi camino. 

Al son de mis pasos seguí andando y ya entrada la noche terminé en un rincón olvidado de la gran metrópoli,
y debajo del puente aquél, noté una pequeña fogata;
me dirigí hacia allí con la esperanza de calmar el frío mortuorio de la ciudad. 

Una vez llegué, un hombre salió a mi encuentro,
era Emilio que al verme, me saludó alegre, 
me alargó un trozo de carne ensartado en un palo que degusté plácidamente. 
Le pedí repetir, y me estiró un sabroso filete envuelto en un trozo de hueso.
—Una carne exquisita, debo admitir, y una vez dejé bien chupado el hueso, indagué por mera curiosidad.
—¿A qué te dedicas ahor..? 
—Wow wow, espera, ya casi está —me interrumpió— mmm, huele delicioso, ¿no te parece? —dijo sonriendo.
—Habrá que probar —respondí.
Y de entre las brasas sacó envuelta en unas hojas de alguna especie de plátano, una pequeña cabeza.
Lo miré expectante,
la puso en una vieja lata y luego con un cuchillo rebanó un trozo de mejilla y me la sirvió.
La comí de golpe, se veía demasiado exquisita para contenerme.
Aaaah qué sabor, simplemente, riquísima.
Al terminar, encendí un cigarro y le alargué uno a Emilio.

—¿Cómo empezó esto de comer gente? —indagué. Y entonces me contó:
—Un día estaba buscando hongos a lado de la Torre del Caño, y había una señora con su hijo, lo estaba regañando, creo, —¡si no te comportas, te regalo a ese señor! —gritó y me miró a mí— yo me quedé en silencio, pero el chiquillo empezó a hacer una pataleta y ella cogiéndolo de un brazo lo trajo hacia mí, —tome —dijo, mientras me entregaba al pequeño y me guiñaba el ojo, luego se marchó por el sendero—, yo no entendí muy bien, pero lo agarré fuerte aunque se puso a llorar. 
De pronto el viento sopló con fuerza y una rama cayó golpeándole la cabeza, le hizo perder el equilibrio y se fue derecho hacia el despeñadero.
Entonces me quedé ahí con el chiquillo que se había quedado sin habla.
Ya estaba tarde y no había comido nada en todo el día, entonces saqué el cuchillo y le corté el cuello, encendí una fogata y lo asé, total me lo había dado, ¿no?
Yo asentí, tenía razón, no había nada que añadir.
—¿Y luego? pregunté.
—Luego las cosas se fueron dando, pero luego de que me hice con una niña, estas me parecieron más exquisitas, así que cuando puedo agarro alguna y me la zampo, je, je.
Ooookkaay, ja, ja, ja.

Lié un cigarro de marihuana y lo fumamos gustosamente,
al rato se apagó el fuego y me dispuse a regresar a casa.
Emilio —le dije, mientras le ponía la mano en el hombro— eres un maldito.
Y de un tajo le enterré el cuchillo en el cuello y lo deslicé por el ruedo.
Lo limpié en sus ropas y lo dejé ahí.
No estaba bien matar niños sin verdadera justa razón le susurré al espíritu que abandonaba su cuerpo— y me retiré del lugar.


Malayerba