He salido de mi cuerpo y ha sido todo tan hermoso, mas llamarlo viaje astral es quizá mucho exagerar. No obstante, si se trata de ser sueño lúcido, le he sacado todo el jugo por lo que me siento satisfecho de haber roto cada barrera impuesta. De haber fluido como se me dio la gana y no perder el efecto tan delicioso que implica volverse un dios creador de mundos...
Recosté en un lecho mi cuerpo esta tarde, acaba de almorzar y me sentí agotado, debía descansar por obligatoriedad. Serían por ahí la una de la tarde, quizá un poco más, y le di a mi cuerpo un descanso pasajero. Pero la posición era incómoda y al ver que del profundo sueño una fuerza desconocida me arrastraba, acomodé mi piernas y me entregué al placer que brinda la somnolencia.
Fue entonces cuando el reportaje de la tele que se encontraba más allá se empezó a escuchar lejano y mi cabeza empezó a girar en péndulo por el occipital. Muy raro todo aquello, pensé, pero gustoso a la vez. Me dejé llevar y cuando logré adquirir consecuencia de la violación de las leyes físicas que rigen este mundo, intuí que debía salir.
Me sentía cada vez más enrarecido por el movimiento, como si me tuviesen en una hamaca y alguien me empujase con fuerza, no podía tolerarlo así que emputado por haberme interrumpido el descanso merecido, me levanté cabreado. Me levanté y el techo estaba en mi cara. Regresé la cabeza y estaba en la cama. Aquí algo pasa, me dije. —Eto ta potente, loco —me dijo la consciencia— pará y andá como Lázaro tocado por la mano del bendito —agregó y yo obedecí con naturalidad.
Y me levanté y me fui, y el techo atravesó mi cara, y regresé y estaba de pie en el suelo, y entonces fui hacia adelante; corrí emocionado y una pared obstaculizaba el trayecto, más como guía interno la voz volvió sin pereza, —hacele, mk, como los pollos al maíz, sin mente. Y, como era de esperarse, me fui de jeta sin pereza. Y atravesé la pared, más allá una puerta y supe que había pasado de nivel. Ya no había poder que gobernase mi alma sustancial.
Sonriendo crucé la puerta de frío metal sin vacilar, salí al exterior. Salí y vi todo existiendo en el mundo tan puro en su esencia. Mi jardín siendo todavía más hermoso y caí en su seno, pero quería volar, había que volar y tenía que hacerlo; ya no había duda, si quería volar solo tenía que volar sin pena, y eso hice, pegué el salto porque había que coger impulso, y el impulso falló, aún había algún resquicio de duda en mi interior. No obstante, hube de disipar cada gramo de debilidad de mi ser y entonces lo intenté de nuevo, esta vez el éxito fue rotundo.
Me elevé como un globo lleno del más puro helio a un ritmo perfecto para disfrutar de la subida. Una vez arriba ¡alea jacta está!, la suerte estaba echada y era yo el dueño de los cielos. Volé como el condenado pájaro que ha roto la jaula que le apresaba y se cagaba en los muertos de los inmorales seres que dicen gobernar este mundo. Recorrí el paisaje, crucé ríos y montañas, mas en algún punto la voz me dijo que era suficiente y había que regresar.
Así pues, di la vuelta con la cara adornada por la sonrisa del que se siente satisfecho, pero que tranquilamente puede aguantar más sin que le pese. Y al regresar divisé un río medio seco atravesado por un puente colgante cubierto de musgo y enredaderas de un largor considerable. Más allá, un jardín de la más fina belleza, pero aún más emocionante que aquello, era una cabaña de una extensión apacible con enormes ventanales y aberturas que le daban un frescor sumamente exquisito.
Procedí a aterrizar con premura para poder sentir en mis pies el tacto del acolchado musgo verde esmeralda del colgante. Una vez hube atravesado el puente, caminé deleitándome con las frutas que había en el trayecto, las flores primaverales y el cálido sol que no abrasaba sino que cobijaba dulcemente.
Ingresé en la casa que ya no era de la que había salido al inicio, pero la cual de alguna manera pertenecía. Y entonces la vi, en una cocina de varios metros cúbicos porque espacioso era todo en el interior y agradablemente decorado.
La vi con una mano en la sartén y la otra meneando el guiso, olía delicioso, pero era más placentero era ver sus rizos sobre el escote de su blanca espalda y su descaderado jean que dejaba entrever parte de su tanga rojiza de encaje más arriba de lo normal, y no hubo mejor cosa que hacer en el momento, que echarle mano y complacer al espíritu.
La abracé y la besé como presintiendo que aquél bello momento no podía durar tanto como debería. Y, en efecto, así fue, porque instantes después su cuerpo se fue endureciendo hasta convertirse en una suave y fría escultura de mármol.
Aceptando el asunto en cuestión, dirigí mis pasos a una salida que daba al jardín y ahí en una colcha, ignorando las palabras de otras gentes que empezaban a asomar, me eché a dormir, forma esta de volver en mí mismo; sentí el mareo nuevamente, ese vaivén lento y acompasado, y entonces abrí los ojos y había vuelto donde empecé el viaje.
Aceptando el asunto en cuestión, dirigí mis pasos a una salida que daba al jardín y ahí en una colcha, ignorando las palabras de otras gentes que empezaban a asomar, me eché a dormir, forma esta de volver en mí mismo; sentí el mareo nuevamente, ese vaivén lento y acompasado, y entonces abrí los ojos y había vuelto donde empecé el viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario