domingo, 11 de junio de 2023

UN CASO FORTUITO

—¿Por qué lo hice? Hummm, por gusto, ja, ja, ja. ¿Qué otra opción quedaba? Me iba a arruinar la vida por algo que no había hecho. Para eso, mejor hacer justo por lo que se me estaba acusando e irme sabiendo que ahora sí había razón, ¿no?

—Y entonces le tocó las nalgas a mi clienta.

—Y le metí este dedo en el culo —dice levantando el dedo corazón.

Se oyen murmullos de odio y repulsión por parte de unas féminas y risas contenidas por parte de unos cuantos degenerados.

—No hay más preguntas, señor juez.

—Tampoco hay más razón para avanzar el caso —dice el juez, tras deliberar unos instantes, o lo que le dura el suspiro—. El acusado queda libre. ¡Caso cerrado! —añade.

Todos se quedan expectantes, impresionados, asombrados. El acusado estaba libre. El mismo que días antes había agarrado a esa mujer por un costado, le apretó fuertemente las manos con su mano cual tenaza, le levantó la falda, le acarició con lascivia sus nalgas, le metió la mano entre las bragas e introdujo su grueso y tosco dedo en el agujero anal de la dama, que, gritando, no tanto por el placer que sentía al ser penetrada, o por el dolor al entrar sin lubricante, sino por la vergüenza de estar siendo ultrajada y grabada en directo en medio de la plaza para todo el mundo que se hallaba conectado.

Estaba libre ese perverso, ese degenerado, ese enfermo hijo de puta, había sido absuelto en contra de todo pronóstico, y se atrevía a sonreír humildemente orgulloso sabiendo que la justicia existía y era él el beneficiario. Nadie lo podía creer. Es más, ni él mismo en el fondo podía entender qué coño significaba aquello, la buena suerte nunca se había puesto de su lado, y en su fuero interno, sabía que algo más grande estaba ocurriendo sin notarlo.

Lo que sí es cierto, es que nadie cuenta que antes de todo el asunto del manoseo, ella lo había acusado de haber sido manoseada por él, cuando él solo recogía el excremento de su mascota y al levantar la vista miró unas piernas muy hermosas y no pudo mostrar su máxima cara de adoración a la belleza. A lo que ella, al verlo feo, pero con una expresión que solo el gozo otorga, en un ataque de histeria por ser observada con ganas por parte de un ser inferior, decidió armar polémica y acusar al inocente de pervertido y asumiendo que el mundo estaba a favor de las quejonas como ella, tenía todas las de ganar. Claro, la gente lo rodeó y empezaron a gritar, tirarle cosas, escupirle, incluso alguien alcanzó a golpear a su compañía de cuatro patas, logrando que reventara en el acto, empezando por la culpable (como ya se ha narrado), y luego, por el que, creyéndose invisible y traspasable, cayó en la cuenta de que eso solo sucedía en la fantasía que produce la mente, porque no pudo evitar que su nariz se partiera en tres pedazos y su ojo empezara a ver rojo, producto de su misma sangre cuando el acusado arremetía cual bestia salvaje protegiendo a su cría.

Con todo ello, nadie se percató de que el juez se encontraba en sus días de penurias y bebía un trago de vodka en una banca, y desde allí, había sido testigo directo desde que la mascota olfateó en busca de la mejor postura para cagar y de ahí en adelante, todo el show subsiguiente.

Nadie sabía tampoco que en su sino, el juez era uno de los hombres más perversos de su tiempo, y dedicar sus acciones a su dios era su razón de vivir. Claro que esto no era algo reconocido, ni mucho menos comentado. En casa prodigaba una religiosidad absoluta para con la fe de los que se creen bondadosos por estar en la manada de los seguidores bíblicos. Y su mujer con sus hijos eran los más fervientes adoradores de un marido y un padre, a todas luces, más que ejemplar.

Hay que añadir también que nadie sabía que la joven dama, coprotagonista de la situación descontrolada, había matado a una criatura hace tiempo, aunque quizá no era una criatura aún, pues tenía apenas tres meses, pero el padre era un pobre diablo y ella no estaba para cargar con esa vergüenza.

En conclusión, para ahorrarle el sobre pensamiento, mi estimado lector, debe comprender que nadie más que el amable caballero que perdió los estribos por culpa de la incomprensión y las acusaciones infundadas por fuentes injustas, tenía una razón más que válida para su obrar: «Si te joden por algo que no has hecho, dales razones para que lo hagan».

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