domingo, 13 de agosto de 2023

Del sabor de la piedad

En la plaza Madrid la agarró como si no hubiese mañana y, en efecto, no hubo, al menos no para ella. Cinco como menos, fue el reporte oficial, y un par más de rasguños, por la cara. La una llegó poco más allá del corazón; al alma.

Lo miró y se percató de que había pasado algo horriblemente cruel. Sus ojos destellaban una rabia que a los números les fue imposible calcular. Sus dientes se rozaban los unos con otros demostrando el dolor de la fuerza aplicada en su pecho. En el de ambos, mejor dicho, él por el dolor tan horrendo y, a veces, tan mortífero que deja del amor cuando se va del corazón por la puerta de atrás. Ella, por la presión inexistente y la voluntad de poder de la hoja de metal que entraba con fiereza separando la carne, atravesando el pecho, y buscando decirle al alma, es hora de volver a casa.

La quinta puñalada, la más dolorosa. Él, tan desesperado para no ver más salidas menos extremas, que no pensó que sería esa, la última vez que la tendría antes sus ojos dentro mucho tiempo, aunque cuántas veces deseó que así fuera. Ella, sintiendo el arrepentimiento atroz de haberlo abandonado, no importando cuántas veces él le implorase que se quedara. El arrepentimiento de no haber escuchado las palabras más honestas del amor verdadero cuando le decía: cualquiera, cualquiera menos él, por favor, no con él... No te vayas, te lo pido...no soy el mejor de los hombres, pero ningún hombre te va a amar más que yo...ningún otro te va a dar, todo lo que te mereces. Palabras tan trilladas que no merecían ni una pizca de compasión, sin embargo, con una verdad más que certera: golpes, malos tratos, tristezas y una vez al mes una sonrisa antes de una buena noche de placer era el regalo que cubría el engaño por el que cambiaba a un buen hombre. El arrepentimiento de no haberle hecho caso, siguiendo ciegamente a las estúpidas decisiones de las pasiones desenfrenadas.

La quinta puñalada, la más dolorosa, pero menos sorpresiva que la primera; esa cuando la agarró del saco y tiró de él, cuando ella vio a su alrededor y no había nadie más que él, cuando le brilló el cuchillo con un destello tanto o más destructivo que el que irradiaban sus ojos, cuando miró que el aura oscura que le rodeaba, y su mirada perdida en la tristeza, venían por ella, buscando llenar el vacío que se anida en el pecho sin importar el costo... Cuando vio a Caronte remando apaciblemente en su dirección, por el mar que conecta este mundo y los otros.

La primera, la más impactante al ver en qué se había convertido el amor de su vida. La quinta, la definitiva al darse cuenta que no alcanzaría a decirle: lo siento.

El charco que se secó y dejó marcas imborrables en aquél lugar de la plaza, no fue el de la sangre, sino el de las lagrimas que se juntaron de sus rostros: ella diciendo en silencio, lo siento; él le respondiendo, por qué con ese.

Pero ya estaba decretado que «ese» sería la siguiente víctima para eliminar el mal de raíz, y matarle ya hacía parte de un plan diseñado en el infierno presto a ser ejecutado con sus gruesas manos, y el acompañamiento del Diablo.

PdC, cap 25 1ra parte.


Malayerba



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