domingo, 10 de enero de 2021

POETA DE CHIQUERO Cap XI: vaya dato perturbador II

Los aliens estaban recogiendo a cuanto humano divisaran, vivo o no.
Se asomó como pudo por un lado de la estructura y al asomarse sus ojos se abrieron de par en par: una horda de monstruos verdes con cuatro ojos formando una corona en lo que parecía su cabeza hacían lo que parecía un acopio de materiales en una nave interplanetaria.

No había manera de huir de aquel envase de metal; de saltar por la borda daba lo mismo que tirarse de un edificio de cinco pisos, Miguel Ángel de la Ascensión reparó en sus compañeros de viaje, la mayoría jóvenes, no pasaban de los cuarenta años los más viejos.
En lo que duró el viaje subió varias veces y notó que los vagones flotantes tenían distintas tonalidades y en algunos se observaban puras mujeres, en otro solo ancianos, había uno de niños, otro de hombres negros, otro de solo blancos, todos en algún momento asomaban sus tristes caras pálidas al igual que Miguel, solo para observar que todos iban derecho a una monstruosa nave. El corazón se le llenó de emoción, se sentía afortunado de poder entrar en una nave alienígena antes de morir, un sueño cumplido, objetivo tachado de la lista de cosas por hacer antes de cerrar los ojos para siempre.

Miguel se recostó en un lado del vagón, por alguna razón los demás se alejaban de él, quizá por lo feo, quizá por la sangre que impregnaba su ropa, quizá por el machete que aferraba su mano muy alerta ante cualquier amenaza. Sea como fuere Miguel se reclinó en la pared, respiró hondo y se puso a dormitar.

Unos minutos después, luces incandescentes le dieron de lleno en el rostro, una luminaria de rosa claro dejaba ver cientos de vagones dispuestos en carriles que se avanzaban suavemente y más adelante en bifurcaciones desaparecían de la vista. 
No pasaron el primer túnel cuando gritos desgarradores irrumpieron los lloriqueos, de los que ahí estaban presos del miedo.
Miguel que el llanto no toleraba, miró a un tipo que se lamentaba al parecer con su hija, mientras rezaban pidiendo perdón a Dios y auxilio para sus almas.
—Saben qué pendejos, ¡¿por qué no mejor le van a rezar en su puta cara?!— les gritó, mientras blandía su machete— y antes de que alcanzaran a ver quién les hablaba, varios cortes consecutivos destrozaron sus desamparados rostros y la sangre mojó a los aledaños.
—¿Dios? —dijo en tono de burla— ¡estos son sus putos dioses de mierda!, ¡y ahora nos van a matar a todos! JA, JA, JA.

Ni el mismo comprendía a qué venía su reacción, era una simple energía que sentía en su interior, era como si entre más adentro de aquella nave, más se inflamara su gozo, su vitalidad, sus ganas de matar.
La gente lo miró con temor y Miguel vio en aquellos rostros algo encantador: que mejor no estuvieran bellamente asustados, y como si de una danza se tratase, enfiló su machete a todo el que lo rodeara, y fue bajando de tajo algunos cuellos, narices, hombros quedaban colgando, orejas volaban por doquier, Miguel poseído por la euforia mutiló a más de cincuenta en un instante. Su metro setenta y ocho, y sus noventa y seis kilos de masa muscular aunque unos veinte de pura grasa, le daban un aspecto temerario. 
Miguel se había pasado de verga.

Pero no le duró la pasad porque un alienígena lo notó. Había observado la matanza e hizo detener el vagón, 
con una especie de mano alcanzó a Miguel cubriéndolo por completo, este último no pudo reaccionar pues todo su cuerpo fue inmovilizado. 
Lo soltó en una caja de cristal dentro de una habitación reducida para un par de personas nada más.
De pronto entró un joven asustado y perdido, y el cristal fue levantado dando libertad a Miguel. Este sentía como era observado, y antes de ponerse a pensar en lo que sucedía, una fuerte sacudida los despertó a los dos, el corrientazo los empujó uno contra otro, y Miguel que no soltaba su machete un solo instante, atravesó sin querer el vientre del joven. Se desangró rápídamente.

Una especie de tentáculo salió y arrastró al joven por un pequeño orificio.
Al momento entró una anciana de unos sesenta años, igual que el primero, asustada ella, no sabía que ocurría  y otra liberación de energía, los sacudió y Miguel golpeó de lleno a la señora sin querer, esta chocó en la pared y se desmayó. Fue arrastrada también.
Al momento entro una joven, esbelta, pero aterrorizada, lo miró y quiso hablar, pero Miguel antes de sentir la electricidad a punto de quemarle los huevos, entendió que lo que debía hacer era matar o dejar inconsciente a su visitante. No tenía sentido, pero su instinto le decía que le corte la cabeza, y sin perder tiempo de un tajo la separó de su cuerpo.
Fue arrastrada también.
Entraron luego un par de niños, mellizos ella y él, asustados, perdidos fueron atravesados por el machete de Miguel nada más llegar;
seguido fue un calvo gordo, oficinista al parecer, Miguel le cortó las piernas y luego el cuello, detestaba a los oficinistas, malditos cerdos, era lo que pensaba de ellos.
De alguna forma se estaba divirtiendo, y en esa forma, le fueron llegando más y más personas que nada comprendían. Miguel luego de varias horas se sintió sofocado, sintió mareos y al final fue perdiendo el sentido, mientras sentía cómo era arrastrado.

Se despertó en un salón donde habían más tipos como él, cada uno en su jaula de cristal, cada uno con una herramienta o un arma. 
Recostado en el suelo divisó como se abrieron dos jaulas y un tipo disparó una metralleta a otro que tenía un tridente, luego liberaron a otro y este con un hacha le partió la cabeza en dos al del arma de fuego. Al momento liberaron a un negro de apariencia salvaje, y este con una lanza atravesó las costillas del tipo del hacha, pero este por reacción le asestó un golpe seco que le cortó los brazos.
Los dos murieron desangrados rapidamente.

De pronto la celda de Miguel se abrió y desde el otro extremo salió un gigante de dos metros, ruso a lo mejor, con una patecabra y en dirección a él. Miguel se levantó apurado, y aferrándose a su machete trató de moverse por el salón. 
Habían varios muertos ahí, al menos doce más antes de los primeros que alcanzó a divisar cuando despertó.
El ruso se aumentó la velocidad y fue por el pequeño Miguel, este último reparó en que había muchos ojos observando desde las afueras del salón, era como si eso fuese una gallera, un círculo de animales que se matan, como si fuese entretenimiento nada más. 
Se perdió en el pensamiento cuando un golpe directo a la cabeza que alcanzó a bloquear con su brazo lo mandó al suelo.

Miguel miró al ruso que parecía una fiera a punto de devorar a su presa, presa que era el pobre latino. Pero Miguel había pasado ya mucho y le gustaba su vida como para morir ahí, así que se arrastró como un gusano y tan rápido como una serpiente hasta alcanzar la ametralladora y disparó a lo loco, el ruso se cubrió la cara, pero las balas le dieron en la panza, sin embargo, no se detuvo y de un salto cayó sobre Miguel, rompiendo sus piernas, gritó como nunca el pobre, y el grito se transformó en rabia, y con una energía tal como se ve antes de la muerte, Miguel Ángel de la Ascensión, blandió su machete hasta perder la razón; cortaba y cortaba, y cuando el machete se apretaba en un hueso, gritaba, lo sacaba y volvía a cortar.

El ruso terminó con heridas tan profundas que necesitaría un par de décadas en el otro mundo para que terminen de cerrar, el cuerpo del gigante lo aplastó y sintió como era asfixiado, alcanzó a oír que se acerc...

Trash, trash, trash, golpearon la puerta.

—Chiquero, ¡puto weón!, los Martinez no eran. Fueron los de don Saúl.
—¿Qué coño? de qué hablan —respondió Chique, mientras habría la puerta.
—Andrea, tu putita, no la mataron los hermanos Martinez, sino el Negro y el Chino, los del bar.
—Joooodeeerrr, ¿y ahora? ¿Qué hacemos?
—Viejo, toca volarnos, si nos quedamos aquí, no pasamos de esta noche.
—¡Jueputa! y tan buena que está la historia, ¡no mamen!, ¿qué? ¿Pa Santa Rosa?
—Pues sí.
—Pos vamos.


Continuará...


Malayerba

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