Llevo cinco lustros a la espalda
y aún me resisto a ser mayor.
Esta noche solo somos tres solitarios en la inmensidad:
Dos estrellas y yo.
En medio de la oscuridad, un par de sapos gesticulan versos.
Un relámpago aflora en el horizonte,
y yo muero lentamente al besar un cigarrillo.
Aún a mitad de la noche un pájaro deja fluir su canto.
Una luciérnaga ilumina mi rostro
y solo una pregunta me queda: ¿Dónde estarás?
Cómo sino es cierto que las estrellas hablan
y susurran al oído, que aunque no parezca,
no somos fugaces, sino eternos como ellas.
Y con ello yo comprendo que el brillo jamás se apaga,
que jamás la oscuridad termina de abrazar.
Que entre el devenir de los sucesos, una partícula aflora;
una endeble luz destella;
y que en mi caso, esa tenue luz es una leve risa impresa en mi recuerdo,
es su dulce risa viviendo en mi memoria;
pero al recordar que estuvo aquí y se fue... yo muero.
Malayerba
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